19 de mayo de 2006. Antonio García-Trevijano
La palabra república produce sentimientos encontrados. Uno de ellos, conforta la inteligencia de todos a causa de la racionalidad de la fórmula. Otro, asociado a la memoria colectiva, repugna a la voluntad de muchos. En cambio, la palabra democracia tiene tanta acogida que apenas se encontrará quien no la desee para su país. La cuestión está en que no se desea lo que se cree ya tener o se desconoce. Los pueblos se creen indefectiblemente lo que les dice la propaganda del Estado: ayer, que vivían la democracia orgánica de la dictadura; hoy, la democracia europea de las oligarquías de partidos. Y la República Constitucional no se conoce.
No es tarea simple sacar a los pueblos de sus errores políticos, sobre todo cuando son los mismos que los cometidos en los demás países de su entorno cultural. Pero bastaría que un solo pueblo europeo, como estuvo a punto de suceder en Italia, transformara el Estado de Partidos en una democracia, para que los demás siguieran el ejemplo. (como corderitos u ovejas). Creo que los acontecimientos actuales, y la debilidad de la Monarquía para solventarlos con decencia, favorecen que esta proeza cívica la realicen los españoles.
Sin embargo, el gran obstáculo no es la generalidad del error, ni la dificultad intelectual que entrañaría su desvelamiento, sino la causa pasional del mismo. Pues los pueblos se creen lo que satisface más a su conveniencia inmediata, a sus pasiones de tranquilidad y de indiferencia hacia los asuntos comunes. Solo minorías ansiosas de verdad y de coherencia abren sus oídos a palabras de buena fe y a razones de evidencia contra la Partitocracia. Los disidentes no participan en ella. Pero muchas personas votan porque no ven alternativa al sistema de partidos, y prefieren la corrupción a lo desconocido o a los recuerdos (erróneos) del pasado.
Los demócratas se están coordinando en un movimiento ciudadano capaz de aglutinar los ánimos y energías de los que votan a los partidos, de los que les darían la espalda si naciera una alternativa para transformar este Régimen partidista en una moderna democracia representativa de la sociedad. No hay que pensar todavía en la fase siguiente. Pues, creada la alternativa democrática en la sociedad civil de toda España, será más fácil de lo que se supone promover el acontecimiento político que abra los ojos de los engañados o escépticos. La ausencia de una alternativa de poder hizo fracasar la rebelión de mayo del 68. Ahora no repetiremos ese error, puesto que la República Constitucional es la fórmula moderna de la democracia política. Decir República y decir democracia es hoy lo mismo.
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