14 de julio de 2006. Antonio García - Trevijano
La concentración de fieles en Valencia con el Papa en defensa de la familia tradicional, pone de actualidad la reflexión sobre la sociedad civil y los elementos sociales que la componen. Pues no basta con decir que ella es todo lo que no está incorporado al Estado ni ligado orgánicamente con la comunidad nacional, para saber cuales son sus contornos precisos y percibir la naturaleza de sus funciones privadas. El estudio de la sociedad civil, de lo no oficial, comienza por el de su núcleo primario, la familia.
En la afluencia de católicos a Valencia se ha formado una masa social con la significativa participación de tipos representativos de tres sociedades: la de fieles, la familiar y la juvenil. ¿Pertenecen estas tres sociedades a la sociedad civil? La respuesta ha variado con los tiempos. Eliminada hoy la antigua dicotomía societas civium-societas fidelium, la cuestión se reduce a la sociedad doméstica y a la juvenil. Esto no significa que la sociedad de fieles haya dejado de ser cuestionada como elemento de la civil, pues la dimensión religiosa en el catolicismo no se extiende sobre la sociedad económica como en el protestantismo. Lo católico no ha sido factor genético ni funcional en el nacimiento y desarrollo del capitalismo.
La sociedad doméstica tuvo un rol primordial en la producción y consumo de mercaderías en las ciudades griegas. Hasta el punto que le dio su nombre de economía. Luego, el modo de producción artesanal labró la fortaleza de los lazos familiares. Hasta que la revolución industrial hizo del hogar, desplazado de su lugar vecinal, el purgatorio de la nueva condición obrera. Con mujeres y niños cubriendo su indigencia con solidaridad de clase, se acunó la esperanza en el paraíso anarquista de los artesanos o en el mundo socialista de los proletarios. La familia conservaba con la nueva miseria la tradición que disolvía la reciente riqueza. El grupo parental, al dejar de ser sociedad doméstica (económica), se desvanecía en la sociedad civil. Los sindicatos forzaron al Estado a satisfacer las necesidades vitales de las familias marginadas del progreso industrial. Y Hölderlin cantó la tragedia de que del Estado se hiciera el paraíso de los que lo negaban.
El trabajo de la mujer, las guarderías, la escolarización precoz, las separaciones con hijos menores, las parejas de hecho, la falta de empleo juvenil, la permanencia de los hijos mayores con sus padres, la incomunicación ante el televisor, el horror de la juventud al aburrimiento, la búsqueda de emociones en la droga o la violencia, la ausencia de ideales de vida interesante, han provocado la crisis sentimental y social de la familia, justamente cuando vuelve a ser, con la economía de consumo, la sociedad doméstica que mantiene la demanda como en la ciudad griega.
Esta contradicción entre la disolución de la familia y la necesidad de mantenerla activa en la sociedad civil, como unidad de consumo en el mercado (la cesta de la compra), puede explicar que, en un clima social de atonía del sentimiento religioso, el mismo Gobierno laico que legaliza el matrimonio homosexual propicie y financie la concentración católica de Valencia. Los partidos estatales no perciben, porque no hay sociedad política que lo exprese, la trascendencia que recobra la familia, con independencia de toda idea religiosa, como elemento activo en la sociedad civil de la moderna economía de consumo.
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