Todos somos culpables

Publicado el 11 de marzo de 2022, 23:16

He aquí un modo de hablar sin duda alarmante cuando proviene de una generalización abusiva, si es que no de una maniobra de distracción. Con las debidas correcciones, sin embargo, podría ejercer un papel imprescindible en la formación de la conciencia moral de las gentes. Tratemos de separar en él el material desechable para quedarnos con lo que nos sirve.

1. No interesa mucho cuando viene a expresar un sentimiento parecido a la culpa metafísica, del que no son pocos los rastros que todavía se descubren entre nosotros. El tópico encuentra su mejor aposento, desde luego, en la conciencia cristiana de pertenecer a una especie, la humana, sumida desde su primera falta en una historia del mal. Pero se trasluce también en ese sentimiento de indignidad que asalta a los supervivientes por haber seguido con vida frente a los compañeros de infortunio o de infamia que perdieron la suya. O, más aún, como saben tantas víctimas, en el horror insoportable de formar parte de una raza capaz de infligir tanto dolor a sus semejantes, de caer en las abominaciones más abyectas. A los que tras el genocidio judío decían avergonzarse de ser alemanes, Hannah Arendt replicaba que «yo me avergüenzo de ser un ser humano».

Llevada al extremo, acogerse a la idea de humanidad trae como consecuencia política el que cada uno tendrá que cargar de una manera o de otra con el baldón de todos los crímenes perpetrados por los seres humanos y sus pueblos. Da lugar a la enormidad de pechar con todo el dolor y la culpa del mundo. Más acertado parece entonces limitar mi culpa al mal que en verdad haya cometido y a cuanto de bueno hubiera podido hacer y no he hecho. Como nos amonesta Ricoeur, si me dedico «sólo a pensar “soy culpable de todo”, en el límite no soy culpable de nada».

2. Más oportuno sería debatir esa otra concepción expresa en las habituales manifestaciones de que todos somos culpables con relación a ciertos males de alcance público. A ese lamento, de sonido moral tan exquisito, se le achaca que en realidad sólo ha servido para exculpar en gran medida a los verdaderos culpables. «Donde todos son culpables nadie lo es». Proclamar esa culpa universal equivale a una declaración de solidaridad con los malhechores, un falso sentimentalismo. Y así ocurre que las confesiones de una culpa colectiva son la mejor salvaguarda contra el descubrimiento de los primeros responsables y la magnitud del delito representa la excusa perfecta para no combatirlo.

Los móviles psicológicos más o menos conscientes de tales declaraciones pronto se dejan descubrir. Resulta hasta satisfactorio sentirse culpable cuando uno se sabe inocente, pero muy duro reconocer la propia culpa y arrepentirse. La confesión de una culpa colectiva —nos enseña Todorov— puede funcionar a la vez como disculpa y gratificante distinción en el seno del grupo: «Decir que “todos somos culpables” implica aquí decir “pero yo menos que vosotros, puesto que lo digo”. [Quien lo dice] asume un papel ventajoso con respecto a su propio grupo: el de custodio de los valores». Así se asegura su propia compensación, al tiempo que evita analizar y denunciar en voz alta los factores grupales que han propiciado los daños cometidos. Es un hábil modo de culparnos para mejor exculparnos.

3. Pero sí hay un sentido en el que ciertamente todos los miembros de un grupo podemos llegar a ser, si no culpables, sí responsables en conjunto de algún daño. Existe una responsabilidad colectiva frente a un mal público que el grupo al que pertenecemos ha cometido cuando existe entre nosotros un grado considerable de acuerdo con esas acciones grupales. Y también somos colectivamente responsables de las omisiones grupales, cuando ante ese mal público los ciudadanos nos comportamos como simples espectadores apocados.

Parecería abusivo hablar de una culpa colectiva si tenemos en cuenta que los crímenes colectivos nunca han sido cometidos por todos los miembros de un grupo ni perpetrados en el mismo grado por todos los participantes. De ese grupo también forman parte algunos o bastantes que los repudian. Así que nos quedaremos con la doctrina común de que la culpa es siempre individual, por más que se presentan muchas coyunturas que deben juzgarse en términos de responsabilidad colectiva. Si la culpa es la transgresión premeditada de una norma, sólo puede ser propia del individuo; si esa transgresión consistió en la participación o en el consentimiento de atrocidades cometidas por unos individuos en nombre de la comunidad, entonces hay que suponer además una responsabilidad colectiva. Esta última se refiere a delitos que no hubieran podido producirse sin la amplia indiferencia del grupo.

Por eso la responsabilidad colectiva adquiere principalmente un carácter político y, por cierto, gracias sobre todo a la omisión. Jaspers nos advirtió de que «podemos hacer responsables a todos los ciudadanos de un Estado por las consecuencias originadas por las acciones de ese Estado», mientras no las hayan resistido lo bastante. Se notará que esta responsabilidad nace por algo que no se ha hecho (que más bien se ha consentido) y en razón de la simple pertenencia a un grupo, una pertenencia que la voluntad individual no puede sin más disolver. Esa responsabilidad existe del todo al margen de los actos de sus miembros singulares y no puede juzgarse tan sólo mediante criterios morales ni ante un tribunal de justicia.

Es el precio que pagamos por vivir la vida no encerrados en nosotros mismos, sino entre nuestros semejantes. No haber autorizado expresamente una perversa dirección emprendida por nuestro gobierno en nuestro nombre o los atentados terroristas que pregonan llevarse a cabo en provecho de la comunidad étnica a la que pertenecemos, no nos libera de responsabilidad política si nuestra protesta no pasa de una negativa vaga y pasiva. En tanto que ciudadanos de ese Estado, tampoco somos moral o legalmente responsables de los pecados de nuestros antepasados, pero sí lo somos sin duda desde un punto de vista político. Para bien y para mal, el presente carga con su pasado. De esa responsabilidad sólo podemos escapar por el abandono de la comunidad, un abandono imposible porque tan sólo lograríamos mudar una comunidad por otra.

No es verdad, pues, que el ser miembro de un grupo difumine las responsabilidades individuales (aunque pueda amortiguar su autoconciencia), sino todo lo contrario. Pueden verse aumentadas por esa responsabilidad grupal. Si a ésta se la califica de vicaria, es porque viene por algo que individualmente no hemos hecho, pero de lo que participamos como componentes de un grupo organizado. La falta está propiamente adscrita a una parte del grupo, pero su responsabilidad se extiende al grupo entero. Naturalmente, estas responsabilidades personales varían según el tipo de grupo de que se trate o la clase de daño infligido; también difieren a tenor de las capacidades individuales de los miembros del grupo y de las distintas funciones directivas que se les asignan.

Entre los grupos susceptibles de responsabilidad colectiva se encuentran aquellos que cometen sus atropellos por razones étnicas o raciales y que escogen a sus víctimas por su pertenencia a un grupo étnico o racial diferente. Pues bien, el simple hecho de compartir en silencio la misma identidad grupal que los perpetradores de tales excesos puede arrojar ya una especie de mancha moral sobre todos. Sin duda nos corresponde también alguna responsabilidad indirecta en las atrocidades cometidas por el grupo como tal cuando avalamos doctrinas que, en condiciones dadas, empujan hacia esas atrocidades. Mereceríamos asimismo ese reproche en caso de que hayamos defendido en público la violencia contra las víctimas del otro grupo, o si hemos votado un régimen capaz de llevar a cabo actos semejantes, y ello sin que podamos aducir la ignorancia como disculpa, porque será una ignorancia culpable. Pero ya estamos viendo que esa responsabilidad se produce sobre todo por actos de omisión y por ciertas disposiciones que fomentan actitudes de conformismo, y no de resistencia. ¿O es que no nos pesa una responsabilidad como grupo precisamente por no organizamos lo suficiente para combatir el mal colectivo que otros grupos (u otros miembros del nuestro) están causando?

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