Los caníbales de Atapuerca

Publicado el 27 de noviembre de 2021, 10:57

Los vestigios humanos más interesantes de la Península han aparecido en una zanja de veinte metros de profundidad, excavada en la sierra de Atapuerca (Burgos) a finales del siglo XIX para abrir paso al ferrocarril. Son los restos de una antigua comunidad, bautizada como Homo antecessor, o sea, «explorador», que habitó aquellos parajes hace un millón de años. El grupo mejor representado de estos individuos viviría hacia la mitad del pleistoceno medio (entre setecientos ochenta mil y ciento veinte mil años antes de nuestra era). Todavía faltaban unos cientos de miles de años para que apareciera el hombre de Neandertal en Europa, pero los Homo antecessor de Atapuerca ya lo anunciaban. Eran más bien bajitos, desconocían el fuego, vivían de la recolección de plantas y frutos comestibles y, después de comer, se escarbaban los dientes con un palito, o no lavaban las verduras (dos posibles explicaciones, no necesariamente excluyentes, de las rayadas que revela al microscopio el esmalte de sus dientes).

     Los individuos de Atapuerca arrastraban una vida miserable. Vivían de las sobras de otros carroñeros más remilgados, es decir de lo que despreciaban las hienas. En su vecindad había ciervos y caballos, pero también, esto les gustaría menos, leones. Eran gente muy aprovechada, que, en la procura de las necesarias proteínas, no dudaban en comerse a sus propios difuntos. El examen de los dientes revela, además, «carencias alimenticias y problemas de desarrollo». Este dato suministra un firme soporte científico a nuestra teoría del hambre secular inscrita en el código genético del Homo hispanicus, que lo lleva a devorar las viandas a su alcance, como un saqueador, en bautizos, comuniones, bodas, fiestas patronales, Semana Santa, Navidad y cualquier otra celebración o acontecimiento social en que se sirva comida de balde o haya barra libre.

     A las hambres arriba consignadas suceden el derroche, el rumbo y el despilfarro. Imaginemos ahora la paramera soriana hace unos doscientos cincuenta mil años: una herbosa sabana recorrida de ríos y parcheada de zonas encharcadas, a las que acudían, en su migración estacional, numerosas manadas de elefantes. Los suculentos solomillos de probóscide atraían cuadrillas itinerantes de cazadores Homo sapiens a un lugar conocido como Loma de los Huesos, entre los pueblecitos sorianos de Torralba y Ambrona. Otros cazaderos similares se han detectado en las terrazas fluviales del Jarama y en el Tajo.

     En Loma de los Huesos, los arqueólogos han encontrado grandes cantidades de huesos de paquidermos, algunos de ellos machacados para extraer la sabrosa médula. Los cazadores que produjeron esta basura orgánica conocían el fuego y eran excelentes tramperos, capaces de conducir a sus presas, sin respetar inmaduros, a pozos y zanjas disimulados, donde las remataban y descuartizaban con instrumentos de sílex y de hueso. A veces, cazaban docenas de elefantes en una jornada, y la mayor parte de la carne se desaprovechaba o quedaba para las alimañas, puesto que cada grupo de caza no excedería de unas docenas de individuos.

     ¿Somos los actuales españoles biznietos de la familia de Atapuerca y de los cazadores de Loma de los Huesos? Sobre esto, hay encontradas opiniones. Por otra parte, los genetistas escrutadores del ADN placentario han proclamado que descendemos de un único antepasado femenino, una mujer africana a la que llaman Eva mitocondrial, que vivió hace doscientos mil años y cuyos descendientes se habrían extendido por todo el planeta, en sucesivas oleadas migratorias, desde hace unos ciento cincuenta mil años, sustituyendo a las especies existentes de Homo sapiens.

     Eso es lo que hay. La ciencia está en mantillas y tiene mucho camino por delante. Ya veremos en qué acaba la cosa.

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