«Política»
Poco tiempo después de haber cumplido mi ambición de trabajar en televisión, el trabajo perdió su atractivo. Descubrí que la televisión era un mundo hipócrita hasta la médula y lleno de personas inseguras, frívolas y a veces despiadadas. Se solía decir que los que trabajaban en la televisión se quedaban tan desorientados que se apuñalaban por el pecho (y no por la espalda, como es habitual). Había y sigue habiendo muchas excepciones, pero normalmente no son quienes se encargan de contratar y despedir. Para llegar tan lejos uno debe carecer de escrúpulos a la hora de pisotear a los demás o de lamer culos, o de las dos cosas a la vez. A los pocos años quería irme, y desde la perspectiva de mi pequeño «yo» de la Mente, parecía como si nunca nada me satisficiera y siempre saltara de una cosa a otra. Yo mismo pensaba eso de mí y, sin duda, también Linda, mi mujer, que tanto me ha apoyado durante veintinueve años.
Linda secundó mi aparente deseo insaciable de perseguir nuevas ambiciones al cabo de tan poco tiempo de haber logrado la anterior. Ha sido de suma importancia a lo largo de mi trayecto y sigue siéndolo hoy en día en calidad de propietaria de la empresa que publica mis libros. Es la mejor amiga que podría haber tenido o deseado jamás. No atraemos a las personas a nuestra vida por casualidad. O bien están aquí para apoyarnos, o bien para ofrecernos la oportunidad de observarnos de un modo que habitualmente no contemplaríamos. Con frecuencia se dice de estos últimos que «son una lata». Sí, pueden parecer un fastidio y yo lo he vivido (desempeñando los dos roles), pero pueden ser esenciales para desprogramarnos del dominio de la Mente, obligándonos a afrontar aspectos de nosotros mismos de los que debemos desprendernos y encarándonos hacia una nueva dirección. Fíjate en las personas que aparecen en tu vida y te hacen pasar momentos difíciles. ¿Qué dice eso de ti? Bien, cuando lo sepas, o bien cambiarán su actitud hacia ti, o bien desaparecerán de tu vida.
Seguí trabajando para la BBC (por lo menos físicamente) durante ocho años más, aunque mi verdadero objetivo estaba ahora en otro lugar. Desde que era niño amaba la «naturaleza» y lo que actualmente llamamos el «medio ambiente». Durante horas, solía ir en bicicleta por los campos de Leicestershire disfrutando de la belleza y la soledad. A medida que nos adentramos en la década de los ochenta, la protección del medio ambiente empezó a convertirse en mi centro de atención. Creé un grupo de presión medioambiental en la isla de Wight, a poca distancia de la costa sur de Inglaterra, donde he vivido durante casi treinta años; sin embargo, descubrí que, al margen de lo buenos que fueran mis argumentos sobre un asunto de medio ambiente, lo único que importaba era el número de manos que se alzaban en las votaciones que se hacían en las reuniones del municipio. Si uno no contaba con el apoyo de la mayoría para un asunto, su solidez o validez resultaban irrelevantes. También empecé a comprender que las decisiones de los concejales sobre qué votar muchas veces se acordaban en el templo masón de la zona antes de que se dijera algo del «debate» en la sala del consejo.
La siguiente etapa de mi vida ya se había empezado a despertar. Decidí que el medio ambiente necesitaba una voz en el ayuntamiento, y así empezó mi carrera en política, si es que puede llamarse así. Lo que ocurrió a continuación es otro ejemplo del modo en que una fuerza invisible ha estado tejiendo mi vida. Rechacé los principales partidos políticos porque no confiaba en ninguno de ellos. En su lugar, escribí en 1988 al Partido Verde británico, por entonces muy poco conocido y cuya política se basaba en la protección del medio ambiente. Me enviaron información sobre el partido que parecía bastante sensata, de modo que ingresé mi cuota de socio y empecé a organizar conferencias públicas para empezar una rama de los Verdes en la isla de Wight.
Las cosas empezaron a suceder rápidamente. En unas pocas semanas recibí una carta del promotor regional del Partido Verde en la que pedía que le mandáramos a un representante de la nueva rama de la isla de Wight para la próxima reunión. Fui yo, y al término de la reunión anunciaron que el representante regional del consejo nacional del partido había dimitido y que necesitaban candidatos para su sustitución. Como nadie quería el trabajo dije que lo haría yo, ¡y aun así dos personas votaron en contra mía! Creo que pensaban que estar en televisión significaba no ser «verde». En cualquier caso, dos semanas después me presenté a la primera reunión del consejo nacional, celebrada en un edificio cerca del Regents Park en Londres, y descubrí que estaba repleto de personas que sólo se miraban el ombligo y que podían hablar de Inglaterra sin llegar nunca a ninguna conclusión. Pude comprender perfectamente por qué el Partido Verde había sido un partido insignificante en la política británica. Antes del almuerzo, el «presidente» dijo que estaban buscando un portavoz que representara al partido en los medios de comunicación para el próximo año y que aquella tarde se haría el nombramiento. Durante el almuerzo un hombre se acercó a mí y me dijo que creía que sería positivo que alguien famoso en los medios de comunicación representara al partido, y me preguntó si estaría interesado. Le respondí que lo intentaría. Una hora más tarde me eligieron portavoz nacional del Partido Verde británico. Sólo hacía unas pocas semanas que me había asociado al partido (figura 13).
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