UN REY GOLPE A GOLPE: UNA HIJA SIN PADRE

Publicado el 24 de noviembre de 2021, 23:21

Una hija sin padre

De manera simultánea al noviazgo casi oficial con Gabriela de Saboya, Juan Carlos mantenía otras relaciones menos aristocráticas y formales. Se habló de flirteos con una noble madrileña y de otros amores fugaces en Zaragoza, apadrinados por Trevijano, en una época en que el único y verdadero amor del príncipe era un prototipo de coche deportivo de lujo de la marca Pegaso. Pero, sobre todo, se habló mucho sobre sus relaciones con la condesa italiana Olghina de Robiland, a quien había conocido en Portugal en 1956, pocos meses después de que muriera su hermano Alfonso, cuando ya le había pasado el disgusto y no se perdía ni un sarao. El amor a simple vista entre Olghina y Juan Carlos se produjo en una cena en el restaurante Muxaxo, junto a la playa del Guincho, organizado por un grupo de altezas reales: la "fiesta de los exiliados".

Olghina frecuentaba los círculos aristocráticos de Estoril cuando iba a visitar a su tía Olga, que tenía un palacete en Sintra. Y en aquel sarao coincidió con Juan Carlos, que no tardó en tirarle los tejos y sacarla a bailar. Él tenía 19 años, y ella 23. "Me gustas muchísimo, Olghina, te mueves como las olas...", le dijo. Y aquella misma noche consiguió llevarla a casa con el "escarabajo" negro que utilizaba para hacer desplazamientos cortos, después de haber aparcado un rato en un punto elevado mirando al Atlántico. Los asientos traseros de aquel coche fueron un punto de encuentro habitual durante ese verano.

Para Olghina, Juan Carlos era "iluso y un poco tonto", pero alto, rubio, de ojos azules…, y, sobre todo, sano, a diferencia de muchos de sus familiares. Pese a su juventud, le gustaba la "virilidad adulta" que tenía. La Robiland ya había recorrido mil caminos, incluyendo dos abortos de por medio. Sabía de la vida. Pero está claro que Juan Carlos supo ganársela. "Le encantaba sorprenderme y dejarme con la boca abierta", recuerda. Al parecer, que él fuera un príncipe heredero influyó poco en el hecho de que se enamorara. De hecho, entonces le consideraba un candidato muy distante e improbable a un trono inexistente. Y, por otro lado, nunca tenía dinero y a menudo tenía que pagar ella cuando salían a cenar o iban a un hotel. No fue una relación clandestina en absoluto. Él iba a buscarla a su casa y hablaba con su tía. Pero eso sí, tenía la firme convicción de que estaba llamado por el destino, "ya jugaba a ser rey", y le dejó claro desde el comienzo que de casarse nada. La candidata oficial seguía siendo Gabriela de Saboya. Olghina era… otra cosa, más carnal. En las cartas que le enviaba le decía: "Te quiero más que a nadie ahora mismo, pero comprendo y, además es mi obligación, que no puedo casarme contigo y por eso tengo que pensar en otra. Y la única que he visto, por el momento, que me atrae, física, moral, por todo, muchísimo, es Gabriela" (mayo de 1957). Ella creía, y discutió el tema con él, que podía competir con Gabriela en cuanto a genealogía.

Pero él no lo veía así, ni, desde luego, sus padres. Nunca fue considerada un partido a la altura. Y, además, era una libertina: "Me gusta dar todo lo que tengo, y como sólo me tengo a mí misma... Puede que en mi caso la generosidad no sea una virtud", decía de ella misma. Toda su vida estuvo atada a escándalos y sus propios padres le volvieron la espalda.

 

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