POR LA RELIGIÓN Y LA PATRIA (31 - 40) LA CONSPIRACIÓN PERMANENTE / POR UNA ESPAÑA LAICA

Publicado el 28 de noviembre de 2021, 15:26

...que se movía ya sin saber ni qué cosa decir que muriese o que viviese. Los hombres cogían a las prostitutas y modistillas medio desnudas y aún dicen que algunas desnudas con una bandera roja y las echaban a los camiones como fardos donde eran recibidas con gritos; se realizaron actos carnales en toda su crudeza por la Puerta del Sol; por las calles de Alcalá y del Carmen se formó una procesión de ambos sexos con rosarios y velas, cantando las groserías más inmundas, y dentro del Palacio de Gobernación que está en la Puerta del Sol los prohombres de la República gozándose del expansionismo del pueblo.

     La mente calenturienta del jesuita no se privó tampoco de imaginar lo ocurrido con motivo de la fiesta del 1.ºde mayo:

       Se han contado casos asquerosos. Un chiquillo de cinco años ha comido tanto hostigado por sus padres y por el público que ha muerto allí mismo. A una joven embarazada la han hecho abortar en presencia del público. Los pecados de la carne se cometen delante de los espectadores que quieran presenciarlos; se han bañado desnudos hombres y mujeres en los estanques [9] …

 

Ante la supuesta oleada anticlerical la respuesta no era otra que la movilización y la amenaza del clero. Esto no quita que en diciembre de 1931 la Conferencia de Metropolitanos (organismo parecido a la actual Conferencia Episcopal) informara a Pío XI en el sentido de que la proclamación y desarrollo de la Segunda República había revelado «realidades desoladoras» que mostraban que España no era tan católica como se suponía. Algunos vieron en esto una oportunidad de regeneración. Así, hubo quien valoró positivamente que las leyes republicanas obligaran a recuperar la catequesis fuera de las escuelas públicas, los que fueron conscientes de que el fervor de los católicos aumentó de manera llamativa a partir de 1931 e incluso aquellos que vieron bien lo de ir animando a los fieles a que, como en Francia, sostuvieran a su Iglesia. Más que nunca, la Iglesia comprobó que sus feudos seguían donde siempre: Castilla-León, Galicia, País Vasco y Navarra.

 

POR UNA ESPAÑA LAICA

 

La revolución política, es decir, la expulsión de la dinastía y la restauración de las libertades públicas, ha resuelto un problema específico de importancia capital, ¡quien lo duda!, pero no ha hecho más que plantear y enunciar aquellos otros problemas que han de transformar el Estado y la sociedad españoles hasta la raíz. Estos problemas, a mi corto entender, son principalmente tres: el problema de las autonomías locales, el problema social en su forma más urgente y aguda, que es la reforma de la propiedad, y este que llaman problema religioso, y que es en rigor la implantación del laicismo del Estado con todas sus inevitables y rigurosas consecuencias. Ninguno de estos problemas los ha inventado la República.

MANUEL AZAÑA, discurso de 13/10/1931

 

Veamos pues qué hizo la República para provocar tales reacciones. Antes conviene recordar que la Iglesia española, pese a que las apariencias pudieran indicar lo contrario, había salido reforzada de los embates que tuvo que librar con el liberalismo y el anticlericalismo durante el siglo XIX, siglo a partir del cual se sintió cercada por el enemigo. Vio mermado su inmenso patrimonio con las desamortizaciones, se quedó sin impuesto del diezmo y perdió su brazo de hierro: la Inquisición, pero Isabel II y Bravo Murillo, a través del Concordato de 1851, la reconocieron de nuevo como religión oficial de la nación, se comprometieron a mantenerla económicamente y pusieron en sus manos la enseñanza (especialmente la secundaria, lo que les permitía controlar la educación de las élites).

         Aunque más tarde, con la revolución de 1868 y la primera república, la Iglesia vio de nuevo sus privilegios amenazados y percibió otros enemigos como la industrialización, el crecimiento urbano y el surgimiento de la lucha obrera organizada, logró sobrevivir una vez más e incluso conocer una nueva época dorada durante la Restauración (Constitución de Cánovas de 1876) y la dictadura de Primo de Rivera, vertebrada en torno a Unión Patriótica, el partido creado por el dictador, cuya base no era otra que las asociaciones católicas. Fue de este modo como pudo crear la red de sindicatos católicos agrarios y cajas rurales. En tan largo período de tiempo (1874-1931) la Iglesia no dejó de recibir un trato privilegiado. Así que, a la altura de 1930, podía decir sin exagerar que había salido bien parada de los peligros surgidos desde la Revolución francesa a la Revolución rusa. De hecho, como han puesto de relevancia estudiosos como William J. Callahan [10] , la Iglesia de los años treinta era mucho más fuerte que la del siglo XIX por varias causas: la expansión de las órdenes religiosas, la proliferación de asociaciones católicas y la identificación de los intereses eclesiásticos con los de la burguesía.
Esta evolución había sido paralela a la identificación total de la Iglesia con la monarquía y la dictadura, a su rechazo frontal de la democracia y del pluralismo político, a su indiferencia ante las injusticias sociales y a su defensa sin matices de la propiedad privada, todo lo cual la había acabado convirtiendo a ojos del pueblo en un enemigo de clase.

          Las leyes aprobadas por la República no eran, pues, cosa del momento sino que surgían de la plena conciencia de la necesidad de ajustar el país a la realidad europea. El modelo, sin duda, fue Francia, cuya historia y cultura habían marcado a la España más avanzada desde finales del siglo XVIII, y muy especialmente la Tercera República con su ideal de laicismo, donde destacaba la labor llevada a cabo varias décadas antes por Jules Ferry desde el Ministerio de Instrucción Pública y la presidencia del Consejo de Ministros [11] . Convencidos de que en el...

 

[9] Verdoy, Alfredo, «Juicio y valoración de las siete primeras semanas de la II República vistas por un escritor jesuita. El diario del padre Alberto Risco, SJ (1873-1937)», en rev. Hispania Sacra, LXIV Extra I, enero-junio 2012, pp. 18-19 y 30.

[10] Callahan, W. J., La Iglesia católica en España (1875-2002), Crítica, Barcelona, 2003, pp. 221-271 (capítulo dedicado a la Segunda República).

[11] Darcos, X., La escuela republicana en Francia: obligatoria, gratuita y laica. La escuela de Jules Ferry, 1880-1905, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2008.

 

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