POR LA RELIGIÓN Y LA PATRIA: MOVILIZACIÓN CATÓLICA (50 - 60)

Publicado el 30 de noviembre de 2021, 13:10

MOVILIZACIÓN
CATÓLICA

 

Cuando llegue esa época,
que empezará abiertamente
en el año 1931, quiero que
todos mis hijos los hombres,
que tanto me han costado,
levanten su espíritu y
pongan en Mí y en mi Madre
Santísima toda su confianza.

Profecía de la Reverenda Madre Ràfols (

1781-1853).

 

Parece que se está de acuerdo en que fue Manuel Azaña quien, por más que haya quedado como lo contrario por su frase «España ha dejado de ser católica», «bandera de la campaña que, … un amplio sector del catolicismo español ya había iniciado contra la República», según Hilari Raguer [19] , supo reconducir la situación hacia una posición
intermedia, cuidando de que, dadas las considerables diferencias existentes, este asunto no acabara con la coalición republicano-socialista. La otra aportación clave fue la del republicano radical Rafael Guerra del Río, quien el 10 de octubre propuso la expulsión de los jesuitas y una ley de asociaciones religiosas que determinara el estatuto de las restantes.

La propuesta calmó el radicalismo de unos, del que serían víctimas los jesuitas en razón a su voto de obediencia a Roma (digamos que con su ilegalización se dio por olvidada la propuesta de disolución de las órdenes religiosas y la nacionalización de sus propiedades), y satisfizo el moderantismo de otros, lo que no hacía sino aplazar el problema para más adelante. El resultado fue que triunfó el laicismo más moderado.

En los primeros meses de 1932 vinieron nuevas reformas además de las ya comentadas. La más sonada, la disolución de la Compañía de Jesús y la nacionalización de sus propiedades. También el matrimonio civil, la legalización del divorcio y la reducción de la asignación económica que se daba a la Iglesia, cuya desaparición sería gradual. La campaña permanente de la derecha y la proliferación de conflictos locales seguían adelante sin descanso. Incluso Vidal i Barraquer —prueba de que la jerarquía no controlaba la prensa confesional ni incluso sus propias publicaciones— alertó a fines de 1931 sobre el «extremismo integrista».

En este sentido afirma Callahan que el propio Vidal pensaba que el mayor peligro para los intereses de la Iglesia residía en la oposición intransigente del grupo formado por carlistas, integristas y ultracatólicos, ya que estos, aun siendo una minoría, tenían capacidad de causar un daño enorme que afectaba además al resultado de las negociaciones. La propia Iglesia tampoco se quedaba atrás. Ya en otoño de 1931 el canónigo vasco Antonio Pildain, diputado clerical, afirmó que «la resistencia activa a mano armada contra leyes injustas era compatible con la doctrina católica» [20] .

Esta acometida fue acompañada por artículos clericales sobre «la licitud de la insurrección» y «la resistencia activa al Poder público». Este fue el caldo de cultivo que llevó al golpe militar de 10 de agosto de 1932, que —recordémoslo— tuvo por foco principal Sevilla, donde, por cierto, triunfó. Para que quedase claro su carácter integrista católico el cardenal Vidal se desmarcó de inmediato de la sublevación. La «Sanjurjada», como fue denominada la sublevación, aunque no juzgada con la severidad que la situación requería (para colmo luego, durante el Bienio Negro, se amnistió a los responsables), fue utilizada por el Gobierno para poner en marcha proyectos tan complejos como la Ley de Reforma Agraria y el Estatuto Catalán. Lannon nos recuerda que «la defensa de la Iglesia también estaba estrechamente vinculada a la defensa de la propiedad, sobre todo de la propiedad privada» [21] .

La prueba de que ya en 1932 el rebaño se había alejado nos la ofrece la misma Iglesia. La Visita ad Limina Apostolorum era la visita que los responsables de las diócesis realizaban al Papa cada cinco años. Supuestamente estas Relatio Quinquenalis (relación quinquenal) pretendían reflejar el Statu Animarum (estado de las almas) de los feligreses, pero en realidad eran mucho más. Contamos con la documentación y conclusiones de la que el cardenal Eustaquio Ilundain realizó en noviembre de 1932. La diócesis que representaba abarcaba Sevilla, Huelva y algunas zonas de Córdoba y Málaga, con una población de millón y medio de personas.

La base de la relación la constituían los informes de los párrocos, los cuales completaban una especie de formulario sobre número de feligreses y familias cristianas, cumplimiento del precepto dominical, recepción de últimos sacramentos, número de matrimonios y entierros civiles, número de concubinatos, estado de la educación cristiana, número de asociaciones católicas y congregaciones existentes,
número de centros izquierdistas, influencia de la prensa de izquierdas y difusión de escritos dañinos, existencia de masones y grado de cooperación con el párroco. Todo un informe político-social.

En sus conclusiones Ilundain, que aludió al socialismo y el comunismo como errores, destacó la actitud de las autoridades «contra cualquier manifestación de vida religiosa y
actividad católica», el desprecio contra el clero y las autoridades eclesiásticas y que se habían tenido que suprimir las misiones parroquiales en toda la diócesis. La situación era de «auténtica apostasía». Entre los vicios más frecuentes Ilundain destacaba la embriaguez, la blasfemia y el maltusianismo (control de natalidad). Por otro lado, muy pocos respetaban el descanso dominical, ni la obligación de ir a misa y comulgar: concretamente un 6% de los hombres y un 20% de las mujeres de la diócesis.

A menos de dos años de la proclamación de la República un 50% de los entierros eran laicos. La educación cristiana y los ritos con ella relacionados habían sido abandonados por la mayoría de la gente. El cardenal hablaba de una «verdadera inundación de prensa sectaria, irreligiosa y liberal». Además, si algo no soportaba la Iglesia es que la gente no solo abandonara sus ritos, sino que estuviera creando otros en los que ella no contaba para nada. Para Ilundain las causas de esta situación eran:

La creciente indiferencia religiosa práctica; las organizaciones socialistas y anarquistas triunfantes; el poderoso influjo subversivo de la masonería; el laicismo estatal republicano y la osadía y ataques de tantos exaltados, siempre impunes y arriba [22] .

En octubre de 1932 se celebró el debate sobre la Ley de confesiones y congregaciones religiosas, aprobada finalmente en mayo de 1933, fecha casi coincidente con el momento, julio de 1933, en que Vidal i Barraquer fue sustituido por el cardenal Isidro Gomá, otro catalán pero más en la línea de Segura. Para calcular lo que estaba en juego bastará decir que uno de sus puntos establecía que las catedrales, templos, rectorías y palacios episcopales pasarían a ser propiedad de la nación, aunque la Iglesia podría...

 

19] Raguer, H., «España…», p. 239.

[20] Callahan, W. J., La Iglesia…, p. 238.

[21] Lannon, F., Privilegio…, p. 227.

22] Ordóñez Márquez, Juan, La apostasía de las masas y la persecución religiosa en la provincia de Huelva 1931-1936, CSIC, Madrid, 1968, pp. 219-222. Debemos el conocimiento de esta documentación al canónigo Ordóñez, quien pudo utilizarla para su trabajo. Sin embargo, a investigadores posteriores, incluso recientes, les ha sido denegada diciendo que no aparece.

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