POR LA RELIGIÓN Y LA PATRIA: MOVILIZACIÓN CATÓLICA / LA POLÍTICA DE LA IGLESIA (61 - 70)

Publicado el 1 de diciembre de 2021, 17:07

...seguir usándolas. Además se les prohibía dedicarse a la enseñanza [23] . La reacción de la Iglesia y los sectores clericales fue tremenda. Poco antes, en junio, en la encíclica Dilectísima nobis, Pío XI comparó la situación de España con la de México y Rusia. Y, como nos recuerda Raguer, en octubre el papa ordenó a los obispos que instruyeran a los fieles sobre los peligros que corría la Iglesia y el deber de impedirlos «por todos los medios lícitos» [24]. Aconsejaba además que favorecieran la campaña para la revisión de la Constitución, que promovieran actos externos en los templos y peregrinaciones, rogativas, actos de reparación y de solidaridad y protesta con los sancionados.

La Iglesia siguió la táctica favorita de la derecha: «Acato pero no cumplo». Ante la «persecución religiosa» a que el Gobierno la estaba sometiendo, la Iglesia —resulta chocante ver a la Iglesia acusando de sectarismo laico al Gobierno—proponía «resistencia pasiva». De hecho, las órdenes religiosas, jesuitas inclusive, burlaron la prohibición de dedicarse a la enseñanza sirviéndose de argucias diversas [25]. Para amplios sectores católicos República equivalía a caos y persecución. Así pasó más tarde al lenguaje coloquial cuando los mayores criticaban el alboroto de los niños: «¡Esto es una república!». La «cuestión religiosa» siguió siendo foco de tensiones y problemas a lo largo de 1933. Según Callahan, «la lucha adquirió un carácter emocional y simbólico que despertaba en ambos lados pasiones que no se correspondían con la realidad de la situación» [26] .

 

 

LA POLÍTICA DE LA IGLESIA

 

Para España, la
mejor
de
las
repúblicas siempre
será peor que la peor
monarquía.

MATEO MÚGICA, obispo de Vitoria [27]

 

Y sin haberse llegado a desarrollar la normativa de las leyes aprobadas ni a aplicarse plenamente —la Ley de confesiones y congregaciones religiosas ni se llegó a poner en marcha—, las elecciones de 19 de noviembre de 1933, las primeras en las que votó la mujer en España, dieron la victoria a las derechas: la CEDA, con cien diputados, se convirtió en el mayor partido de las Cortes. De aquí a febrero del 36 la Iglesia obtuvo mejor trato del Gobierno (se actuó a favor de la enseñanza católica, se redujo el presupuesto de la enseñanza pública y se aprobó la Ley de haberes pasivos para paliar los efectos de la reducción de ayuda económica a la Iglesia), pero ni se llegó a cerrar el acuerdo con el Vaticano ni a modificar la Constitución. El problema, como captó Vidal i Barraquer, era que la coalición gobernante CEDA-Partido Radical tenía aún menos en común que la anterior de republicanos y socialistas. Sin embargo, fue durante esta etapa, con los acuerdos entre Lerroux y Gil Robles, cuando se posibilitó que existiera una mayoría católica en las Cortes (en las Constituyentes, de un total de 478, había una minoría católica compuesta por unos cincuenta diputados).

Y también fue en ese momento cuando la Iglesia tomó partido abiertamente por la CEDA. No en vano el líder cedista proponía «una verdadera y honda revolución con el crucifijo en la mano». Los objetivos de la Iglesia y la CEDA coincidían: había que frenar la «revolución» y favorecer «la religión, el orden y la familia». Iglesia y CEDA no tardaron casi en parecer lo mismo: Ángel Herrera Oria fue presidente de Acción Católica Nacional de Propagandistas (ACNP), fundador de la Editorial Católica y director del diario El Debate, impulsor de Acción Popular, núcleo de la coalición de partidos católicos (Coalición Española de Derechas Autónomas), y presidente del comité ejecutivo de Acción Católica. Después de la guerra fue ordenado sacerdote y tras pasar por el obispado de Málaga moriría a fines de los años sesenta como cardenal. Por su parte José María Gil Robles pertenecía igualmente a la ACNP. Según Callahan, la CEDA, más que un partido con un programa, era un conglomerado defensivo montado para proteger a la Iglesia e impedir que la izquierda llegara al poder o, en caso de que llegara, dejar sin efecto sus decisiones. Para Lannon, desde el nombramiento de Herrera como presidente de Acción Católica se tuvo la impresión de que «la CEDA era el proyecto político del catolicismo español» (en la CEDA la lealtad católica presuponía desprecio a la democracia) [28] . Frente a la vía que representaba el integrismo carlista o el de un Segura o un Gomá, Herrera Oria y Gil Robles vinieron a ser la opción «moderada» hasta que vieron que la política no les garantizaba la victoria. El partido católico (democristiano), republicano y conservador que hubiera servido de contrapeso a la CEDA solo existió en las nacionalidades históricas.

Fue en este contexto de triunfo clerical cuando, el día 4 de octubre, en un cambio de gobierno, el nombramiento de tres miembros de la CEDA provocó la condena de republicanos y socialistas y desató la huelga general que conduciría a la Revolución de Asturias de octubre de 1934 [29] . Ardieron cincuenta iglesias y fueron asesinados 34 religiosos. La represión, dirigida por Franco desde el Estado Mayor y en la que se utilizó al Ejército de África, fue desmedida. La experiencia fue clave para el 36: con moros y legionarios en vanguardia no había enemigo posible. En este sentido, la manera como se enfocó la represión de la comuna asturiana fue también parte clave del golpe en marcha. Por su parte, la Iglesia tuvo en Asturias la prueba definitiva de que la izquierda obrera la percibía como parte del poder que había que destruir.

Aunque cuando más circuló fue a partir de 1934, un poco antes, en plenas elecciones de noviembre de 1933, vio la luz la obra del canónigo salmantino Aniceto Castro Albarrán El derecho a la rebeldía, un violento alegato contra la línea eclesiástica que buscaba un acuerdo con el Gobierno prologado por Pedro Sainz Rodríguez. Para el canónigo la paz solo vendría de la guerra (en ediciones de posguerra pasaría a...

 

[23] De aprobarse dicha ley pasarían a depender del Estado 4000 colegios de enseñanza primaria y 295 de secundaria (Berzal de la Rosa, E., Valladolid…, p. 32).

[24] Raguer, H., «España…», p. 251. Ante los problemas que habían tenido varios obispos, pareció llegada la hora del «ejército laico», especialmente de las asociaciones de Padres de Familia, que irán subiendo el tono y controlando los consejos escolares desde 1932 a 1935 (Berzal de la Rosa, E., Valladolid…, pp. 24 y ss.).

[25] Las órdenes religiosas no aparecían como organizadores de los colegios, sino seglares católicos; el profesorado era el mismo de antes pero con ropa de seglar. Se llegó a organizar una Sociedad Anónima de Enseñanza Libre (SADEL), de la que dependían 52 colegios católicos que, por supuesto, siguieron con sus prácticas religiosas (Berzal de la Rosa, E., Valladolid…, pp. 53-59).

[26] Callahan, W. J., La Iglesia…, p. 243.

[27] Tomamos la cita de Dronda, J., Con Cristo…, p. 211.

28] Lannon, F., Privilegio…, p. 233.

[29] Señala Ángel Viñas en el trabajo ya citado que incluso la Inteligencia británica captó que octubre del 34 representaba la gran oportunidad para purgar al país. En este sentido puede ser interesante lo que pensaba Rafael Salazar Alonso, ministro de Gobernación en 1934. Parece ser que decía que «a los revolucionarios hay que provocarlos, llevarlos a la rebelión y así abortar la revolución antes de que sea demasiado tarde» (Cabeza de Vaca Munilla, A., Bajo cielos de plomo, Actas, Madrid, 2009, p. 39).

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