DIECISIETE CONTRADICCIONES Y EL FIN DEL CAPITALISMO: Prólogo. La crisis del capitalismo que toca ahora

Publicado el 2 de diciembre de 2021, 2:36

Sea cual sea la estrategia política que se siga, el resultado favorece al club de los multimillonarios que constituye ahora una plutocracia cada vez más poderosa tanto a escala nacional como en el mundo entero (caso de Rupert Murdoch). En todas partes, los ricos se están haciendo cada vez más ricos a toda velocidad. Los cien multimillonarios más ricos del mundo (de China, Rusia, India, México e Indonesia, tanto como de los centros tradicionales de riqueza de América del Norte y Europa) añadieron 240 millardos de dólares a sus arcas sólo en 2012 (suficiente, calcula Oxfam, para terminar con la pobreza mundial de un día para otro). En comparación, en el mejor de los casos, el bienestar de las masas se estanca, o más probablemente se degrada de manera acelerada o incluso catastrófica (como en Grecia y España).

Esta vez, la única gran diferencia institucional parece ser el rol de los bancos centrales, con la Reserva Federal de Estados Unidos jugando un papel de liderazgo o incluso dominante en el ámbito mundial. Pero desde su fundación (allá por 1694 en el caso británico), el papel de los bancos centrales ha sido proteger y rescatar a los banqueros y no el ocuparse del bienestar de la gente. El hecho de que Estados Unidos haya podido salir estadísticamente de la crisis en el verano de 2009 y de que las bolsas, casi en todas partes, hayan recuperado sus pérdidas, ha sido consecuencia directa de las políticas de la Reserva Federal. ¿Augura esto un capitalismo global dirigido por la dictadura de los bancos centrales del mundo cuya misión principal es proteger el poder de los bancos y los plutócratas? Si es así, ello no parece ofrecer una posibilidad de solución a los problemas actuales de unas economías estancadas y de unos niveles de vida en descenso para la mayoría de la población mundial.

Hay también mucha cháchara sobre las posibilidades de una solución tecnológica provisional de los males actuales de la economía. Aunque el entrelazamiento de nuevas tecnologías y nuevas formas organizativas ha jugado siempre un papel importante en la facilitación de la salida de las crisis, este nunca ha sido determinante. Ahora, la fuente de esperanza apunta hacia un capitalismo «basado en el conocimiento» (con la ingeniería biomédica y genética y la inteligencia artificial en primer plano), pero la innovación es siempre una espada de doble filo. Después de todo, la década de 1980 nos legó la desindustrialización gracias a la automatización, de forma que empresas como General Motors (que empleaba trabajadores sindicados y bien pagados en la década de 1960) han sido sustituidas por empresas como Walmart (cuya inmensa masa de trabajadores no está sindicada y gana salarios bajos), que son ahora los mayores empleadores privados de Estados Unidos. Si la actual oleada de innovación apunta en alguna dirección, es hacia la disminución de las posibilidades de empleo para los trabajadores y el aumento de la importancia de las rentas derivadas de los derechos de propiedad intelectual para el capital. Pero si todo el mundo intenta vivir únicamente de las rentas y nadie invierte en hacer algo, entonces claramente el capitalismo se dirige hacia una crisis de un tipo completamente distinto.

No son sólo las elites capitalistas y sus acólitos académicos e intelectuales los que parecen incapaces de romper de manera radical con su pasado o de concretar una salida viable de la intolerable crisis de bajo crecimiento, estancamiento, desempleo elevado y pérdida de la soberanía del Estado ante el poder de los propietarios de los bonos de deuda pública. Las fuerzas de la izquierda tradicional (partidos políticos y sindicatos) son claramente incapaces de organizar una oposición sólida contra el poder del capital. Han sido derrotadas tras treinta años de ataques ideológicos y políticos por parte de la derecha, mientras el socialismo democrático está desacreditado. El colapso estigmatizado del comunismo realmente existente y la «muerte del marxismo» después de 1989 pusieron las cosas peor todavía. Lo que queda de la izquierda radical actúa ahora mayoritariamente fuera de los canales de la oposición organizada o institucional, esperando que las acciones a pequeña escala y el activismo local puedan a la larga converger en algún tipo de gran alternativa satisfactoria. Esta izquierda, que por extraño que parezca acoge una ética de antiestatismo libertaria e incluso neoliberal, está alimentada intelectualmente por pensadores como Michel Foucault y todos los que han vuelto a juntar los fragmentos posmodernos bajo el estandarte de un posestructuralismo en gran medida incomprensible que favorece las políticas identitarias y se abstiene de los análisis de clase. Los puntos de vista y acciones autónomos, anarquistas y localistas abundan por doquier, pero dado que esta izquierda quiere cambiar el mundo sin tomar el poder, la clase capitalista plutócrata, cada vez más consolidada, se mantiene sin que se desafíe su capacidad de dominar el mundo ilimitadamente. Esta nueva clase gobernante se apoya en un Estado de seguridad y vigilancia que no duda en la utilización de sus poderes de policía para aplastar cualquier tipo de disidencia en nombre de la lucha antiterrorista.

Este libro está escrito en este contexto. El planteamiento que he adoptado es bastante poco convencional, ya que sigue el método marxista, pero no necesariamente sus prescripciones, y es de temer que los lectores desistan por ello de seguir resueltamente los razonamientos que aquí se exponen. Pero es evidente que necesitamos algo diferente en cuanto a métodos de investigación y concepciones mentales en estos tiempos intelectualmente estériles si deseamos escapar del paréntesis actual en el que se hallan inmersos el pensamiento económico, la aplicación de las políticas públicas y la política tout court. Después de todo, es evidente que el motor económico del capitalismo está pasando por dificultades graves. Avanza a bandazos entre chisporroteos que amenazan con una parada en seco o explosiones episódicas sin previo aviso aquí y allá. Las señales de peligro aparecen a cada paso junto con los pronósticos de una vida plena para todos en algún punto del camino. Nadie parece comprender de manera coherente el cómo, no digamos ya el porqué, de que el capitalismo esté en un momento tan malo. Pero siempre ha sido así. Las crisis mundiales han sido siempre, como Marx dijo una vez: «La concentración real y el ajuste forzoso de todas las contradicciones de la economía burguesa» 1. Desentrañar esas contradicciones debería revelarnos mucho sobre los problemas económicos que tanto nos aquejan. Con toda seguridad merece la pena intentarlo en serio.

También parecía correcto dibujar los resultados probables y las consecuencias políticas posibles que se derivan de la aplicación de este modo distintivo de pensamiento a la comprensión de la economía política del capitalismo. Estas consecuencias pueden no parecer realistas a primera vista, no digamos ya practicables o políticamente digeribles. Pero es vital que se lancen alternativas, por muy extrañas que parezcan, y si fuera necesario, que se adopten si las condiciones así lo indican. De esta manera se puede abrir una ventana a todo un campo de posibilidades sin explotar y sin reconocimiento. Necesitamos un foro abierto –una asamblea global, por así decirlo– para analizar en qué punto se halla el capital, hacia dónde se encamina y qué debe hacerse al respecto. Espero que este breve libro contribuya de algún modo al debate.

 

Nueva York, enero de 2014.

 

1 Karl Marx, Theories of Surplus Value, Parte 2, Londres, Lawrence and Wishart, 1969, p. 540 [ed. cast.: Teorías sobre la plusvalía, Barcelona, Crítica, 1977].

Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios

Crea tu propia página web con Webador