EL SUEÑO DE HIPATIA: 1 (1-20)

Publicado el 8 de diciembre de 2021, 2:04

Egipto, siglo IV. Los cristianos comienzan a dominar el panorama religioso, cultural y político, ensombreciendo a los sabios y filósofos que hicieron de Alejandría una tierra de sabiduría y tolerancia. Figura fundamental de esa lucha será Hipatia, matemática y astrónoma pagana y acérrima defensora de la cultura clásica. La vinculación de Hipatia al pensamiento neoplatónico, sus descubrimientos científicos y su abierto enfrentamiento a los máximos representantes del poder y de la religión cristiana harán de ella una víctima que la Historia no quiso olvidar. Por ello, cuando la Iglesia, en pleno siglo XX , se entera de la existencia de unos códices que documentan el pasado de los primeros cristianos, hará lo que sea por recuperarlos y tratar de relegar a Hipatia, de nuevo, al olvido. Pero un investigador británico no se lo va a poner nada fácil…

 

A los que buscaron la verdad
y lucharon para que nos
alumbrase

 

Agradecimientos


Las primeras páginas de El sueño de Hipatia cobraron vida en marzo de 2007, pero no fue hasta febrero de 2009, tras una conversación con David Trías en Almuñécar mientras hablábamos de las relaciones entre la historia y la novela histórica, cuando recibieron el impulso definitivo. Había decidido que la novela que quería escribir sobre Hipatia de Alejandría no fuese una novela histórica, sino un thriller donde hubiese una parte cuyo eje fuera la figura de la insigne matemática, en el marco de una Alejandría donde se disolvía ese mundo que conocemos como grecolatino —que en este caso concreto tenía un componente egipcio de suma importancia— y emergía el cristianismo como poder político. Era la forma de darle cuerpo a una mujer de la que apenas tenemos certezas sobre su figura y su vida, aunque su actitud vital, más que su legado intelectual, es todo un ejemplo.

La ayuda de Cristina, mi mujer, resultó impagable. No solo por la luz que arrojaron sus puntos de vista, en muchos aspectos completamente diferentes de los míos y sobre los que hemos hablado tantas veces que he perdido la cuenta, sino por su paciencia para soportar al escritor absorto y obsesionado con su tarea.

Gracias a Javier Sánchez por la lectura del original, que hubo de realizar con no pocas dificultades, y por sus siempre certeras observaciones.

Gracias a Gloria Abad por sus comentarios y por terminar de leer el original en Estambul, en la plaza Tazkim donde tan buenos ratos pasamos, y gracias también al comandante Sol quien, además de revisar el texto, me proporcionó datos sobre vuelos, aeropuertos, compañías aéreas y aviones.

 

1

 

Al sur del lago Mareotis, finales del año 370

La víspera había partido de su casa de campo, donde llevaba retirado varias semanas trabajando en el Almagesto de Ptolomeo. Lo acompañaban tres de sus criados y con ellos pasaría la noche cerca de los pantanos que se extendían al sur del lago Mareotis. Había reservado unas jornadas, antes de regresar a Alejandría, para dedicarse a uno de sus placeres favoritos: cazar en la zona donde se extendían los pantanos.
Allí crecía una exuberante vegetación en la que anidaban ánades, gansos, grullas, cigüeñas y era imposible el cultivo. Un puñado de privilegiados, con licencia del prefecto imperial, encontraba allí un paraíso para dar rienda suelta a sus aficiones cinegéticas.

Teón y sus criados habían pasado la noche soportando las chinches de los mugrientos jergones proporcionados por los labriegos a precios abusivos. Antes de que el sol apuntase, el astrólogo ya estaba levantado y sus criados lo tenían todo dispuesto para que disfrutase la primera de sus jornadas de caza.

Era cerca del mediodía y los dioses no se habían mostrado propicios. Teón tenía en su zurrón una pieza menor, pero no habían avistado una sola manada de ánades o de gansos, que era donde se centraban sus preferencias.

Parecía que la suerte iba a tornarse al descubrir uno de sus criados una bandada de ánades que se solazaba entre noche en un incómodo albergue, los juncales, ajena al peligro que les acechaba. Se acercaron con sigilo. Teón la tenía ya al alcance de su arco y seleccionaba la mejor pieza cuando el ruido de dos individuos, que se aproximaban con poco cuidado, alertó a las aves de una extraña presencia. Levantaron el vuelo y frustraron las expectativas del cazador.

Al volverse, con la cólera reflejada en sus ojos y el arco tensado, Teón comprendió que algo importante había sucedido. Quienes se acercaban, como si fuesen elefantes, eran esclavos de su casa; uno de ellos era Cayo, su ayudante en el observatorio.

—¡Menos mal que te hemos encontrado, mi señor! —exclamó sin apenas resuello.

Teón destensó el arco.

—¿Qué ocurre? —preguntó inquieto.

—¡El ama Pulqueria ha dado a luz!

La noticia lo sorprendió. Tenía bien echadas las cuentas y aún faltaban ocho semanas para que se cumpliese el tiempo del embarazo.
—¡No es posible! ¡Estaba de siete meses!
—Poco después de que partieras, el ama Pulqueria se sintió descompuesta —explicó Cayo—. En la casa se formó mucho revuelo y el mayordomo ordenó avisar a la partera, quien, tras examinarla, diagnosticó que estaba de parto.
—¿Qué ha ocurrido? —Teón tenía fruncido el ceño.
—Todo ha ido bien. Simplemente, tu hija ha decidido adelantarse.
—¿Cómo has dicho?
—Eres padre. Has tenido una hija.
—¿Has dicho hija? —Lo miró incrédulo.
—Sí, mi amo, eres padre de una niña.
Fue como si lo hubieran golpeado con una maza. El más famoso astrólogo de Alejandría no se molestó en disimular su desilusión. ¡Una hija! No podía explicárselo. Todo estaba planificado para que los astros se mostrasen favorables. Cuando llegaban determinados días, Pulqueria y él tomaban ciertas precauciones y copulaban cuando la posición de los planetas era la más adecuada. Teón sabía que el momento clave era la concepción y no el nacimiento. Ése era el instante decisivo para confeccionar un horóscopo que ofreciese garantías.
Teón, cuyos conocimientos sobre la influencia de los astros y su posición en el firmamento para saber qué deparaba el futuro a las personas a lo largo de su vida lo habían convertido en uno de los astrólogos más reputados de la ciudad, estaba desconcertado. Ignoraba qué podía haber ocurrido y le preocupaba el uso que sus enemigos pudiesen hacer de aquel fracaso. La mayoría de la gente utilizaba el momento del nacimiento para trazar el horóscopo, él lo hacía para sus clientes, pero los iniciados sabían que el instante de la concepción era el más importante, aunque casi nadie lo conocía con exactitud.
Había cumplido treinta y cinco años y no tenía descendencia. Su primera
esposa nunca se quedó embarazada y Pulqueria, su segunda mujer, había tardado siete años en hacerlo. Cuando lo supo, celebró una gran fiesta. Se engalanaron los jardines de la casa, hubo alumbrado extraordinario, se sacaron de la bodega los mejores vinos, los que se reservaban para las grandes ocasiones, se habían preparado los manjares más exquisitos y todos sus amigos acudieron a su llamada. Durante varios días los festejos se sucedieron en su mansión. Teón era el hombre más feliz de Alejandría. Iba a ser padre de un niño; sin embargo, siete meses después los dioses se habían mostrado poco misericordiosos.

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