¡MUERTE A LOS CÁTAROS! (1-10)

Publicado el 9 de diciembre de 2021, 3:39

Montségur, 1243. Las tropas del senescal de Carcasona, Hugues des Arcis, y el obispo de Narbona, Pierre Amiel, se preparan para el asedio del último bastión del catarismo. En pocos meses, la que fue una de las expresiones más refinadas de la razón y la fe cristiana quedará reducida a cenizas y, con ella, las últimas esperanzas de una de las figuras más importantes y enigmáticas del pensamiento occidental, Giordano Nemorario.

La lucha será encarnizada a muerte. El Papa Inocencio III dejó bien clara su decisión de acabar con la herejía cátara para consolidar todo su poder en el orbe cristiano. Con el exterminio de los últimos focos de resistencia, la Iglesia católica se convertirá en la única depositaría de la palabra de Dios y, con ella, del poder de administrarla entre reyes y príncipes. La razón y la libertad están en juego, y nadie podrá evitar su derrota. Sin embargo, Giordano ha urdido un plan que asegurará la victoria final… más allá de la muerte.

 

 

 

 

A los académicos de ninguna Academia.
A Concepció, mi Esclarmunda.
A mi madre.

 

 

 

Nota del autor


Todos los mártires de las fes religiosas, de la libertad y de la ciencia han debido desobedecer a quienes han querido amordazarlos si deseaban mantenerse fieles a su propia conciencia, a las leyes de la humanidad y la razón. El ser humano capaz sólo de obedecer, y no de desobedecer, es un esclavo.

ERICH FROMM

 

 

«Por una parte, tenemos la novela y, por otra, la historia. Algunos críticos sagaces han definido la novela como un fragmento de historia que habría podido ser y la historia, como una novela que se desarrolla en la realidad».

Esta reflexión de Gide podría, por sí sola, levantar el telón de cualquier novela histórica. Sin embargo, en La herejía pura, se pide algo distinto al lector que se apresta a seguir este camino, no tan sencillo.
Casi la mitad del manuscrito era completamente irrecuperable: se había disuelto en el aire sin haber podido revelarme su contenido. He echado mano de la historia para completar las lagunas del códice (al final de los capítulos VI , VII , VIII y IX ). A punto de terminar el trabajo —mientras lo leía todo— me di cuenta de que, además de enmendar las frases deturpadas e interpretar ciertas palabras muertas con el paso de los siglos, he impreso a La herejía pura un ritmo propio al traducir su rabia con mi esperanza. También, mediante la consulta de textos muy autorizados, he querido conservar la impronta de mi corazón ardiente. Con la traducción terminada, intenté aplacar mi ansiedad indagando entre las páginas de la historia: debía asegurarme de que no había caído en una falsedad artificiosa o en un pesado documento histórico.

Para comenzar, consulté el famoso diccionario estadounidense Who’s Who in Science. La búsqueda me decepcionó: Jordanus Nemorarius (o Jordanus Teutonicus, Jordanus Saxo o de Sajonia, Jordanus de Nemore), según aclaraba a continuación, era matemático y físico, nacido en Borgentreich (Westfalia), segundo general de la orden de los dominicos desde 1222, muerto en un naufragio a la vuelta de Tierra Santa en 1237… y con quien «la orden dominica había experimentado un fuerte impulso».
Pasaba, a continuación, a describir sus obras y su pensamiento científico.
Pero no me proponía examinar una sola fuente, por muy autorizada que fuese. De ahí llegué a descubrir un artículo de O. Klein publicado en Nuclear Physics en 1964, en el que se preguntaba (sin poder ofrecer una certeza aceptable): «¿Quién era Giordano Nemorario?». Poco después examiné minuciosamente la Breve historia de las matemáticas, de Egmont Colerus, en cuya página 138 dice que, al inicio del siglo XIII, Leonardo de Pisa —mientras vivió— fue un poderoso rival del «alemán Giordano, hermano dominico de gran influencia en todos los ámbitos». Obstinado contra todas aquellas razones, deseé profundizar aún más consultando la Historia de las matemáticas de Carl B. Boyer, que en la página 300 afirmaba: «Giordano Nemorario o de Nemore (de quien son inciertas las fechas de nacimiento y muerte) fue identificado con un tal Giordano Teutónico o de Sajonia, miembro de la orden dominica, muerto en 1237; a él se debe la primera formulación del plano inclinado». Las notas 8 y 9 del pie me remitieron a La ciencia de la mecánica en el Medioevo, de Marshall Clagett, donde, en la página 92, pude saber que Crutze creía que Giordano de Nemore y Giordano de Sajonia eran la misma persona, mientras que Denifle sostenía lo contrario.

¡Un estudioso que no se unía al rebaño! ¿Cómo pudo nacer aquella voz? ¿Quién sostuvo por primera vez aquella identificación? Me convertí en un ratón de biblioteca: descubrí, de este modo, que el primero fue, en 1314, un historiador inglés, un tal Nicholas Trivet de Norwich, teólogo y… ¡fraile dominico!

A partir de él, buena parte de las enciclopedias, textos científicos y biografías de todo el mundo daban casi por cierto que Giordano Nemorario no podía haber sido otro que el beato alemán Giordano de Sajonia. Pero ¿cómo era posible que la copiosa obra científica de este oscuro Giordano —¡el precursor de Leonardo da Vinci!— hubiese sido transmitida y, en cambio, no se supiese nada de su vida? ¿Y quién era el tal beato Giordano de Sajonia con el que se lo identificaba? Un fraile negro… ¡el mayor inquisidor de todos los inquisidores de Lombardía, Toscana, el reino de Sicilia, Alemania, España y Francia! Intenté imaginarme a este científico inmerso en el estudio de las matemáticas, de la ciencia que —según decía— podía dar, a todo lo que la rodeaba, «la belleza de la verdad y la verdad de la belleza» e intenté que se pusiese de pie, que tomase una antorcha, que prendiese fuego a una de aquellas hogueras horribles, que contemplase los espasmos mortales de las pobres criaturas de Dios que ardían ante sus ojos.

No. El Giordano que imaginé nunca blandió una de aquellas teas.

En aquel punto, la curiosidad y las ganas dejaron paso al deber de ir hasta el fondo y, finalmente, consulté la biografía científica moderna más autorizada del mundo, el Dictionary of Scientific Biography de la Universidad de Princeton, que toma una postura muy clara: de acuerdo con el estudio de las fuentes, los textos y la obra completa de ambos personajes, excluye con absoluta certeza que Giordano Nemorario pueda ser confundido con Giordano de Sajonia. La enciclopedia Treccani concluye: «Puesto que, en algún manuscrito del siglo XIII, se lo denomina Nemore, es plausible que Giordano fuera natural de Nemi».

Éste fue el inicio. A partir de entonces, comenzaron a encajar las piezas de aquel gran mosaico que albergaba la historia del manuscrito. El argumento pertenecía a la historia conocida; la de Giordano, sin embargo, era una tragedia que habían intentado sellar con sangre. Después de tantos siglos, me corresponde a mí desenterrarla. Si alguien hubiese guiado mi mano dentro de esa oscura grieta —en las entrañas de la tierra— para recoger el testimonio de la masacre de un pueblo, tan sólo habría contado con mi conocimiento del occitano… y mi modo de concebir la escritura, que debe ser «aguzada por el conocimiento y plena de nostalgia si quiere despertar al hombre de su sopor».

El eminente profesor de historia de la ciencia A. Rupert Hall, tras preguntarse pleonásticamente, «¿por qué ahora y no antes o después?» y «¿por qué aquí y no allá?», creyó haber resuelto la cuestión afirmando: «El hecho de que un acontecimiento ocurra tiene, sencillamente, su opuesto en el hecho de que no ocurra tal acontecimiento» para concluir: «La revolución científica del inicio de la Edad Moderna pudo no haber tenido lugar».

No. Se trata de una hipótesis demasiado simplista.

En los años que precedieron a la publicación de la primera edición de La herejía pura (con el título de La vía del sole, en Edis, 1996) me volqué en cuerpo y alma en el estudio de la historia de la ciencia, una materia fundamental para escribir la historia del hombre porque, de manera inevitable, lleva al conflicto entre la razón y la religión, un conflicto que ha marcado el destino de la humanidad. Mientras actualizo esta nota para la nueva edición de La herejía pura, en el Museo Arqueológico de Nápoles todavía puede verse una exposición denominada ¡Eureka! El genio de los antiguos. Los periodistas que han cubierto la noticia del acontecimiento, renunciando a su espíritu crítico, han hecho suyas las palabras del ministro de Cultura, Rocco Buttiglione, quien en la página introductoria del catálogo escribe: «La gran biblioteca de Alejandría desapareció» y, sí, «en aquella época se produjo una revolución científica fundamental» si bien «aquella época declinó por motivos que todavía suscitan preguntas y para los cuales difícilmente hallaremos una respuesta única y satisfactoria».

He dedicado parte de mi vida a explicar los motivos por los que aún nos hacemos preguntas, valiéndome incluso de textos como La revolución olvidada. El pensamiento científico griego y la ciencia moderna, del profesor Lucio Russo, titular de Cálculo de probabilidades en la Universidad de Roma, una obra que demuestra de manera indiscutible el nivel alcanzado por la revolución científica iniciada por los griegos hace dos mil cuatrocientos años, en el siglo IV antes de nuestra era, y que ardió en el crisol de los científicos de la escuela alejandrina durante siete siglos.

Y he hallado una sola, aunque satisfactoria respuesta, amplia y detalladamente documentada en mi trilogía histórica (La herejía pura, Roghi fatui e Ipazia, scienziata alessandrina), en la que narro cómo el camino filosófico y científico del hombre se interrumpió a causa del pacto perverso (como lo denomina Gibbon) entre un Imperio romano agonizante y una Iglesia católica naciente que culminó en el año 415 con la aniquilación de la científica alejandrina Hipatia y toda su escuela. Ese mismo año comenzó el oscurantismo cristiano que privó al género humano de otros mil doscientos años de progreso.

Ocho siglos después del asesinato de Hipatia, otro científico desconocido intentó mostrar al mundo «las llaves del saber» arrancándolas del polvo ensangrentado de las bibliotecas: Giordano Nemorario, el predecesor de Leonardo da Vinci. Ésta es su historia.

 

Roma, noviembre de 2005

 

«Uno de los temas recurrentes en las novelas históricas de Adriano Petta es la divulgación de los instrumentos culturales y del saber científico como arma para combatir la opresión».

La Rinascita della sinistra

«El autor, con un profundo sentimiento, da luz a la figura humana y trágica de Giordano Nemorario, que tiene la apariencia de científico y precursor similar a la de un Leonardo da Vinci (…). Un pequeño gran libro, una perla para custodiar, un libro que no debe olvidarse».

Hera

«El estilo del libro es el de una novela histórica. Su lectura es amena; los saltos temporales —que recorren un arco de cuarenta años— resultan muy interesantes; el reclamo cultural es estimulante pero no pedante».

L’ateo

«Petta, con un lenguaje fluido, nos introduce en un momento complejo de la historia de la humanidad: la herejía de los cátaros y la reafirmación del pensamiento libre».

Punto d’Incontro

«Un apasionante viaje en un periodo fascinante de la historia durante el cual, la razón, la ciencia y la disidencia religiosa y política se alzaron contra el poder encarnado en la figura del Papa Inocencio III, uno de los personajes más sanguinarios de todos los tiempos, inspirador de una guerra fratricida (…). Un libro ágil, impregnado de una ambientación fascinante».

Mangialibri

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