En España, en una primera fase, antes de la muerte de Franco fue fundamental el apoyo político y financiero de organizaciones asentadas en la República Federal de Alemana (las internacionales democristiana, socialdemócrata y liberal), para recrear los partidos políticos que tendrían el poder unos años más tarde. En julio de 1974, se convocó en Suresnes (Francia), con mucha urgencia y con la financiación del partido en el Gobierno de la RFA, un cónclave de jóvenes escindidos dos años antes del tronco del PSOE, situados al frente del equipo de Felipe González, los socialdemócratas de la baza norteamericana disfrazados de izquierdistas.
Los colaboradores de Juan Carlos intensificaron los contactos con la oposición controlable. José Joaquín Puig de la Bellacasa, que justo antes de entrar al servicio de Juan Carlos había estado en la Embajada de Londres con Fraga, se encargó fundamentalmente de ayudar al príncipe a mantener contactos con la prensa, sobre todo con la extranjera, y con algunos políticos de la oposición. Había sido miembro fundador de un grupo que se denominaba Asociación Española de Cooperación Europea, que reunía a monárquicos, democristianos y liberales (como Íñigo Cavero, Fernando Álvarez de Miranda y Leopoldo Calvo Sotelo), y se ocupó especialmente de este sector. Pero también trajo a La Zarzuela a gente como Fernando Morán, José Pedro Pérez Llorca, Manuel Villar Arregui, Jordi Pujol y algunos nacionalistas vascos de derechas. Otro colaborador de Juan Carlos, Nicolás Franco Pascual, sobrino del dictador, se encargó de hacer otra lista con las cincuenta personas que consideraba tenían más peso en el arco político y social del país, desde la derecha establecida en el poder hasta la izquierda que se refugiaba en la clandestinidad. Y se dedicó a entrevistar, uno por uno, a los que había apuntado. Lo que le interesaba saber al juancarlismo, con tanta exactitud como fuera posible, era el grado de flexibilidad política existente en la España que Franco traspasaba a Juan Carlos.
Querían tener controlado hasta dónde serían capaces de sacrificarse, tanto los que estaban en el poder como los que estaban en la oposición, para conseguir el consenso de una reforma pacífica.
A finales de 1974 tuvieron lugar sus encuentros con Santiago Carrillo y Felipe González. No era una cosa que se hiciera a espaldas de Franco, ni mucho menos. De hecho, prácticamente se anunció en la prensa.
En abril de 1975, la revista Cambio 16 publicó una entrevista con el sobrino del dictador, con su foto en la portada, en la que se declaraba "demócrata". Entre otros cosas, decía que era "urgente dar voz legal y el voto correspondiente a la izquierda". Y añadía: "No tiene por qué haber presos políticos. Es absurdo seguir pensando en la existencia de delitos de opinión". Y todo esto, sin que se produjera ningún escándalo, después de que el entrevistado leyera las galerades enviadas por la revista y lo comentara con Franco.
Con Santiago Carrillo ya había habido algunos intentos de contacto previos, antes de Nicolás Franco. En una rocambolesca operación, Juan Carlos había enviado a su amigo Manuel Prado y Colón de Carvajal a Rumanía para solicitar la mediación del presidente Ceaucescu, a quien el príncipe había conocido en las fiestas conmemorativas del Sha de Irán, en Persépolis. Cuando acababa de poner los pies en Bucarest, a pesar de la carta de presentación que traía, Prado no pudo evitar que lo encerraran durante dos días. Después de aclarar su situación, fue recibido por Ceaucescu, pero la enrevesada gestión sirvió más bien de poco. El presidente rumano intentó organizar una entrevista entre Carrillo y el general Díaz Alegría, que al final no se pudo llevar a cabo y, además, le costó el puesto al entonces jefe del Alto Estado Mayor del Ejército.
La aproximación del sobrino de Franco en verano de 1974 salió mucho mejor. Viajó personalmente a París para reunirse con el líder del PCE, y comieron juntos en el Vert Galan con el visto bueno del Régimen. El PCE era el partido más importante de la oposición y se pensaba que legalizarlo evitaría que el PSOE aglutinara a toda la izquierda. El representante del príncipe sacó una "impresión positiva y constructiva de la reunión". De hecho, Carrillo comprometió al PCE a no mover ni un dedo hasta que Juan Carlos fuese coronado rey, y a reconocer a la monarquía a cambio de legalizar el partido. No se podía pedir más.
Al cabo de poco tiempo, Nicolás se entrevistó con Felipe González en Madrid en una cena en casa de José Armero, en Pozuelo. De esta entrevista salió todavía más contento. El Partido Socialista giraba hacia el electorado socialdemócrata, para lo cual asumía que habría de abandonar una serie de dogmatismos inflexibles. Todo iba saliendo tan bien, de acuerdo con las directrices marcadas desde la Tritateral y los Estados Unidos, que prácticamente parecía que hubiera telepatía. Un colaborador del presidente Ford, después de entrevistarse en Madrid el mayo de 1975 con Juan Carlos, declaraba a Le Monde: "La transición gubernamental en España se efectuará en el transcurso de los próximos cinco años". En septiembre, Felipe González decía al diario sueco Dagem Nyheten: "Espero la instauración de la democracia en España de aquí a cinco años".
Eso sí, hasta 1976 --para algunos detalles como el tema de la OTAN, todavía más tiempo-, tanto Carrillo como González postularon en público exigencias que entraban en contradicción con los compromisos que ya habían adquirido en nombre de sus partidos, todavía secretos incluso para su propia militancia de base. Que continuaran hablando de la formación de un gobierno provisional, la amnistía, las libertades, el referéndum sobre monarquía o república, sólo era una cuestión de imagen, puro teatro para las masas.
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