"Sí dos tetas valen más que una carreta, imagínate seis tetas a la vez... Vamos a ver qué pasa", dijo Juan Carlos a más de uno en su despacho de La Zarzuela, cuando vio que en el equipo del búnquer de El Pardo se alistaba, pisando fuerte, María del Carmen Martínez-Bordiú, la nietísima, tras casarse con Alfonso de Borbón y Dampierre. La boda de su madre ya había incorporado una pieza de artillería, el marqués de Villaverde. Pero el Dampierre era el más peligroso de todos. El hijo de Jaime, el hermano mayor de Don Juan, era el preferido de los falangistas para suceder a Franco desde hacía años y aunque no era fácil que el dictador pudiera volverse atrás en el nombramiento de Juan Carlos, la cosa tenía su peligro. El príncipe lo pudo percibir claramente cuando, tras la ceremonia nupcial, celebrada el 8 de marzo de 1972 en la capilla de Pardo, Doña Carmen Polo, señora de Franco, se inclinó reverencialmente ante su nieta como si fuera una reina. Otro detalle que no le gustó nada fue que el infante Don Jaime regalara al dictador un Toisón de Oro, asumiendo el papel de cabeza de la Casa de Borbón; y mucho menos que Franco la aceptara --aunque no lo usó nunca--, después de haber rechazado el que le había ofrecido su padre diez años antes.
Poco tiempo después, en el mes de julio, cuando coincidieron en Estocolmo, Alfonso le dijo a López Rodó: "Reconozco la instauración del 22 de julio y a mi primo en tanto respete los Principios fundamentales. Si no los respetara, dejaría de reconocerle". El ex-ministro del Opus informó a Juan Carlos de esto y, poco después, en octubre, del hecho de que su primo había pedido a Franco que lo nombrara príncipe. Al parecer, Carrero había defendido el asunto como mejor había podido, diciéndole a su Caudillo que esto sólo se tenía que hacer a petición de Juan Carlos. Y Franco no vio el problema por ninguna parte: le dijo a Carrero que redactara un borrador de la solicitud para que su sucesor lo firmara inmediatamente. Fue un mal trago para el príncipe, que quería seguir ostentando el título en solitario. Si oficialmente había dos príncipes, era como si hubiera dos sucesores. Era ponérselo más fácil al Dampierre. Pero no se podía enfrentar con Franco. Aquello era una trampa.
Para solucionarlo, Juan Carlos fue a ver al Generalísimo el día 20, tras el funeral por Primo de Rivera en el Valle de los Caídos. Pero no se atrevió a decírselo cara a cara, y le entregó "una nota', que le habían preparado sus colaboradores con mucha cordura, "negociando" una salida al conflicto. Argumentaba que la coincidencia de títulos produciría confusión y que, además, aquello de "Príncipe de Borbón" (que era el que Alfonso había sugerido) sonaba "muy francés". Proponía como compensación que se le concediera el tratamiento de alteza real y el título de duque de Cádiz. Y Franco aceptó, cosa que supuso una victoria moral para Juan Carlos. El 22 de noviembre, coincidiendo con el nacimiento del primero bisnieto del Caudillo, que también lo era de Alfonso XIII, dictó un decreto por el cual, "a petición de su Alteza Real el Príncipe de España", concedía a Alfonso de Borbón y Dampierre las dos distinciones propuestas.
El último obstáculo borbónico parecía que se había superado felizmente. Mientras vivió, Franco no dejó ver nunca que dudara lo más mínimo de la decisión que había tomado en 1969. De hecho, no se preocupó de atender a su casi consuegro, el infante Don Jaime, durante los últimos años de su vida, en los que, siempre escaso de dinero, incluso tuvo que dejar su casa en Rueil-Malmaison porque no podía pagar el alquiler. Al Caudillo no le caía bien. Después de haberse divorciado de Manuela Dampierre, se le había ocurrido casarse (un matrimonio no reconocido por el Estado español) con Carlota Tiedeman, una prusiana alcohólica, cantante de cabaret. En marzo de 1975, en París, durante una violenta discusión con Carlota, Jaime cayó y se golpeó en la cabeza. Murió al cabo de unos cuantos días, el 22, tras ser trasladado al hospital Saint-Gallo de Suiza. Cuando Don Jaime murió, Alfonso de Borbón y Dampierre asumió a partir de entonces que él era la cabeza de la Casa de Borbón. Aunque hubiera reconocido la renuncia de su padre al trono, que no era el caso, esto no tendría por qué haber supuesto una renuncia implícita también a este otro honor, que le correspondía como primogénito de Alfonso XIII. Como una cosa era Franco y otra cosa el búnquer, él y su familia política continuaron intrigando para desplazar a Juan Carlos durante los meses escasos que le quedaban al decrépito dictador, que vivía su último otoño. Y como estaba tan enfermo que pasaba inconsciente la mayor parte del tiempo, Juan Carlos volvió a preocuparse por su suerte, ante la posibilidad de que el aparato del Pardo o los falangistas dieran un golpe de timón a última hora.
"¿Qué debo decirle a Franco?", le preguntó Juan Carlos al doctor Pozuelo, sin saber lo que tenía que hacer. Y el médico del Pardo le sugirió, sobre todo, que le tratara con afecto. "Dígale que le quiere más que a su padre, porque su padre quiere quitarle el reino y él, en cambio, quiere dárselo". Y también, mientras Sofía asentía con la cabeza: "Juegue usted mejor sus cartas, Alteza. ¿No se da cuenta de que los hijos del duque de Cádiz se pasan aquí todo el día llamándole abu, abu, sin parar? Yo le recomiendo que venga usted todos los días, aunque sea un rato, y que traiga a sus hijos para que estén con él, para que sienta el afecto que le tenéis". Obediente, Juan Carlos visitó al Caudillo más a menudo con los niños y dejó para la historia escenas entrañables de toda la familia unida acudiendo al Pazo de Meirás a ver al "abuelito". Cuando hubo entablado la última y decisiva batalla, venció a su primo sin demasiados problemas.
Sin embargo, como si realmente hubiera logrado la Corona de Francia --que era otra de sus pretensiones como Borbón, después heredada por su hijo Luis Alfonso-, Alfonso de Borbón y Dampierre tuvo el honor de morir decapitado por un cable que se interpuso en su camino mientras esquiaba en Beaver-Creak, Colorado, el 30 de enero de 1989.
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