LA SOCIEDAD CARNÍVORA: Prólogo (Miguel Grinberg) (1-19)

Publicado el 11 de diciembre de 2021, 4:00

 

 

 

La sociedad carnívora reúne una serie de charlas que brindó Herbert Marcuse en Alemania, ante un público universitario, a propósito de la necesidad de generar una revolución. Muchas de las ideas que aparecen en La sociedad carnívora prefiguran lo que fue el movimiento de Mayo 68, y se anclan en otros textos que escribió Marcuse, principalmente El hombre unidimensional y Crítica y revolución. Ante un mundo fragmentado, luego del estallido de las revueltas de 1968, Herbert Marcuse se pregunta por una posible salida, por dónde podría estar la fuga del sistema capitalista hacia un mundo mejor.

«La Izquierda debe tratar de excitar la percepción y la conciencia de otros, y fragmentar el molde de comportamiento y lenguaje del corrupto universo político, un molde que es impuesto sobre toda actividad política. Se trata de una tarea casi sobrehumana y requiere una casi sobrehumana imaginación, principalmente el esfuerzo para encontrar un lenguaje y organizar acciones que no sean carne y uña
con el habitual comportamiento político. Algo que quizá pueda comunicar que lo que hay allí funcionando son seres humanos con necesidades distintas y metas diferentes que todavía no han sido y espero que jamás sean disuadidas».

 

 

 

 

 

Prólogo

(Miguel Grinberg)

 1
 

La Nueva Izquierda no es otra cosa —todavía— que el embrión de un pensamiento radical, de un credo revolucionario que al plasmarse en realidad barrerá la guerra de las ideologías e inaugurará un definitorio capítulo en las luchas por la liberación dentro de las sociedades llagadas por el colonialismo. La Nueva Izquierda es —por el momento— un difuso conglomerado de jóvenes insatisfechos, de hijos de la clase media con complejos de culpa, de estudiantes agitados por pasiones nacionalistas burguesas, de adolescentes rebeldes y de genuinos revolucionarios en proceso de clarificación. La Nueva Izquierda no es —hasta aquí— una organización revolucionaria, pero en gran medida se siente heredera natural de la Revolución. Una revolución que quiebra todos los esquemas conocidos, inclusive los de los países hoy llamados «socialistas». La Nueva Izquierda es un cuerpo ideológico en gestación, un signo de salud en el cuerpo de una sociedad trastornada.


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Herbert Marcuse habla a esta Nueva Izquierda. Reflexiona en voz alta. No ofrece una doctrina salvadora ni se erige en profeta revolucionario. Define con modestia una serie de fenómenos sociales. Expone un diagnóstico de la enfermedad que nos aqueja. Esta sociedad nuestra de cada día —flor carnívora— a medida que nos sitúa en la opulencia también nos esteriliza y anula nuestra necesidad biológica de
cambio con todas las perturbaciones psicológicas que ello implica. Marcuse no incita a la violencia. Simplemente señala una situación, según la cual la violencia ya existe y se manifiesta mediante todos los ritos represivos de esa sociedad descompuesta que insiste en perpetuarse y —al mismo tiempo— pretende arrastrar a los jóvenes en su caída. Allí donde Marcuse se detiene, allí comienza un desafío a la imaginación de esos jóvenes para que pongan en marcha ceremonias reveladoras. Para que encarnen la Revolución. Para que en el momento de la verdad, teoría y práctica, pensamiento y acción, determinen de modo unificado la trasmutación radical del Sistema (Aparato o Establecimiento) insocial que ahoga y persigue toda vez que uno resiste a la asfixia.


3


Marcuse habla a los jóvenes intelectuales. Les pide que abandonen sus complejos de inferioridad. Les confirma que su rol es limitado, pero que igualmente deben actuar. No es posible esperar que otros hagan. Hay que proponer una alternativa. Y si no la tienen, crearla. Desarrollar potencialidades ocultas del hombre. Resistir la mutilación de la entidad humana por parte del Sistema. Debe tomarse la vida como un fin en sí misma. Estimular el cambio cualitativo, alentar el crecimiento de un nuevo tipo de hombre —que ya late en nosotros— biológicamente impulsado hacia la liberación. Dinamizar la dimensión profunda de la existencia humana. Soltar todos los lastres. No en abstracto sino en concreto. Iluminar, educar. Desenvolver una conciencia revolucionaria.

 

4

 

Los sistemas represivos en boga sofocan la necesidad biológica de cambio. La sociedad de la abundancia sacia los estómagos pero aniquila los espíritus. El intelectual consciente de la podredumbre del «orden» reinante debe abandonar las poses exquisitas y consolidar una negación positiva, un rechazo germinador. Ello requiere una estricta preparación ideológica (cultural) que arranca de una convicción: no quiere ser parte del sistema imperante. Y de inmediato será marcado por los reguladores del Aparato. Los burócratas, los parásitos y los mediocres que forman la infraestructura del Establecimiento paternalista autoritario verán en él a un elemento disolvente. Los custodios de la estructura totalitaria le pegarán la etiqueta de «monstruo». Los encargados de abolir las disensiones y de fabricar mentes condicionadas lo calificarán de «subversivo», de «idiota útil de credos foráneos», de «aventurero al servicio del caos», de «portador de ideas extrañas al sentir de la mayoría», etc. El pensador radical ha hecho su opción. Anhela una forma superior del socialismo que dista enormemente de eso que en otros lugares suele llamarse de la misma manera. Y llevará su misión hasta las últimas consecuencias. La Revolución no es un entretenimiento, es un apostolado. La sociedad represora no escatima esfuerzos para amordazar al inconforme. El activista radical no escatima esfuerzos en la lucha para la erradicación de todas las mordazas.

 

5

 

Por una parte, el opresor se coloca una máscara de Revolución, identifica su supervivencia con el destino de la nación, y trata de barrer a todo lo que ponga en tela de juicio su legitimidad. Por otra parte, disfrazados de activistas radicales múltiples provocadores —algunos, meros agentes de pulpos que aspiran reemplazar a los ya enquistados en el cuerpo del país; otros, simples agentes de la misma sociedad represora— se infiltran en las filas de la Nueva Izquierda para sembrar semillas de autodestrucción, para estimular guerras civiles, para distorsionar los verdaderos móviles de la lucha revolucionaria. Clama Marcuse: «Todos ustedes saben que sus filas están infiltradas por agentes, por imbéciles y por irresponsables». Estos buscan establecer un círculo vicioso, estabilizar la cadena frustración-violencia-represión, a fin de crear contracondiciones propicias para la neutralización de la Revolución que  importa. Nunca como ahora se ha hecho tan importante estar alerta ante tales maquinaciones.

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