ESTATUT LEGAL, PERO ILEGÍTIMO

Publicado el 23 de diciembre de 2021, 19:50

21 de junio de 2006. Antonio García-Trevijano

 

El Presidente de la Generalitat, Sr. Maragall, no es precisamente Honorable por su cultura. La noche de su derrota anunció que la rotunda victoria en el Referéndum daba plena legalidad y legitimidad al Estatut, aunque reconoció que había nacido con insuficiente autoridad moral. Habrá que explicarle a este producto humano de la autonomía cultural de Cataluña, que los conceptos de legitimidad y autoridad moral tienen el mismo significado cuando se aplican a las instituciones políticas.

La falta de autoridad moral de las instituciones es cosa distinta del desprestigio social que conquistan por sí mismas, con su corrompido o ineficaz funcionamiento. Por ejemplo, la clase política y la judicatura de la Monarquía ocupan el último rango de los prestigios sociales, pero son legales y legítimas. Los hombres que dirigen esas instituciones no son prestigiosos, pero tienen las habilidades denotadas con el significado original de la palabra prestigio, es decir, son prestidigitadores. Conocen el juego de manos del poder y de la corrupción. Saben lo que es nombrar y dar a dedo. Y su juego lo desarrollan con fruición, bajo el armiño de protección ambiental que les presta la Corona.

La legitimidad pertenece a otro orden de ideas. Se tiene, o no se tiene, desde que nacen las personas o las instituciones, según los criterios de moralidad social preponderantes en cada tipo de orden político. La legitimidad tradicional hacía ilegítimos a los bastardos comunes y legítimos a los Reales. La legitimidad democrática solo la otorga el modo libre y mayoritario de nacer. Como la Monarquía de Partidos no pertenece al orden tradicional ni al democrático, ha tenido que basarse en el mismo tipo de legitimidad que las dictaduras. Son legitimas si duran.

Pero el orden oligárquico del equilibrio entre Partidos Estatales solo se estabiliza con la duración del prestigio-prestidigitador de un Monarca que firme con la mano derecha lo que esconde la campechanía de su mano izquierda. Y como pasa en los juegos de manos, una vez descubierto el truco desaparece al instante toda la magia. Este es el secreto de que de repente se haya hundido, con la ilegitimidad del Estatut (un cambio en las reglas de juego del poder es aprobado por tan solo el 36 % del censo), la legitimidad de la Monarquía de Juan Carlos. Y la hipocresía del establecimiento quiere que tan solo se ahogue el heredero.

La fiebre republicana de que hablaba el debate televisado, o como dice la gentil escritora de El Mundo, la tendencia republicana que ha observado en todas las cenas a las que acude y que ella misma siente de modo tan instintivo como su heterosexualidad, es el malestar que produce el desencanto de ver el truco de la prestidigitación o de descubrir los niños a los Reyes Magos. La tendencia republicana es la primera llamada social al juego limpio. La segunda será la del Movimiento Ciudadano por la República Constitucional. única forma de Estado que garantiza, con la democracia y la unidad de España, la limpieza política.

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