Desde el comienzo de la guerra, los enviados de Franco reclutan mercenarios moros bajo la promesa de fáciles ganancias y aventura. En las cabilas del Rif marroquí, asoladas por las malas cosechas recientes, amenazadas por la hambruna, sobran muchachos y hombres dispuestos a ir a la guerra. El salario, doscientas pesetas al mes, una garrafa de aceite y un pan diario, les parece un pastón.
Los mercenarios moros provienen de una belicosa cultura tribal en la que los hombres se educan para la guerra. Están acostumbrados a la vida dura y a las penalidades. Por otra parte, los estimula la codicia del botín y el gustazo de matar españoles, los jodidos coloniales que hace pocos años mataron al tío Ahmed, arrasaron la aldea, bombardearon el valle con gas mostaza y desde entonces no han vuelto a crecer las lechugas.
Al moro rifeño le encanta el saqueo, el botín sustancioso (mujeres incluidas), el excitante degüello del vencido. Algunos moros apresados llevan en sus faltriqueras de tafilete con borlas esa pintoresca bolsa del traje folclórico magrebí, pequeños alijos de pendientes, sortijas y muelas de oro arrancadas a los prisioneros o a los muertos con unos alicates. El moro es laborioso en la guerra. A veces, con las prisas, si el anillo del vencido no sale fácilmente, le cortan el dedo y lo guardan para desembarazarlo de la joya cuando haya lugar. Una de las conquistas que más valoran los moros son las máquinas de coser, porque en Marruecos sólo las poseen los ricos. Y las recompensas. Mediada la guerra, muchos moros se convertirán en especialistas de la lucha antitanque tras aprenderse los ángulos muertos de los carros soviéticos T-26. Los alemanes de la formación «Inker» (carros de combate) recompensan con quinientas pesetas la destrucción o captura de cada uno de estos monstruos de acero. Están muy interesados en estudiarlos para incorporar sus enseñanzas al diseño de los nuevos carros alemanes.
Los moros tienen fama de sanguinarios. Más de un derechista pasado desde las líneas republicanas ha tenido la desgracia de topar con moros: «¡Viva España! Soy un pasado», dice el desertor.
«Tú no estar pasado. Tú estar bisinio», sentencia el moro en su media lengua, antes de pegarle un tiro y registrar el cadáver a ver qué lleva de valor.
Bisinio, significa «abisinio», como los moros denominan a cualquier antifascista partidario de los abisinios en la guerra contra Mussolini.
Lo que son las cosas, cuando el morito cae prisionero, pierde su fiereza africana y se torna suave como una malva: «Paisa no tirar. Morito estar pasado. ¡Viva la República! ¡Franco cabrón! Morito bueno».
Con el morito no hay aval que valga ni se le concede el beneficio de la duda. A menudo le dan matarile en el mismo lugar donde lo apresan.
Los oficiales de Regulares aprenden la media lengua de los moros a sus órdenes. Andando la guerra muchos soldados la utilizan de broma:
«Rojillo estar mujera» y «Rojillo estar gallina» ponderan la cobardía del enemigo. Por el contrario, «Morito estar valiente» se refiere a ellos, a los del Rif. De sus rivalidades con los legionarios se les oye decir: «Tersio cabrón, Tersio cabrón». Cuando tienen que alabar la belleza femenina: «cofita misiana» (nalgas buenas); destacar en alguna habilidad es «saber manera».
En la retaguardia nacional también se oye hablar esta media lengua estilo africano: «Tiniente estar mucho farruco», «Vaya cofita misiana guapa».
A lo largo de la guerra unos ochenta mil mercenarios moros militarán en el ejército nacional. De ellos morirán unos once mil quinientos (uno de cada ocho) y unos cincuenta y cinco mil (más de la mitad) resultarán heridos.
En cuanto a la Legión, llegará a alistar a unos catorce mil hombres, de los que morirán, quizá, la mitad. La feroz disciplina del Tercio atrae a muchos perturbados y apátridas con problemas de identidad. En la Legión, el desecho social puede sentirse «caballero legionario», arropado por un fuerte espíritu de cuerpo y orgulloso de pertenecer a una élite de guerreros temida, a la que el mando distingue con ciertos privilegios, quizá pueriles como el de llamarlos «caballeros» y el de permitirles llevar la camisa desabrochada, dejarse barba o largas patillas, tatuarse, etc. Las canciones del Tercio se hacen populares en toda la zona nacional:
A la Legión le gusta mucho el vino,
A la Legión le gusta mucho el ron,
A la Legión le gustan las mujeres
Y a las mujeres les gusta la Legión.
«Los legionarios están preparados, alerta, confiados, conscientes de ser los mejores en lo suyo, seguros de su victoria y sabiéndolo están contentos y felices —escribe un observador británico—. En la batalla, los legionarios practican ese asalto corto y fulminante que sólo la mejor infantería puede realizar bajo fuego enemigo». Por su parte, «los moros son solemnes, pacientes (…) larguiruchos, chupados de mejillas, fibrosos. Rara vez sonríen. Hablan en tono bajo y reaccionan con ese impulso típico de los animales que viven en condiciones de peligro (…) en la batalla se echan al suelo y reptan a la velocidad de las culebras» [35] .
Ésos son los hombres que componen la columna Madrid, la tropa de Franco que avanza como en un paseo militar por tierras extremeñas. Las instrucciones de operaciones son claras: «El enemigo que tenemos delante, sin disciplina ni preparación militar, carente de mandos ilustrados y escaso de armamento y municiones (…) no conviene acorralarlo sino dejarle abierta una salida para batirlo en ella con armas automáticas emboscadas. La falta de disciplina del enemigo y su carencia de servicios harán que ninguna concentración pueda sostener dos días de combate».
En algunos pueblos, los milicianos han asesinado a muchos propietarios y han saqueado las haciendas de los más pudientes. Los derechistas encarcelados temen por sus vidas. Los carceleros también temen por las suyas, cuando ven acercarse a los feroces africanos. La columna Madrid ha recibido órdenes de «reducir los focos rebeldes con energía, excluyendo la crueldad, respetando en absoluto a mujeres y niños y evitar toda clase de razzias», pero, en la práctica, sus componentes no se andan con remilgos y hacen lo que hacían en África: dejan tras ellos un reguero de enemigos ejecutados tras juicio sumarísimo o sin juicio alguno.
Los milicianos chaquetean fácilmente ante el enemigo. En el imaginario colectivo de los españoles está muy presente la terrible guerra de Marruecos, con sus desastres del Barranco del Lobo y Annual. Durante dos generaciones, los españoles han oído contar a los veteranos que regresan de África que los moros son astutos y despiadados, que reservan a sus prisioneros una muerte lenta, entre atroces tormentos. Al desgraciado que cae vivo en sus manos lo castran y lo ejecutan lentamente por asfixia, haciéndole tragar sus propios testículos.
La posibilidad de que los moros lo capturen aterra al más valiente. En cuanto suena el grito «¡Nos copan!», cunde el pánico entre los milicianos, que huyen a la desbandada por temor a que los moros los rodeen y los apresen. No obstante, abundan los casos de milicianos que afrontan la muerte con valor y hasta con humor. En Almendralejo, el grupo que resiste en la torre de la iglesia cuelga en su parte más alta un jamón para mostrar al enemigo su voluntad de resistencia o, quizá, como ofensa a los moros, a los que su religión no les permite comer jalufo.
Ante la cercanía de los moros, pueblos enteros huyen hacia retaguardia. Se propala a media voz que nada les produce más placer a los moros que violar a las mujeres delante de sus padres o de sus maridos. El general Queipo de Llano, en sus diarias emisiones de Unión Radio de Sevilla, en las que mezcla cotorreos de portera con propaganda política y burdas amenazas, alude al apetito sexual de las tropas africanas: «Nuestros valientes legionarios y regulares —dice el 23 de julio— han enseñado a los rojos lo que es ser hombre. De paso, también, a las mujeres de los rojos; que ahora, por fin, han conocido a hombres de verdad, y no castrados milicianos. Dar patadas y berrear no las salvará».
En la emisión del 29 de agosto, el pintoresco general vuelve a la carga: «En el frente de Talavera (…) han caído en nuestro poder numerosos prisioneros y prisioneras. ¡Qué contentos van a ponerse los regulares y qué envidiosa la Pasionaria!» [36]
El efecto desmoralizador de las charlas de Queipo en el campo republicano es notable, pero, al propio tiempo, las barbaridades que cuenta perjudican la imagen de la España nacional en el extranjero. Queipo emite seiscientas charlas a lo largo de los dieciocho primeros meses de la guerra. El 1 de febrero de 1938 su voz desaparece de las ondas por orden de Franco.
El 7 de agosto de 1936 Franco vuela de Ceuta a Sevilla, instala su cuartel general en el palacio de Yanduri, cerca de la Giralda, patrióticamente cedido por la marquesa propietaria, y se hace cargo de las operaciones. Queipo de Llano queda reducido a un mero comparsa, al tipo gracioso (pero también peligroso) que emite charlas propagandísticas por la radio.
[35] Geoffrey McNeill-Moss, The epic of the Alcázar, Rich and Cowan, Londres, 1937, p. 166.
[36] Ian Gibson, Queipo de Llano, Grijalbo, Barcelona, 1986, pp. 84-85.
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