OPERACIÓN MARY / LA CIA RECLUTA EN ESPAÑA

Publicado el 13 de abril de 2022, 23:17

España, considerada coto privado por la CIA, es permanente escenario de enfrentamientos operativos entre los hombres de la Agencia y los agentes de otros servicios de inteligencia extranjeros. Durante décadas, desde los tiempos de la Guerra Fría, uno de los objetivos preferentes de Langley aquí es el control de las actividades del espionaje soviético en nuestro suelo. Y más tarde, a partir de los años sesenta, tras la entrada triunfal de Fidel Castro en La Habana, las tareas de infiltración en el entorno cubano se convierten en una obsesión para los hombres de la Agencia. Pero en algún caso les sale el tiro por la culata.

El más notable éxito cosechado en España por la CIA, en combinación con el contraespionaje español y europeo, es la llamada Operación Mary. A través de ella se desmantela un plan soviético de penetración en la estructura militar occidental.

Es el año 1968. La CIA ha detectado la existencia de una red integrada por oficiales «traidores» de los ejércitos europeos aliados de Estados Unidos y se lo comunica a los servicios de información de sus aliados. El plan de infiltración está organizado por la policía del Ministerio del Interior (MVD) soviética, que más tarde, hasta la desaparición de la URSS, será conocida como KGB (Komitet Gosudárstvennoi Bezopásnosti).

Los agentes de la URSS han conseguido captar a oficiales «traidores» o «vulnerables» de las Fuerzas Aéreas francesas, italianas, españolas... Su intención es establecer una serie de «reclamos» tecnológicos para que, llegado el caso, los proyectiles dirigidos desde el bloque del Este a centros militares neurálgicos puedan encontrar fácilmente sus objetivos. Por parte española, la operación encaminada a desmantelar esta red la dirige el general Luis Marios Lalane, perteneciente al Arma de Ingenieros y diplomado en Estado Mayor, que se encuentra al frente de la Tercera Sección del Alto Estado Mayor. El elemento clave en esta historia es un oficial del Ejército del Aire. «Para reclutar a los traidores a su propio país, normalmente, los servicios de inteligencia buscan gente con vulnerabilidades», explica el general Manuel Fernández Monzón, que participó en la Operación Mary. «Los agentes soviéticos "tocaron" a un teniente español que tenía una vida complicadísima, con líos de faldas, problemas con el alcohol...Y como suele ocurrir en estos casos, estaba ahogado económicamente. En fin, un desastre.» 4

Cuando recibe la oferta soviética, el teniente se lo comunica a su superior, el coronel Alonso, y éste, entonces jefe del Ala 21 de Caza, lo pone en conocimiento del servicio de Contrainteligencia. «Nosotros llamamos entonces a este hombre y le planteamos si quiere seguir adelante con la historia como agente doble», continúa el relato Fernández Monzón. «Él era un tío muy echado para adelante y dice que sí. Se le garantiza la protección de su mujer y unas condiciones económicas determinadas para él y su familia. Se le premia de forma doble, pagándole aquí un sobresueldo y permitiéndole que se quede con lo que le dan los soviéticos.»

Al principio, sus contactos del Este le piden al teniente cosas insólitas, que no parecen cometidos de un espía de cierta categoría, como que les consiga las guías de teléfono y algunos mapas. Esto forma parte del aspecto sainetero del espionaje, que también existe. Lo cierto es que, en esa época, los soviéticos están muy controlados en España y tienen poca capacidad de maniobra. También le encargan algún trabajo más especializado, como hacer copias de las escalillas del Ejército. «Y cumple tan bien sus tareas que, a los pocos meses, le proponen ir a hacer un curso a Rusia», continúa Fernández Monzón. «Le decimos que esas son palabras mayores, porque no sabemos la información que ellos tienen de usted y lo mismo se juega la vida si acepta el viaje.» Pero decide ir y vuelve nada menos que de subjefe de la red mediterránea.

En un determinado momento, la CIA decide que es el momento de desmantelar todo aquello, tiran de la manta y se desmonta la red. Caen dos comandantes italianos, tres oficiales franceses y otros dos españoles, en Zaragoza. El asunto no trasciende fuera del ámbito de los servicios de inteligencia. Esas cosas se silencian siempre. Y los soviéticos no llegan a tener la certeza de quién ha sido el agente doble que les ha hundido la operación.

Al final, la historia tiene su anécdota: «Al teniente se le concede la Cruz del Mérito Aeronáutico, por los servicios prestados, pero alguien, olvidando la imprescindible reserva que requieren estas cosas, comete la increíble torpeza de enviar una nota al Boletín Oficial, comunicando que se ha concedido esa condecoración. Y eso se publica. Con el nombre del personaje y todo», explica Fernández Monzón. «Al final, hubo que improvisar enseguida un montaje evasivo, para evitar que el oficial del Ejército del Aire sufriera posibles represalias, y esconderle a él y a toda su familia.»

 

LA CIA RECLUTA EN ESPAÑA

 

Pero la Operación Mary es un caso bastante excepcional. Quienes más gente captan en España para su servicio son los hombres de la CIA. A lo largo de varias décadas, Estados Unidos, a través de la Agencia, ha reclutado en nuestro país a centenares de elementos para que actúen a su servicio en otras partes del mundo. Militares, periodistas, hombres de negocios, diplomáticos... Durante los años ochenta, la CIA tiene bastantes hombres en España cuyo trabajo está encaminado a desestabilizar regímenes centroamericanos.

La captación de agentes de la CIA en nuestro suelo, para participar en acciones encubiertas se dirige contra los países hispanoparlantes de manera frontal. A partir de 1979, de modo especial contra la débil Nicaragua sandinista y, como siempre desde principios de los sesenta, contra Cuba. En 1988 llega a la ONU un dossier enviado por el Gobierno de la isla caribeña en el que se detallan numerosas actividades de la CIA contra terceros países. Toda esa información no llega a debatirse en la Asamblea, a consecuencia del veto impuesto por Vernon Walters, ex director adjunto de la Agencia y, en ese momento, embajador de su país ante la ONU. La mayor parte de los datos contenidos en el dossier hacen mención a las repetidas actuaciones ilegales, atentados y agresiones de los agentes norteamericanos contra Nicaragua, Argelia y Libia. Pero, sobre todo, contra Cuba. España aparece citada como uno de los lugares ideales para el reclutamiento de los agentes que actúan contra estos países.

El 5 de febrero de 1985, en Santiago de Cuba, Fidel Castro ya le había dicho al jefe de la Oficina de Asuntos Cubanos del Departamento de Estado norteamericano, Kenneth Skoug: «Sabemos que la CIA tiene gente en España tratando de promover deserciones entre los nuestros». Desde mucho tiempo atrás, los servicios de información cubanos no han parado de trabajar, con el objetivo de desactivar esos intentos de infiltración en sus filas por parte de los norteamericanos. En el informe del Gobierno cubano elevado a la Secretaría General de la ONU en 1988 se dan toda clase de pruebas documentales sobre «preparación de condiciones para atentar contra la vida del comandante en jefe Fidel Castro, agresiones a embajadas y consulados y campañas diseñadas y financiadas por la Administración norteamericana». Junto a estos expedientes aparecen demostraciones fotográficas, periciales y documentales, así como los testimonios de los reclutados, muchos de ellos en España. Pero, en realidad, varios de estos individuos son agentes dobles al servicio del Gobierno cubano, que han conseguido infiltrarse en la CIA después de pasar las correspondientes pruebas del polígrafo, más conocido como el «detector de mentiras».

Uno de los casos que mejor muestran cómo se desarrollan las actividades de captación de agentes por la CIA en nuestro país es el del capitán de la Marina Mercante cubana Juan Luis Acosta Guzmán, un miembro de los servicios de información de La Habana, el G-2, que permanece trece años infiltrado en la Agencia actuando como agente doble. Los norteamericanos lo rebautizan con el nombre en clave de «Ángel», quien desde su destino en la flota atunera cubana, informa puntualmente a su jefe de la Agencia, unas veces con radiotransmisor y otras a través de sus contactos en España. «Fui reclutado por la CIA en 1974, en el hotel Rompeolas de Las Palmas (Canarias), después de un proceso de acercamiento de cinco años, desde 1969 a 1974», declara en 1988 este doble agente. 5 «Entonces viajó hasta allí, desde Madrid, el subjefe de la Estación de la CIA en España, Albert Alien Morris, para darme, personalmente, el ingreso en las filas de la Agencia.»

Acosta Guzmán llega a tener acumulados en su cuenta corriente bancaria en Estados Unidos cerca de 100 000 dólares que nunca podrá retirar. Logra pasar tres veces el detector de mentiras —dos de ellas en España— sin ser descubierto. En lo que más le insisten los oficiales de la CIA en ese momento es en la información relacionada con Nicaragua. Y Juan Luis Acosta Guzmán, el agente «Ángel», aprovecha sus frecuentes travesías a este pequeño país centroamericano para ir «alimentando» la relación. «En un momento dado, ya con la euforia y la confianza de varias informaciones que yo les había dado y ellos habían verificado, y con una botella de ron por medio, el oficial de la CIA Héctor Reyes me dijo que el plan para acabar con la revolución sandinista en Nicaragua era bombardear el país y atacar por las fronteras con Honduras y Costa Rica utilizando blindados, al tiempo que desde el Pacífico y el Atlántico los barcos de guerra hacían fuego contra las costas. Mientras otras embarcaciones se encargaban de patrullar en las costas de Cuba, para evitar que nuestro país acudiese en ayuda de Nicaragua», declaraba Acosta a la revista Interviú. 6

Juan Luis Acosta Guzmán, «Ángel» para la CIA y «Mateo» para la seguridad cubana, no es el único agente cubano reclutado en España. Los norteamericanos también contactan aquí con su esposa, que igualmente consigue infiltrarse en la CIA y se pone bajo las órdenes del oficial norteamericano Rudy Herrera. Teresa Martínez Trenco, «Mayte» para la CIA, oficialmente trabajadora de Navegación Mambisa, permanece más de veinte años infiltrada en la Agencia como miembro de los servicios de información cubanos. Realiza sus contactos en distintos puertos europeos, pero sobre todo en algunos españoles, principalmente en Canarias, Cádiz, Barcelona y Tarragona. En Cuba, su contacto con los norteamericanos es el oficial de la CIA Duanne Thomas Evans. Según Mayte, «Thomas enlazaba muchas veces con nosotros en España y, en una ocasión, introdujo en Madrid un recipiente encubierto con los libros de códigos (PADS), para transmitir con códigos secretos desde el RS-804, a través del satélite FLTSAT COM, hasta la sede de la central de la Agencia en la localidad virginiana de Langley», declara Mayte en el informe presentado por el Gobierno cubano en la ONU.

El servicio cubano consigue infiltrar en la CIA, también desde España, a la agente cubana Dulce María Santisteban Loureiro, convertida en «Regina» para los norteamericanos, y al sobrecargo de Cubana de Aviación Ignacio Rodríguez-Mena Castrillón, que se convierte en el agente «Julio». Además, son reclutados aquí, con la colaboración de los servicios de información españoles, el ingeniero Orlando Argudín y el economista Raúl Fernández Salgado.

Otro capítulo de esta conjura secreta contra Cuba y Nicaragua, utilizando el trampolín español, es el reclutamiento en nuestro país como agente de la CIA del italiano Mauro Casagrandi. Este diplomático, graduado en derecho, representa a las firmas Alfa Romeo e Hispano Olivetti en Cuba, donde reside desde mediados de los sesenta hasta finales de los ochenta. Después de muchos contactos previos, le capta la CIA para pasar información política, dadas sus permanentes relaciones con el Consejo de Estado y la cúpula gubernamental del país caribeño. Gracias a sus continuos viajes fuera de la isla, puede conectar fácilmente con sus oficiales de enlace, pertenecientes a la Agencia. La mayor parte de sus contactos los hace en el hotel Palace de Madrid, unas veces con Richard Para y otras con Edward john Bush Jr., ambos integrantes de la estación de la CIA en Madrid y destinados en la embajada norteamericana con cobertura diplomática. Desde la legación de la calle de Serrano también se dedica a reclutar agentes en España para realizar operaciones encubiertas contra Cuba y Nicaragua el oficial de operaciones de la CIA Norman M. Descoteaux, un experto en inteligencia militar que actúa bajo la cobertura de «primer secretario».

Los servicios de inteligencia cubanos siempre han trabajado intensamente para desvelar las conexiones entre los militantes anticastristas y la CIA en España. En 1980 ya habían descubierto la vinculación a la Agencia de Fernando Bernal, alias «Bichi», miembro del Centro Cubano de Madrid y empleado en el grupo Chubb Alarms Ltd. de Londres. Según el G-2, Bernal trabajó con Rolando Cúbela, ex comandante del Ejército cubano reclutado en España por la CIA para participar en un frustrado atentado contra Fidel Castro. En un artículo de Cambio 16 7 se señala que la inteligencia cubana también relaciona con los preparativos de otro atentado contra Castro a Félix Granados García, director de la empresa Ascona, cuyas oficinas comerciales están ubicadas en la madrileña calle de Valverde. Además, en el semanario se afirma que en los hoteles Eurobuilding, Meliá Castilla y Castellana, la CIA tiene contratadas habitualmente varias habitaciones donde sus hombres mantienen contactos con los agentes cubanos anticastristas.

Otras piezas del entramado anticastrista montado por la CIA en Madrid durante los años setenta y ochenta lo constituyen la empresa Salisport, situada en la madrileña calle de López de Hoyos y, sobre todo, el Centro Cubano, de la calle de Claudio Coello, 42. Su presidente es el doctor Enrique Trueba. Miembros de los servicios de información españoles detectan encuentros en ese local entre agentes norteamericanos de la CIA, como Hermán Wesley Odom, y elementos del exilio cubano y nicaragüense.

Un destacado elemento de esta red es Alberto César Augusto Rodríguez Gallego, profesor de las escuelas de idiomas Berlitz en España a principios de los ochenta. En 1985 llega a dirigir la academia Berlitz Madrid de esa cadena. Nacido en La Habana en 1922, Rodríguez estudia derecho en Estados Unidos, y allí ingresa en la CIA. En el historial de este personaje hay un hito fundamental: su conexión indirecta con el asesinato del presidente norteamericano John Fitzgerald Kennedy. Es sabido que el FBI y los servicios de inteligencia estadounidenses actuaron para impedir a toda costa el esclarecimiento de las auténticas circunstancias en las que se produjo el magnicidio, que fue provocado por los disparos de varios tiradores de élite. Como cortina de humo, se intentó involucrar a Cuba en esa muerte. Los elementos habían sido cuidadosamente elaborados y el posterior informe de la Comisión Warren sobre el asesinato de Kennedy señalaría a Lee Harvey Oswald como «el único asesino». Después, el presidente Lyndon B. Johnson, en sus memorias tituladas The Vantage Point, pretendió confirmar que el asesinato de su antiguo superior fue fruto, exclusivamente, de una operación diseñada y ejecutada por el régimen de Fidel Castro.

Para apuntalar esa versión, Oswald había visitado el consulado de Cuba en México el 27 de septiembre de 1963. Justo cincuenta y seis días antes del asesinato de Kennedy. Y dos semanas después de esa visita le fue negada su solicitud de visado para viajar a La Habana, como escala hacia la Unión Soviética. El Gobierno cubano le había identificado como agente de la CIA, reclutado en 1957 para infiltrarlo en la Unión Soviética.

Pero lo que conecta al «profesor de idiomas» Rodríguez Gallego con el caso Kennedy es la existencia, desde 1961 hasta 1972, de un centro de vigilancia fotográfica situado enfrente del consulado de Cuba en México, cuya misión es «fichar» a todas las personas que entran en él. El director de ese centro fotográfico de la CIA es, por supuesto, Alberto Rodríguez Gallego. Cuando la Comisión Warren pide las fotos de Oswald entrando y saliendo del consulado, la CIA entrega las correspondientes a un hombre de gruesísimo cuello, completamente diferente a Oswald. Y se desata el escándalo. Nunca se llega a saber si aquello fue un error, un intento de ganar tiempo o una maniobra para sembrar confusión. Lo cierto es que jamás aparecieron las fotos de Oswald. Rodríguez Gallego, director de ese centro de vigilancia fotográfica de la CIA, deja México para recalar en Madrid, en 1972, en un despacho situado en el edificio Cuzco, en la calle de Sor Ángela de la Cruz. El sabrá dónde fue a parar el retrato de Oswald.

4 Entrevista personal con Manuel Fernández Monzón.

5 Interviú, 10 de febrero de 1988.

6 Ibid.

7 Cambio 16, n.° 471, 8 de diciembre de 1980.

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