11 23-F, «una cuestión interna» / BAJO EL PARAGUAS DE LA CIA / RONALD EDWARD ESTES, EL JEFE

Publicado el 18 de abril de 2022, 23:32

José Luis Cortina, destacado miembro de los servicios de información españoles, es quien coordina y dirige los movimientos de los militares que intervienen en el golpe del 23-F. Pocos días antes de que Tejero asalte el Congreso de los Diputados, el comandante Cortina, integrante del CESID, visita a dos importantes ciudadanos extranjeros acreditados en Madrid como diplomáticos: el embajador norteamericano, Terence Todman, y el nuncio del Vaticano, monseñor Antonio Innocenti. El golpe de Estado cuenta con el visto bueno del Imperio y con la bendición papal.

El propio Tejero afirmará, durante el juicio seguido contra él y los demás militares golpistas, que Cortina le aseguró que la operación tenía el apoyo de los norteamericanos. Y Juan García Carrés, el único civil procesado por participar en la operación, ratifica, en sus memorias inéditas, 1 el testimonio del teniente coronel de la Guardia Civil: «Tejero me comentó que se había entrevistado con el general Armada en casa de los padres de Cortina y que juntos ultimaron los detalles de la ocupación del Congreso. El comandante Cortina le dijo que había hecho gestiones de índole internacional, que Estados Unidos había dado su conformidad y que en España se aplicaría la doctrina Estrada, que es la de no inmiscuirse en las cuestiones internas de otros estados, que nuestra operación tenía la bendición del secretario de Estado norteamericano, Mr. Haig».

Poco después de los sucesos de febrero de 1981, el entonces comandante Juan Alberto Perote es destinado al CESID para sustituir, al frente de la AOME, al encarcelado José Luis Cortina. En su nuevo puesto descubre algunas pruebas que acreditan los encuentros de su antecesor con el embajador y el nuncio, a pesar de que, desde el primer momento, encuentra serias dificultades en «la casa» para investigar la trama del 23-F.

 

Una de las principales pistas borradas era un informe «Delta Sur» en el que se evaluaba la actitud de cada mando del CESID respecto a un cambio de régimen. Sin embargo, según pude averiguar por confidencias de mis nuevos subordinados, el material más importante eran unos edictos y decretos que debían difundirse cuando hubiese triunfado el golpe. Al parecer, éstos reservaban al hermano de Cortina el cargo de jefe de seguridad del Palacio de la Moncloa. Los textos en cuestión habían sido borrados de una máquina Composer, un prehistórico ordenador IBM que, poco antes del golpe, se adquirió por un millón de pesetas para facilitar y modernizar los trabajos del taller de documentación de la AOME. De haber recuperado a tiempo aquella memoria informática, habría podido elaborar una detallada radiografía de un iceberg golpista que nunca afloró. 2

 

En el juicio por el 23-F, el comandante José Luis Cortina será absuelto por falta de pruebas, a pesar de que todos los implicados le sitúan en el centro de los acontecimientos. Un informe reservado, elaborado por el CESID en mayo de 1981, cita también sus entrevistas con los diplomáticos norteamericano e italiano: «Se conocen contactos del comandante Cortina con el nuncio de Su Santidad y con el embajador de Estados Unidos, Mr. Todman, en fechas previas al 23-F, según manifestó el capitán Gómez Iglesias». Este capitán era el responsable de los grupos operativos de la AOME y de una nueva unidad creada por Cortina para dar cobertura al golpe, denominada SEA (Sección Especial de Agentes). Durante la tarde del 23-F, Gómez Iglesias coordina con Antonio Tejero la llegada de los autobuses al Congreso. Será condenado a seis años por colaborar con los golpistas.

Otro antiguo miembro de los servicios de inteligencia españoles insiste en que los encuentros existieron: «El responsable de la antena de la CIA en Madrid, Estes, nos comentó que Cortina adelantó al embajador lo que iba a suceder en la tarde del 23-F, pero muchos de los documentos internos del CESID sobre estas investigaciones desaparecieron o fueron destruidos».

Gracias a algunos de sus nuevos subordinados, que antes han servido a las órdenes de Cortina, Perote descubre que éste había ordenado vigilar las reuniones conspirativas que se celebraron en distintos lugares de Madrid. Le aseguran que incluso se fotografió a todos los que participaron en dichos encuentros, pero ese material también ha desaparecido. Además, uno de sus agentes insiste en que, cuarenta y ocho horas antes del asalto al Congreso, Cortina mantuvo sendos encuentros con Todman y el nuncio. «El hombre que condujo a Cortina hasta ellos acabó convirtiéndose en uno de mis más estrechos colaboradores en el servicio», afirma Perote, 3 que aún hoy sigue sin querer dar el nombre de su informador. Jesús Palacios, en su libro 23-F: El golpe del CESID, asegura que ese hombre es Antonio Navarro, un guardia civil conocido por el sobrenombre de «Bwana», debido a los años que pasó en Guinea. Había sido el conductor de confianza de Cortina y permaneció en el servicio como chófer de Perote.

 

BAJO EL PARAGUAS DE LA CIA

 

En 1981, los informes de la situación real de las unidades militares españolas están en manos del jefe de la estación de la CIA en Madrid, el experto en golpes de Estado Ronald E. Estes. Muchos de los miembros de la División de Inteligencia del Cuartel General del Ejército son hombres cercanos a los servicios de información norteamericanos. A través de ellos, Estes conoce perfectamente el ambiente que se vive en las distintas unidades del Ejército. Su red tiene enlaces en los Estados Mayores de las distintas Armas, en la Junta de Jefes de Estado Mayor y en la Casa Militar del rey. Además de las secciones de infiltración en organizaciones sindicales, partidos políticos, grandes empresarios, CEOE, banca y embajadas. 4

La CIA tiene información de primera mano. Ronald E. Estes, hombre de gran experiencia, se mueve por Madrid con absoluta libertad de maniobra. Mantiene contactos con personas clave de la Administración española y relaciones muy estrechas con algunos responsables del CESID. Además, el departamento de Contrainteligencia del Ejército es como su casa. Y paga el alquiler. Entre sus subordinados, cuenta con la estrecha colaboración de Albert Sasseville, experto en asuntos militares de la estación de la CIA en Madrid. 5 Su única misión en España consiste en entrevistarse con altos mandos del Ejército español y expertos en temas de Defensa de los principales partidos, para convencerlos de lo idóneo que sería para el país la integración plena y urgente en la OTAN.

 

Lo más preocupante de todo es que la Agencia Central de Inteligencia tenía noticias, desde enero pasado, de que en España se preparaba «algo gordo» y que no informó de ello a las autoridades locales, tal vez porque la estación Madrid de la CIA no le dio mucha importancia al tema o porque pensaron que los servicios secretos españoles estaban al corriente de la situación en los cuarteles —publica ingenuamente Cambio 16, en un reportaje titulado «Reagan se lavó las manos»—: 6 Las informaciones sobre el fallido golpe de Estado habrían llegado a conocimiento de la CIA a través de los militares norteamericanos que hay en España, plenamente introducidos en los ejércitos nacionales desde el Tratado de Cooperación y Amistad por el que se establecieron en España cuatro bases militares y otras instalaciones de carácter bélico para la defensa conjunta hispanonorteamericana.

 

Según el semanario, durante los días anteriores al golpe, estos militares estadounidenses informan del plan que se está gestando a los servicios de inteligencia de Estados Unidos en Madrid, que dan muestras de una gran actividad e imparten instrucciones para reforzar la vigilancia de las principales instalaciones militares norteamericanas en España. Incluso recomiendan a los hijos de algunos funcionarios estadounidenses radicados en Madrid que procuren no regresar a sus casas demasiado tarde durante los días anteriores al 23 de febrero y que no salgan de ellas en esa fecha. La embajada norteamericana en España tiene un conocimiento muy preciso de la ideología y de los anhelos golpistas de un importante sector de los militares españoles.

 

RONALD EDWARD ESTES, EL JEFE

 

El hombre clave de la red tejida por la CIA en el Ejército es Ronald Edward Estes, acreditado en Madrid como primer secretario de la embajada norteamericana. Llega a España el 24 de julio de 1979 y tiene una larga experiencia en actividades encubiertas. Louis Wolf, redactor de la revista Cover Action, le sigue la pista desde hace tiempo. Según sus investigaciones, Estes ingresa en la Agencia en 1957, con veintiséis años, y durante los cinco siguientes forma parte de un amplio y complejo programa de entrenamiento especial. Un período inusualmente largo de instrucción, que sólo sigue un pequeño y muy selecto grupo de agentes. Su primer destino es Chipre. Llega a la capital de la isla, Nicosia, con una cobertura diplomática de muy baja categoría: «especialista en comunicaciones». Más tarde vuelve a Langley para continuar su adiestramiento. «Si se analiza la biografía de Estes, se ve claramente que, desde que llega a Chipre, en 1962, hasta que regresa a Langley, a mediados de 1964, asciende con mucha rapidez en el escalafón de la agencia», señala Wolf. 7 «Eso sugiere que, especialmente durante ese período, se evalúa con atención el trabajo que realiza y sus jefes llegan a la conclusión de que tiene condiciones para asumir enseguida misiones de mayor responsabilidad. Pero no creo que durante su estancia en Chipre actuara de forma exclusiva en el campo de las comunicaciones; esa sería sólo una de sus tareas. Aunque, no cabe duda de que el conocimiento a fondo de los sistemas de comunicaciones le resultará muy útil, más adelante, cuando sea destinado a Madrid.»

En 1965 es enviado a Checoslovaquia, y allí actúa durante dos años, con la cobertura de agregado comercial y económico, realizando actividades de espionaje encaminadas a desestabilizar al régimen comunista de ese país, durante el período previo a la «Primavera de Praga». Después, regresa otra vez a Langley para recibir nuevos cursos de adiestramiento, y permanece en la sede central de la Agencia varios años. Obviamente, la dirección de la CIA tiene previsto destinarle a cumplir encargos que requieren una gran cualificación. A finales de la década de los sesenta ya ha encontrado nuevo destino: Líbano. Desde la estación de la CIA en Beirut potencia y financia a las milicias ultraderechistas de la Falange Libanesa, con el objetivo de debilitar y dividir al Movimiento de Liberación Palestino. Su misión en el Líbano es muy significativa, teniendo en cuenta los sucesos que se están produciendo en ese momento en Oriente Medio —la guerra del Yom Kippur—, donde las actividades militares y paramilitares de Israel, con el respaldo de Estados Unidos, aumentan drásticamente. La Falange que Estes financia y adiestra tendrá un trágico protagonismo varios años después, con las matanzas de Sabra y Chatila. 8

Ya entonces, Estes es un funcionario de la CIA de elevado rango. Su cobertura en Beirut es la de «segundo secretario de la embajada norteamericana y experto en asuntos comerciales». A principios de 1974 aterriza en Grecia, donde enseguida se va a derrumbar la dictadura de los coroneles, instaurada tras el golpe de Estado de 1967. Obviamente, Estes ha sido instruido especialmente para actuar en el área del Mediterráneo. En esta ocasión, su cobertura es militar, no diplomática. Tiene cuarenta y tres años y ocupa el cargo de subjefe de estación en el escalafón de la CIA. Permanece en el país heleno durante dos años, organizando clandestinamente unidades paramilitares que son armadas, financiadas y controladas por la Agencia. El 23 de noviembre de 1975, un comando de la Organización Revolucionaria 17 de Noviembre asesina al jefe directo de Estes, Richard Welch, máximo responsable de la CIA en Atenas.

La eficacia acreditada por Estes durante sus destinos en Praga, Beirut y Atenas le catapulta hacia una nueva zona de operaciones, España. En esta ocasión, ya como jefe de estación. Sustituye en Madrid a Néstor Sánchez, otro experto en complots, que ha hecho su rodaje en Latinoamérica antes de llegar a la séptima planta de la embajada de la calle de Serrano. En la sede central de Langley se considera a Estes uno de los mejores hombres de la Agencia, con más preparación que Sánchez para dirigir operaciones encubiertas «delicadas», y en Madrid se necesita a un «agente punta», un experto en golpes de Estado. Ronald Edward Estes es un peso pesado de la CIA.

Dentro de la estructura operativa de la Agencia, la figura del jefe de estación (chief of station, o COS) resulta clave. Casi siempre, el funcionario que ocupa este puesto se instala en los locales de la embajada norteamericana. Desde allí, intenta ir ampliando la infraestructura del espionaje norteamericano en el país donde actúa y sacar el mayor rendimiento de ella. La infiltración de la CIA en el seno de los partidos políticos, las asociaciones ciudadanas, los grupos estudiantiles, sindicatos, medios de comunicación, fuerzas armadas y distintos organismos gubernamentales puede describirse como una vasta tela de araña en cuyo centro se encuentra el jefe de estación. El COS forma parte del country team (equipo del país), dirigido nominalmente por el embajador y formado por los principales funcionarios del Servicio Exterior de la embajada asignados al país en cuestión. Su misión consiste en desarrollar y aplicar, «de forma concreta», las directrices «vagas» dadas por Washington. Al COS le corresponde la vertiente clandestina de esas directrices.

La CIA ha desarrollado también un complejo sistema de agencias de información dedicadas a intoxicar a la opinión pública desde los medios de comunicación. Una de estas agencias es la Heritage Foundation, localizada en Washington, que a finales de los ochenta se ha convertido en un reducto de los agentes de la CIA relevados de sus puestos a consecuencia de las campañas de limpieza llevadas a cabo por la Administración de Jimmy Carter, al principio de su mandato, en una cruzada para librar a la Agencia de los elementos más incontrolados. Tras la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca, estos funcionarios vuelven a contar con el respaldo expreso del Gobierno de Estados Unidos.

El director de la Heritage Foundation es Robert Moss. Anteriormente, entre 1970 y 1973, ha trabajado en Chile como corresponsal de The Economist y, según la revista Cover Action, 9 fue el agente encargado de controlar la «desinformación» en el convulso país andino durante ese período, que culminó con el cruento golpe militar de Pinochet contra Salvador Allende. Un informe respaldado por varios senadores norteamericanos le señala también como agente de la CIA encargado de «misiones sucias» de la organización. En cuanto a su conexión con España, el periodista José Luis Morales 10 destaca su «íntima amistad con Luis María Ansón, presidente de la Agencia EFE, miembro de la Comisión Trilateral, apologista de algunos golpistas y monárquico de pro de toda la vida».

En 1981, tras el triunfo de Ronald Reagan en las elecciones presidenciales, el embajador norteamericano en Madrid continúa siendo Terence Todman, otro experto norteamericano en apoyar a dictaduras militares. Nacido en las islas Vírgenes hace cincuenta y cuatro años, se ha educado en Puerto Rico y habla perfectamente español. Su continuidad al frente de la sede diplomática, a pesar del cambio de Administración, no resulta fruto de ninguna casualidad. Con Reagan se va a sentir aún más cómodo que con Cárter. La revista Cambio 16 11 señala directamente como agente de la CIA. Todman ha sido embajador en el Chad y, más tarde, en Costa Rica, antes de llegar a España. El ex presidente Jimmy Cárter le nombra después secretario de Estado para Asuntos Interamericanos y, desde ese cargo, realiza manifestaciones públicas alabando las dictaduras de Jorge Videla en Argentina y Augusto Pinochet en Chile. Y las apoya política y económicamente. Más tarde, es designado embajador plenipotenciario. Llega a Madrid en septiembre de 1978, un año antes que Ronald E. Estes.

Diego Carcedo le dibuja así: 12

 

El embajador Terence Todman es un hombre con vocación de virrey, defensor indisimulado de los regímenes políticos autoritarios, anticomunista e incluso antisocialista feroz y diplomático con escasa capacidad de discreción. Con frecuencia se permitía hacer críticas y juicios de valor en público que no encajaban con el comportamiento al que, por su cargo de embajador, estaba obligado.

 

Continuará con sus intrigas incluso después del 23-F, hasta tal punto que el ministro de Defensa, Alberto Oliart, tendrá que llamarle la atención por sus reuniones con altos mandos militares españoles sin conocimiento del Ministerio.

1 Alfredo Grimaldos, «Cortina dijo a Tejero que Estados Unidos daba el visto bueno», Interviú, 21 de febrero de 2005.

2 Juan Alberto Perote, Confesiones de Vente. Revelaciones de un espía, RBA, Barcelona, 1999.

3 Entrevista personal con Juan Alberto Perote.

4 José Luis Morales y Juan Celada, La alternativa militar, Revolución, Madrid, 1981.

5 Cambio 16, n.° 471, 8 de diciembre de 1980.

6 Cambio 16, n.° 485, 16 de marzo de 1981.

7 Citado por José Luis Morales y Juan Celada, La alternativa militar.

8 A mediados de septiembre de 1982, durante una larga semana que se inicia el lunes 13 y se cierra el sábado 18, se produce una terrible matanza de población civil palestina —hombres, mujeres y niños— en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, situados cerca de Beirut. El Líbano está ensangrentado tras la invasión militar israelí, que ha marcado el comienzo de una nueva guerra, tres meses antes, bajo el nombre de «Paz en Galilea». La ofensiva de las Fuerzas Armadas de Israel provoca miles de muertos indiscriminados y la destrucción de Beirut. En Sabra y Chatila, las milicias ultraderechistas de la Falange Libanesa asesinan a más de dos mil personas, ante la complaciente mirada de las tropas israelíes mandadas por Ariel Sharon.

9 Cover Action, agosto de 1980.

10 José Luis Morales y Juan Celada, La alternativa militar.

11 «Reagan se lavó las manos», Cambio 16, 16 de marzo de 1981.

12 Diego Carcedo, 23-F. Los cabos sueltos, Temas de Hoy, Madrid, 2001.

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