Al fomentar el poder de monopolio, el capital obtiene un control de gran alcance sobre la producción y la comercialización. Puede estabilizar el entorno de los negocios facilitando un cálculo racional y una planificación a largo plazo así como la reducción del riesgo y la incertidumbre. La «mano visible» de la empresa, como la denomina Alfred Chandler, ha sido y sigue siendo tan importante en la historia del capitalismo como la «mano invisible» de Adam Smith 7 . Pero también desempeña un papel importante la «mano dura» del poder estatal ejercido en general en apoyo del capital.
El poder monopolístico está estrechamente asociado con la centralización del capital, mientras que la competencia implica en general descentralización. A este respecto es útil considerar la relación entre la centralización y la descentralización de las actividades político-económicas como un subconjunto de la unidad contradictoria entre monopolio y competencia, y entender también esa relación como una unidad contradictoria. A menudo ha sucedido, por ejemplo, que la descentralización sea uno de los mejores medios para preservar un poder altamente centralizado, porque enmascara la naturaleza de ese poder centralizado bajo una capa de libertad individual. En cierta forma era eso lo que defendía Adam Smith: un Estado centralizado puede acumular mucha más riqueza y poder económico liberando fuerzas de mercado individuales descentralizadas.
Algo así es lo que ha venido haciendo el Estado chino durante las últimas décadas: en este caso la descentralización ha sido política (descentralización de los poderes hacia las regiones, ciudades, distritos y pueblos) además de económica (la liberación de las empresas estatales y locales y del sistema bancario en cuanto a la creación de riqueza y la búsqueda de rentas). El libro de Giovanni Arrighi Adam Smith en Pekín trata detalladamente esta cuestión 8 ; pero en este caso la suposición ingenua de que la descentralización es intrínsecamente más democrática debe cuestionarse seriamente, ya que no existe ninguna señal de que el Partido Comunista centralizado esté cediendo ninguno de sus poderes.
La unidad contradictoria entre descentralización y centralización en la vida político-económica se puede analizar desde dos puntos de vista: el primero es sectorial, concentrado primordialmente en el poder de los capitales asociados –la mano visible de la corporación capitalista– y la acumulación de capital-dinero como «el capital común de la clase» (en palabras de Marx, subrayadas por él mismo: gemeinsames Kapital der Klasse), en particular en el sistema de crédito y financiero 9 . Pero este último no puede funcionar sin el respaldo singular del poder estatal. El «nexo Estado-finanzas» (la unidad entre la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro en el caso estadounidense) se sitúa en la cumbre de esa estructura, dotado del poder monopolístico supremo destinado a sostener el sector bancario y el sistema financiero a expensas, si es necesario, de todo lo demás, incluida la población. Lo respaldan ideológicamente los innumerables think tanks (la Heritage Foundation, el Manhattan Institute, el Cato Institute, la Ohlin Foundation) que promueven las opiniones procapitalistas y de derechas. Tanto en la izquierda como en la extrema derecha del espectro político abundan los críticos de esa enorme centralización del poder monopolístico de clase. Resulta innegable que la Reserva Federal y el FMI están plenamente dedicados a la protección del poder monopolístico de clase de la oligarquía financiera; pero por abrumadoras que sean las pruebas, la máscara que tales think tanks y los medios tejen en torno a esas instituciones presentándolas como grandes protectoras de la libertad de mercado individual consigue en gran medida ocultar su carácter de clase ante la población en general. La organización del «capital común de la clase» mediante la centralización del sistema financiero nos retrotrae a las contradicciones centrales de la forma dinero.
El segundo plano en el que colisionan las poderosas fuerzas de la centralización y la descentralización es el geográfico, dando lugar a un desarrollo geográfico desigual y a la proyección del poder económico, político y en último término militar de las alianzas de clase en determinado espacio sobre las de otro. De ahí la relación interna entre monopolios, centralización, imperialismo y neocolonialismo. Profundizaremos más en este asunto cuando consideremos explícitamente el desarrollo geográfico desigual.
Las dos formas en que se desarrollan las tendencias descentralizadoras y centralizadoras del capital no son independientes entre sí. La acumulación de poderes financieros centralizados en los principales centros de las finanzas globales (Nueva York, Londres, Tokio, Shanghai, Frankfurt, São Paulo etc.) tiene mucha importancia, como la tiene la larga historia de florecimiento de innovaciones en nuevos territorios como Silicon Valley, Baviera, la llamada «tercera Italia» en la década de 1980, etcétera, donde la aparente libertad de maniobra y ausencia de control regulador permite que sucedan cosas que de otro modo podrían verse constreñidas por los poderes rígidos y dominantes del Estado y el capital corporativo desmesurados. Esa tensión ha sido tan ubicua y palpable que los gobernantes pretenden ahora captar las posibilidades de las economías culturales y creativas basadas en el conocimiento mediante iniciativas centralizadas que apoyan la descentralización y desregulación del poder económico y político. Ése era el propósito de la creación desde el Estado central de «zonas económicas especiales» en China e India. En otros lugares, el desarrollo se deja a iniciativas locales por parte de aparatos administrativos municipales o metropolitano-regionales muy entrelazados con los grupos empresariales. Se espera reproducir así las condiciones que impulsaron las innovaciones de la revolución digital y el despegue de la llamada «nueva economía» de la década de 1990, que a pesar de su derrumbe al concluir el siglo, dejó tras de sí una reordenación radical de las tecnologías capitalistas. Eso es lo que se supone que debe promover la concentración geográfica de capital riesgo en regiones como Silicon Valley. Aunque el éxito limitado de tales iniciativas debería dar lugar a una reflexión más sosegada, se trata sin embargo de una buena ilustración de cómo el capital aprovecha ciertas contradicciones, como la que se da entre centralización y descentralización, o entre monopolios y competencia, y las encauza en su propio beneficio.
¿Cuales serían entonces las consecuencias políticas de esos análisis para la elaboración y puesta en práctica de una política anticapitalista? En primer lugar, debemos reconocer el enorme éxito que ha tenido en general el capital en la gestión de las contradicciones entre monopolio y competencia, así como entre centralización y descentralización, en su propio beneficio, utilizando las propias crisis para conseguirlo. A mi entender, está muy claro que ningún orden social futuro podrá abolir del todo esas contradicciones, por lo que lo verdaderamente interesante es cómo aprovecharlas. Pero deberíamos evitar la trampa de concebir esas oposiciones como cuestiones independientes, más que como unidades contradictorias. Es falso suponer, por ejemplo, que la descentralización es democrática y la centralización no lo es. Al perseguir la quimera de la pura descentralización (como querrían hacer estos días algunos ideólogos de la izquierda), existe una gran posibilidad de abrir la vía a un control monopolístico centralizado oculto, mientras que al perseguir la otra quimera de un control centralizado totalmente racional otros apuntan, también desde la izquierda, en dirección a un estancamiento inaceptable y totalitario. El capital ha llegado orgánicamente a cierto equilibrio entre las tendencias a una centralización monopolística y a una competencia descentralizada, a través de las crisis que surgen de sus desequilibrios.
Pero también ha aprendido algo de considerable importancia. El capital cambia la escala a la que opera de tal forma que sitúa los poderes y la influencia a la escala que le resulta más ventajosa para la reproducción de su propio poder. Durante la primera mitad del siglo XX, cuando en Estados Unidos, las ciudades y los estados eran demasiado fuertes, el capital buscaba sobre todo protección a escala federal; pero a finales de la década de 1960, cuando el gobierno federal se estaba mostrando demasiado intervencionista y proclive a la regulación, el capital se inclinó gradualmente en favor de los derechos de los estados, y es en ellos donde el Partido Republicano ha desarrollado más enérgicamente su agenda populista procapitalista. A este respecto, la izquierda anticapitalista tiene mucho que aprender del capital al tiempo que lo combate. Resulta curioso que gran parte de la izquierda anticapitalista, a diferencia de la socialdemócrata, prefiera ahora combatir a escala micro, donde las formulaciones y soluciones anarquistas y autónomas son más eficaces, dejando la escala macro casi sin oposición. Predomina un temor desmesurado a la centralización y la monopolización, hasta el punto de paralizar a la oposición anticapitalista, impidiéndole movilizar eficazmente la relación dialéctica pero contradictoria entre monopolio y competencia para la lucha anticapitalista.
7 Alfred Chandler, The Visible Hand. The Managerial Revolution in American Business, Cambridge (MA), Harvard University Press, 1993 [ed. cast.: La mano visible. La revolución de la gestión en la empresa norteamericana, Barcelona, Belloch, 2008].
8 Giovanni Arrighi, Adam Smith in Beijing, Londres, Verso, 2010 [ed. cast.: Adam Smith en Pekín, Madrid, Akal, 2007].
9 Karl Marx, Capital, Volumen 3, cit., p. 490 [ed. alemana: Das Kapital, Band III, cit., p. 381].
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