LA HORA DE TREVIJANO

Publicado el 26 de noviembre de 2021, 22:09

A los siete días de la decapitación de Luis XVI, Saint-Just lo advirtió a la Convención: «Es necesario que no haya en el Estado más que una sola voluntad, y que la que haga las leyes mande las operaciones de la guerra.» Es decir, una República absoluta, sin separar los poderes (el legislativo juzga, condena y ejecuta al rey), ni representar a la sociedad civil. Una representación monopolista de la sociedad política. Una moderna dictadura.

El primero que descubrió el verdadero alcance de la separación de poderes, realizada por los fundadores de la nueva República estadounidense, tuvo que ser quien mejor podía comprenderlos, el líder de la independencia de las colonias españolas de América del Sur, Francisco de Miranda. Enrolado durante la Revolución francesa con el general Dumouriez y con los girondinos, y muerto en una prisión de Cádiz en 1816, escribió en el año III (!) una página memorable, inspirada en Montesquieu, para proponer a los franceses un sistema garantista de las libertades, como el de los americanos.

«Dos condiciones son esenciales para la independencia absoluta de los poderes. La primera, que la fuente de que emanan sea una; la segunda, que ejerzan todos, unos sobre otros, una vigilancia recíproca. El pueblo no será soberano si uno de los poderes constituidos que lo representan no emanase ínmediatamente de él; y no habría independencia si uno de ellos fuese el creador del otro.» Sin embargo, Miranda no llamó democracia a este sistema representativo de separación de poderes.

En su Introducción a la Revolución francesa, Barnave emplea la palabra democracia, anticipándose a Tocqueville, para referirse a un nuevo poder social y político, pero no a una nueva forma de gobierno. «Una nueva distribución de la riqueza produce una nueva distribución del poder. Así como la posesión de tierras elevó a la aristocracia, la propiedad industrial eleva el poder del pueblo, adquiere su libertad, se multiplica y comienza a influir sobre los asuntos. De ahí, una segunda especie de democracia... En los Estados pequeños, la fuerza de este nuevo poder popular será tal que llegará a ser dueño del gobierno.» La democracia sigue siendo la antigua, pero con un pluralismo social en el que el peso de la mayoría caerá del lado de la clase industriosa. Y una especie de «aristocracia burguesa» se elevará a causa de este nuevo tipo mobiliario de riqueza.

El autor del calendario republicano, Fabre d'Eglantine, se opuso al referéndum relativo al procesamiento del rey con argumentos que establecen la diferencia entre el gobierno representativo y la democracia asamblearia. Los votantes aislados pueden expresar una «voluntad simple», pero no la «voluntad razonada» que exige la expresión del interés general de la nación, tras el debate de un cuerpo reunido como un todo en una sola Asamblea. Por eso el pueblo francés «no puede, ni podrá nunca, ejercer su soberanía y se hace representar».

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