Los sapiens sapiens en España

Publicado el 30 de noviembre de 2021, 11:49

Hace como treinta mil años, cuando la edad del hielo tocaba a su fin, grupos más o menos numerosos de cazadores sapiens sapiens se instalaron en la Península. Unos pertenecían a la familia del hombre de Cromañón, que parece haber dejado sus trazas raciales en la fisonomía de algunos vascos y canarios. Otros, pertenecientes a la variedad Combe-Capelle, se establecieron en la zona mediterránea y pudieron originar la fisonomía levantina.

Una de las pocas cosas seguras que sabemos de aquellos primitivos habitantes del solar hispano es que vivían en abrigos naturales, es decir, en cuevas abiertas; que eran buenos cazadores, que fabricaban gran cantidad de instrumentos de hueso y asta, azagayas, arpones, agujas (lo que demuestra que ya cosían, seguramente pieles), que decoraban cuevas y abrigos con pinturas y que albergaban preocupaciones religiosas. El enterramiento de uno de ellos, descubierto en la cueva Morín, a unos diecisiete kilómetros de Santander, prueba que esperaban otra vida después de la muerte. Hace veinticinco mil años, sepultaron allí a un difunto, después de cortarle los pies y la cabeza, y le colocaron como ajuar funerario un cervatillo, un costillar y un cuenco lleno de pintura ocre. ¿Para que pudiera comer y adornarse en la otra vida? ¿Le mutilaron los pies para impedir que regresara? ¿Le mutilaron la cabeza para venerarla en casa, de la misma manera que todavía, en zonas rurales de España, se venera el siniestro retrato de los abuelos hace largo tiempo fallecidos que preside el comedor?

El secular retraso español respecto a Europa se remonta a las primeras manifestaciones artísticas. En las cuevas francesas han aparecido vulvas, es decir, coños, tallados hace treinta y cinco mil años. Las de nuestra cueva del Castillo, en Cantabria, tienen sólo unos diecisiete mil años. Cuando las dibujaron, la vulva estaba ya casi pasada de moda en Europa y lo que más se estilaba era la señora entera, lo más jamona posible, esas figurillas de opulentas formas, de pingües nalgas y voluminosas tetas, imaginativamente llamadas venus. ¿Eran los hombres de Cromañón obsesos sexuales? ¿Eran erotómanos? Probablemente, ni una cosa ni otra; lo más seguro es que las venus fueran fetiches propiciadores de fecundidad. Se estuvieron produciendo hasta hace unos doce mil años, aunque ya en los últimos milenios el personal se aficionó más a la pintura mural, esas representaciones de mamuts, caballos, ciervos y bisontes de las cuevas de la región cantábrica y de la Francia meridional. ¿Qué sentido tenían, aparte del placer de hacerlas y el de contemplarlas? ¿Magia simpática? ¿Atraer la caza? ¿Favorecer la fecundidad de los animales?

Quizá la fecundidad. Esa función parece tener la danza fálica dibujada en el abrigo de Cogull (Lérida): un grupo de comadres en maxifalda que no quita ojo a un varón espléndidamente dotado. Por cierto, un notable antecedente de los strip-tease masculinos hoy tan en boga.

Hace unos diez mil años empezaron a derretirse los hielos que cubrían buena parte de Europa y Asia, y el clima se suavizó. La fauna mayor (bisontes, renos, focas, etcétera) emigró hacia el norte en busca de tierras más frías. Las tribus de cazadores se vieron obligadas a seguir a los animales o a adaptarse al nuevo ecosistema. Para los que optaron por quedarse, comida no faltaba, que todavía triscaban por esos cerros especies tan sabrosas como el jabalí y la cabra. Favorecidas por el clima más suave y por el progreso técnico, las comunidades humanas crecieron, y con ellas, ¡ay!, inevitablemente, los conflictos. Las armas de caza, cada vez más certeras y letales, equipadas con puntas de piedra delicadamente talladas y aguzadas, se emplearon también en la guerra. En una cueva de Barranco de Gasulla, en Castellón, asistimos a una escaramuza: dos grupos de arqueros se acribillan a flechazos, disparándose casi a quemarropa.

Pronto comenzaron a escasear los animales mayores que no habían emigrado, particularmente los bisontes. Entonces, los cazadores tuvieron que perseguir especies más pequeñas y huidizas. En las costas de Portugal y Galicia, surgieron mariscadores, que han dejado enormes depósitos de conchas (concheiros). Tampoco les hacían ascos a los caracoles y a las lapas, quizá ni siquiera a las babosas. Ganar la proteína diaria se ponía cada día más difícil. Había que aguzar el ingenio.

Entonces, la humanidad dio un gigantesco paso hacia adelante al domesticar ciertos animales y plantas, es decir, inventó la ganadería y la agricultura. Es lo que se ha llamado la revolución neolítica.

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