LA CIA EN ESPAÑA: España, portaaviones de los yanquis

Publicado el 1 de diciembre de 2021, 21:06

Durante una conversación mantenida en febrero de 1947 con el entonces encargado de negocios norteamericanos en España, Bonsal, Juan Beigbeder comunica que si Londres y Washington no dan al proyecto «una favorable acogida pronto, todo se vendrá abajo y Franco se mantendrá en el poder treinta años». Para Bonsal, y así lo expresa en un informe del Departamento de Estado, los intereses norteamericanos se verían favorecidos por «la aparición, tan pronto sea posible, de un gobierno de tendencias moderadas capaz de pilotar al país entre los dos extremos de una dictadura rígida de los elementos fascistas o reaccionarios, por una parte, y la revolución social por la que aboga Moscú, de otro lado». Pero sus jefes de Washington no están de acuerdo: Franco les ofrece más garantías. Además, la Ley de Sucesión, aprobada en referéndum el 6 de julio de 1947, da al traste con los pactos de la oposición, al aceptar don Juan de Borbón la «legalidad» que se le propone.

El encargado de negocios de Estados Unidos en Madrid, Paul Culbertson afirma que «son unos insensatos los monárquicos que se me acercan a pedirme que Norteamérica asfixie económicamente a España. Si eso ocurriera, caería Franco, pero la monarquía no recogería la herencia. Lo que tiene que hacer el Rey es ponerse de acuerdo con Franco» 5 . Martín Artajo y el entonces director del Instituto de Cultura Hispánica, Joaquín Ruiz Giménez, mantienen una entrevista con Culbertson en la que ambos le dan toda clase de seguridades sobre la vocación proamericana del Gobierno español y le recalcan que el régimen es profundamente «anticomunista», por lo que, en caso de conflicto norteamericano-soviético, España siempre estaría al lado de Estados Unidos.

Franco, en persona, le explica a Culbertson su posición, planteándole que España ha sido estrictamente neutral desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial y que no ha obtenido ni reclamado por ello ningún beneficio territorial, a pesar de las promesas de Churchill y Edén sobre Gibraltar. También le asegura que los exiliados son libres de volver cuando quieran y le explica que el programa de su Gobierno tiene un carácter «social» y persigue ampliar la estructura educativa, cívica y política del país. Culbertson se queda entusiasmado: «Franco es un hombre sincero y honrado consigo mismo. Está convencido de que lo que hace es para el beneficio del pueblo español».

El nuevo encargado de negocios es un anticomunista de la línea dura y en sus informes sostiene que la oposición interior es la culpable del endurecimiento del régimen: «Sin más que oposición a su alrededor, Franco sólo tenía dos alternativas: suicidarse o tirar de las riendas de la dictadura». Culbertson también está convencido de que la Iglesia católica no está dispuesta a apoyar ningún cambio. Ni el Vaticano, ni la jerarquía española. El funcionario norteamericano se inclina por la «evolución como término opuesto a revolución». Opina que a Franco

se le pide que cambie un pájaro que tiene en la mano por ciento que aún están volando, por lo que es de suponer que quiera saber más de esa bandada de pájaros, y si las seguridades que pueden dársele son suficientes, creo que se mostraría interesado. Nadie puede rehusar una mano amistosa que le saque del sumidero en el que ahora se encuentra, y eso a pesar de que parece creer que ha sido el elegido por un algo superior para conducir a España y a los españoles hasta la luz. Tengo el presentimiento de que, con todo, querrá volver a poner los pies en el suelo. Es muy posible que se comportara así si, ante la perspectiva de un desastre económico, se diera a España ayuda material verdaderamente significativa, evitando de esa manera una catástrofe tanto política como económica.

 

5 Citado por Joan Garcés en Soberanos e intervenidos, Siglo XXI, Madrid, 1996.

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