POR LA RELIGIÓN Y LA PATRIA: La Iglesia española y sus mártires (81-90)

Publicado el 3 de diciembre de 2021, 17:43

Entonces el cura, desde el púlpito, con fuerza, preguntó: ¿sabéis quién mató a Jesucristo…, quién lo crucificó…? Y haciendo una pausa y ya calmado contestó:

¡ LOS ROJOS DE ENTONCES !

Años cuarenta. Misa de domingo en la iglesia de San Martín, de Salamanca (testimonio de Celina Muñoz).

 

 

LA IGLESIA ESPAÑOLA ha dedicado un gran esfuerzo a dejar memoria de sus mártires. Rara fue la orden religiosa que, ya desde la misma guerra y sobre todo tras ella, no publicó un texto dando a conocer la identidad y las vicisitudes de aquellos de los suyos que perdieron la vida en medio de la revolución. Basta echar un vistazo a los fondos de la Biblioteca Nacional para observar los numerosos martirologios que vieron la luz en esos años. Todo esto, fomentado por la propaganda franquista, siempre necesitada de víctimas para justificar la represión, dio lugar a una leyenda que falseó la realidad, exagerándola, hasta deformarla. Lo cierto es que, dada la dimensión verdadera del terror anticlerical, no hubiera hecho falta. Esto se puso en evidencia cuando en 1961 el obispo Antonio Montero Moreno publicó la Historia de la persecución religiosa en España. 1936-1939 en la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC) [35] . Aunque no era esa su intención, el libro, al poner las cosas en su sitio, acabó con las cifras que se estaban manejando hasta entonces y dejó al descubierto su carácter propagandístico, hecho que no le sería perdonado nunca a Montero por los sectores más reaccionarios y nostálgicos del nacionalcatolicismo del que él mismo procedía. La propaganda eclesiástica llegó a hablar de 16 750 religiosos asesinados cuando en realidad fueron 6629 [36] .
En realidad Montero, como otros colegas suyos que se formaron durante la dictadura y vivieron en primera persona la transición y el retorno al sistema democrático —el caso paradigmático sería Vicente Enrique Tarancón—, fue consciente de que, si quería seguir conservando lo esencial del enorme poder que habían acumulado, había que cambiar ciertas cosas para entrar con buen pie en los nuevos tiempos que se avecinaban. No existe la menor duda de que Antonio Montero, granadino de nacimiento y que pasó buena parte de su vida entre Andalucía y Extremadura, debía conocer de sobra la dimensión real de la represión franquista en el sur, a la que no hizo mención alguna en su libro. En este sentido no está de más señalar que mientras los investigadores del golpe militar del 18 de julio y sus consecuencias hemos dedicado la misma atención tanto a las víctimas de derechas como a las de izquierdas, la Iglesia y sus historiadores, desde los martirologios de la cruzada hasta el cura especialista García Cárcel, pasando por el obispo Montero, nunca han dedicado la más mínima atención a las víctimas de la represión fascista. A la Iglesia, como a los franquistas, únicamente le interesan sus propios caídos. Solo este hecho los sitúa más cerca de la propaganda que de la historia.
Y no solo esto sino que, por los propios archivos de la Iglesia y especialmente por los expedientes personales que aún no podemos consultar, los historiadores eclesiásticos han tenido que saber que, al mismo tiempo que hubo curas que se sumaron desde el primer momento al golpe militar, hubo también otros que protegieron a sus vecinos e incluso algunos que por no estar de acuerdo con los medios empleados por los sublevados protestaron y fueron eliminados como si fueran rojos. Sin embargo, tampoco aludieron a ellos. Y no estamos hablando de los dieciséis curas vascos asesinados por ser nacionalistas sino de religiosos asesinados por oponerse a la represión en la zona ya ocupada o por ser críticos con el Nuevo Orden.
Es conocida, por otra parte, la incesante campaña, digna de otro empeño, que la Iglesia española lleva adelante con «sus mártires» desde que el papa polaco Wojtyla abrió la puerta a los procesos de beatificación iniciados en posguerra y frenados durante los papados de Roncali y Montini. En esta línea se ha desarrollado el trabajo del sacerdote e historiador Vicente Cárcel Ortí. Una prueba del desenfoque estructural que padecen, tanto él como la Iglesia a la que pertenece, puede apreciarse en un momento de la entrevista que hace unos años concedió en Roma al periodista Javier Morán. Este le preguntaba si fueron diez mil personas las víctimas de la persecución religiosa y Cárcel Ortí le respondía que se trataba de un cálculo aproximado: «Los sacerdotes están todos registrados y son unos siete mil. Más unos dos mil religiosos y unas trescientas monjas». Decía entonces el periodista: «¿Se respetó un poco más a las mujeres?». Y la respuesta del cura era: «A Juan Pablo II le impresionaba que mataran a mujeres» [37] .
No nos aclara Cárcel si Wojtyla se interesó en alguna ocasión por las mujeres asesinadas por el fascismo agrario y clerical español. Sería interesante saber qué hubiera respondido el polaco si el tendencioso cura-historiador le hubiera dicho: «También debo decirle, Santidad, que el número de mujeres víctimas de la Gloriosa Cruzada a partir del 18 de julio en la zona nacional fue muy superior al de las monjas asesinadas en la republicana. Fíjese, Santo Padre, que solo en el suroeste, entre Sevilla, Huelva y Badajoz, fueron asesinadas un mínimo de mil quinientas. Y si tenemos en cuenta que no hubo provincia que, en mayor o menor grado, se librara de estas barbaridades…». Hay que suponer que Wojtyla habría enmudecido. Si tanto le impresionaba que los rojos mataran mujeres, ¿qué sentimiento le hubiera producido saber que los que se decían paladines de la religión católica, apostólica y romana habían acabado con la vida de varios miles de ellas, de toda edad, en España? Aunque también es posible que, tratándose de rojas, pensara como la Iglesia española, que...

[35] No hay que olvidar que la BAC tuvo por directores a Máximo Cuervo Radigales, jurídico militar y director general de prisiones en los años negros de posguerra, y a José Sánchez Muniain, director de la revista carcelaria Redención y exsecretario del cardenal Herrera Oria. Cuervo además fue uno de sus fundadores en 1943.

[36] Rodríguez Lago, José Ramón, Cruzados y herejes. La religión, la Iglesia y los católicos en la Galicia de la guerra civil, Nigratrea, Pontevedra, 2010, p. 127.

[37] La Nueva España, 26/10/2007.

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