POR LA RELIGIÓN Y LA PATRIA: La Iglesia y sus mártires (91-100)

Publicado el 4 de diciembre de 2021, 14:46

...no solo no puso objeción alguna sino que bendijo y prestó su colaboración de múltiples maneras a la mayor matanza de mujeres de nuestra historia contemporánea.
Por lo demás resulta imposible imaginar cuál hubiera sido la reacción del polaco si Cárcel Ortí hubiera añadido: «Hay otra cosa, Santidad, que no sé si debo decirle… Entre esas mujeres fusiladas por los nacionales las había… embarazadas». ¿Cómo hubiera encajado esto un hombre que había hecho de la «defensa de la vida» una seña de identidad de la religión que representaba, que era la misma que la de los golpistas del 36? Los párrocos del fascismo, que tan preocupados se mostraron por la otra vida de los que cada noche acababan en una fosa común, no hicieron nada por evitar estos horribles crímenes. Bueno será, como ejemplo, dejar constancia de lo ocurrido en una provincia bien estudiada como Sevilla:

Ángeles «La Valiente» (Tocina).
Antonia Cordero Vela, casada (Las Cabezas de San Juan).
Carmen Estanislao Moreno, 24, casada (Fuentes de Andalucía).
Dolores García Hierro, 22, casada (Marchena).
Antonia García López, 26, casada (Morón de la Frontera).
Isabel Hidalgo Rodríguez, 41, casada (El Coronil).
Rosario Huertas Morán (Alcalá la Real).
Ana Lineros Pavón, 32, casada (Villanueva de San Juan).
Victoria Macías Gutiérrez, 24, casada (Los Corrales).
Carmen Rojas Sevillano, casada (Marchena).
La mujer de «Raposo» (Aznalcóllar).

Once mujeres embarazadas y asesinadas: la primera de 6 meses; Carmen Estanislao y Antonia García de ocho meses y Ana Lineros de nueve. Aunque se trate de provincias aún no investigadas por completo, también tenemos constancia de asesinatos de mujeres embarazadas en Cádiz, Huelva, Badajoz y Córdoba. Y eso por no recordar el conocido caso de Juana Capdevielle San Martín, archivera de 31 años, esposa de Francisco Pérez Carballo, gobernador de A Coruña en 1936, asesinada por los fascistas en Galicia el 17 de agosto de dicho año, unos días después que su marido. Esta es la verdadera «cultura de la muerte» en la que cuajó y se formó la Iglesia que hemos conocido y que todavía se niega a admitir lo que fue y lo que hizo. Wojtyla utilizó este concepto de «cultura de la muerte» pensando en Europa y en lo que él consideraba su decadencia en relación con el aborto, pero al hacer esto olvidó que en Europa hablar de «cultura de la muerte» es hablar de los fascismos que la asolaron en el siglo XX y entre ellos, muy especialmente, el español.
Hay también otro colectivo que la Iglesia siempre ha olvidado: los católicos que militaban en entidades de izquierdas y que fueron aniquilados sin que les valiera para nada su condición religiosa. Ha sido José Ramón Rodríguez Lago quien en su magnífico trabajo Cruzados y herejes ha puesto de manifiesto que no fueron los militares y católicos los que prepararon y colaboraron en el golpe militar, sino los sectores militares y católicos más reaccionarios, que son «los que construyeron un discurso totalitario que identificó el alzamiento del Ejército y la cruzada católica con la proclamación del nuevo régimen». Esto acarreó el triunfo de la intransigencia y el sacrificio de los militares no ya abiertamente republicanos sino simplemente respetuosos con las leyes y de aquellos católicos y laicos dispuestos a convivir en paz, que eran la mayoría. Y cita ejemplos de católicos asesinados: el mencionado Francisco Pérez Carballo, el galleguista Alexandre Bóveda, el último alcalde republicano de Santiago Ángel Casal, el gobernador civil de Pontevedra Gonzalo Acosta Pan, el director del Hospital de Santa María de Lugo Rafael de Vega Barrera o, para no extendernos más, el general Enrique Salcedo Malinuevo, asesinado el 9 de noviembre en Ferrol y que murió gritando «¡Viva Cristo Rey!» [38] . De todos ellos se ha olvidado la Iglesia española.
Los casos de curas abiertamente fascistas y de aquellos que fueron víctimas del fascismo han sido objeto de atención de numerosas investigaciones locales realizadas en las últimas décadas por todo el país. Contamos con una buena síntesis, aún vigente, realizada hace once años por Julián Casanova dentro de un trabajo más amplio [39] . No se trata ahora, aunque se mencionen, de repetir los casos allí tratados sino de ampliar aquella información por las investigaciones posteriores y de aprovechar las nuevas fuentes documentales abiertas al investigador. Pero antes de entrar en materia conviene recordar la base de la que partimos por nuestras propias investigaciones. No estará de más, porque la historiografía conservadora no deja de minimizar todo lo que considera que va contra su cuadro de verdades establecidas y en ellas no hay lugar, salvo por lo que se refiere a los «curas separatistas», para aquellos que desde la misma religión que dio carácter de cruzada al golpe militar se opusieron abiertamente a este aun a costa de su vida.
La cuestión de fondo es la siguiente: la Iglesia actúa de manera sectaria por solo acordarse de «sus mártires»; se niega en redondo a igualar en modo alguno a los suyos, víctimas del terror rojo, con los que perecieron por el terror azul. Mantiene que la diferencia es que los suyos, al contrario que los otros, fueron asesinados solo por causa de la fe y que murieron orando y perdonando públicamente a sus asesinos. De lo primero ya se ha escrito mucho, insistiéndose en la idea de que, más que por la fe, por lo general la violencia se ceba en el clero por la tradicional y constante alineación de la Iglesia católica con los sectores más reaccionarios de la sociedad española y por su contribución y apoyo a la sublevación desde el primer momento. Dicho de otro modo: la Iglesia, aunque vivía a su costa, hacía ya tiempo que se había olvidado de su grey, y esta, en justa correspondencia, pasaba ampliamente de la Iglesia, a la que veía...

 

[38] Rodríguez Lago, J. R., Cruzados…, pp. 146 y ss.

[39] Casanova, J., La iglesia de Franco, Temas de hoy, Madrid, 2001. Es preferible la edición con notas, ya mencionada, que publicó Crítica en su Biblioteca de Bolsillo en 2005.

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