LA HORA DEL DESPERTAR DEL LEÓN: ¿Y ahora qué?

Publicado el 3 de diciembre de 2021, 20:28

Siguiendo mi intuición, viajé a Lima a primeros de febrero de 1991, para vivir una experiencia que reescribiría mi vida. Cuando salí del avión en el aeropuerto de Lima y recogí mi maleta, parecía un niño perdido. ¿Y ahora qué? Sentí que debía dirigirme a Cuzco, a los Andes, el núcleo de la antigua civilización inca, y en la pantalla de salidas vi que salía un avión con ese destino en unos treinta y cinco minutos. En el aeropuerto había multitud de personas y todavía tenía que comprar un billete. Pensé que no tenía ninguna posibilidad de llegar a ese vuelo. De pronto, un tipo peruano que hablaba inglés bastante bien surgió de la multitud y me preguntó a dónde iba.

__A Cuzco -le respondí.
—¿Tienes hotel?
—No.
—¿Tienes billete?
—No.
—Te conseguiré un billete y un hotel.

Logró hacerlo en un tiempo récord, llevándose su comisión, por supuesto. En aquel momento el vuelo estaba a punto de partir y me puse al final de la cola de personas que esperaban para facturar. Era imposible que pudiera llegar a tiempo, pero, mientras me preparaba para una larga espera, mi protector me dijo: «No, no, sígueme». Me llevó al principio de la cola, donde su amigo del mostrador de facturación dejó de hacer lo que estaba haciendo y me facturó la maleta. Todavía no había pasado una hora desde mi llegada a Lima y estaba volviendo a pasar por la pista para embarcar en un avión con destino a Cuzco. Estas «coincidencias» y sincronizaciones iban a repetirse constantemente durante las siguientes tres semanas y desde entonces no han dejado de hacerlo. Llegué a mi destartalado hotel y me senté en la cama preguntándome qué haría después. Hacía unos días había conocido a una persona que me había dado el número de teléfono de una amiga suya de Cuzco, de modo que llamé al número. Resultó que su amiga era la directora de una agencia de viajes y en menos de una hora organizó todos mis planes de viaje. También llamó a un guía peruano que conocía para que me acompañara y me enseñara el país. Al día siguiente me presenté en su casa, listo para empezar lo que sería una increíble aventura. La puerta de su casa estaba abierta y, nada más entrar, lo hallé durmiendo en el suelo. Cuando abrió los ojos, en lugar de decirme «hola» o «buenos días», me dijo: «¿Has soñado alguna cosa esta noche?» Tras recuperarme de la sorpresa de su primer comentario, le dije que sí. Había soñado que se me habían caído los dientes de delante y lo recodaba muy vívidamente.

—¿Tu padre o tu abuelo todavía viven? -me preguntó.
—Bueno, sí, mi padre sí. ¿Por qué?
—Este tipo de sueños muchas veces simboliza la muerte de nuestro padre o abuelo.

Hacer una llamada internacional desde cualquier región de Perú a excepción de Lima es todo menos fácil; sin duda lo era entonces, pero una semana más tarde, cuando por fin me las ingenié para llamar a casa, descubrí que mi padre había muerto en Inglaterra, coincidiendo en el tiempo con mi sueño. Habían celebrado su funeral incluso antes de que supiera que había muerto. Iba a quedarme más tiempo de lo planeado en Perú y, durante las siguientes tres semanas, mientras viajaba por gran parte del país, empezó a repetirse una rutina diaria. Cada mañana le decía al guía a dónde sentía intuitivamente que debía ir; en todas las ocasiones me dijo que no era posible y, sin embargo, en cada ocasión terminamos allí de alguna manera. Visité algunos lugares sorprendentes, no sólo los más famosos como el fantástico Machu Picchu, sino también muchos otros lugares inolvidables. Finalmente llegamos a una ciudad del sur de Perú llamada Pruno, no muy lejos del lago Titicaca, del cual se dice que es el lago navegable más elevado del mundo. El guía nos había reservado una habitación en un hotel llamado Sillustani, nombre que hacía honor a un antiguo lugar inca que estaba más o menos a una hora en coche. Por motivos obvios, había fotografías del lugar por todo el hotel y le dije al guía que quería ir allí. Fiel a su estilo, me dijo que en aquella época del año era imposible ir sin gastar mucho dinero, pero mi intuición era tan poderosa que le dije que haría lo que fuera necesario. Tenía que alquilar un minibús para mí (o por lo menos eso me dijo el guía), y allí me dirigí con él y el conductor.

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