“… El de la transición fue un miedo prudente, casi diría un miedo que hizo "virtus", que hizo preferir un darse reglas y ponerse límites a un enfrentamiento sangriento, de nuevo, entre españoles, todos prudentemente sacrificamos algo y todos esos algos puestos juntos y a la vez formaron la base y la garantía de nuestra libertad, nuestra prosperidad, y nuestra confianza en el futuro, y visto con perspectiva histórica casi todos los españoles de entonces se comportaron como hombres con mayúsculas y creo que fue uno de los hechos mas honorables y nobles que se ha dado en nuestra historia en los últimos siglos; éste es un miedo que debemos conservar y prueba de ello es que al ir suavizándose su influjo y olvidándose por el devenir, la prosperidad y la libertad a lo largo del tiempo, ha hecho que los enemigos de España vuelvan con fuerza a crisparnos, a dividirnos y a intentar que nos despedacemos los unos a los otros.”
Durante la transición el miedo podía encontrarse en todas partes. Miedo en parte del pueblo que sentía la opresión de un régimen que mantenía los principios surgidos de una victoria en la guerra, sin libertades políticas, sociales y laborales, y miedo a verse definitivamente inmerso en el mismo régimen de Franco, sin Franco. Miedo en otra parte del pueblo, los seguidores fieles al Movimiento Nacional, a que de la mano de los partidos en el exilio, volvieran viejos recuerdos de la guerra civil; sobre todo había recelo al partido comunista. Miedo en los hombres del Movimiento a perder su sitio en el movimiento franquista, sin Franco. Miedo de los franquistas reformistas a quedarse sin sillón en un barco en movimiento antes de sentarse en el tren de la democracia. Miedo del Rey, en contraposición a su padre Don Juan, a perder la corona si en una elección libre la república saliera victoriosa. Mucho miedo.
Pero de entre todos los miedos y temores que podían atañer al pueblo, aquel que podía ser el más grave, y a su vez el más invocado, no existía: la reedición de un enfrentamiento sangriento entre españoles. Con los medios de información vigilados, las informaciones dirigidas o interesadas se extendían sin barreras como susurros en mentideros. El rumor de un nuevo enfrentamiento civil extendido desde el Partido Comunista por un lado y la información oficial llamando al orden y al sosiego por otro, crearon el miedo escénico suficiente como para mantener a las masas bajo un orden razonable. La política del dominio era bien conocida por ambas partes, la franquista y su aprendiz oposición.
En 1973 es asesinado el Almirante Carrero Blanco, Presidente del Gobierno, en un brutal atentado que hace volar el coche en el que viajaba por encima de la azotea de un edificio de cinco plantas, cayendo al interior del patio. La brutalidad de la acción, más aún que el magnicidio, aterroriza, genera miedo y sensación de inseguridad. Carrero era un hombre fiel a Franco, no en vano llevaba junto a él desde el principio. Su asesinato no era sólo un acto de terror escénico por el mayúsculo crimen, era una señal inequívoca de que el poder no era de origen divino, ni eterno por la gracia de Dios, y que habría que contar con el pueblo de alguna manera.
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