Para algunos la tierra empezaba a moverse bajo sus pies. Y para evitar que el pueblo desesperado se organizara tras perder el temor a la represión estatal puesta en entredicho, se hizo extender la opinión de que aquello devendría en algo todavía peor, siempre sembrando el miedo entre los españoles, para lo cual vino muy bien contar con la ultra derecha de Blas Piñar movilizada. El mismo día en que tenía que celebrarse el juicio por el proceso 1001, en el que se acusaba a líderes sindicalistas de luchar por el derecho de libre asociación sindical de los trabajadores, las movilizaciones y manifestaciones de protesta convocadas por los sindicalistas fueron todas suspendidas por la propia organización. La desmovilización fue efectiva. El PCE temía una noche de represalias por el atentado de por la mañana contra Carrero; “una noche de cuchillos largos” (Carrillo dixit). En lugar de las movilizaciones antifranquistas, se formaron movilizaciones de exaltadores de Franco en alegato al movimiento del 18 de julio que desfilaron hacia el Ministerio de Justicia, donde esperaban presos los sindicalistas. No eran más de unos cientos los exaltados. Los líderes sindicales en los calabozos escucharon los gritos, “Tarancón al paredón, Ruiz Jiménez y Camacho a la horca”. No temieron por sus vidas y aseguraron sentirse protegidos por los funcionarios. Declararon, sin embargo, que temían también, y literalmente, “una noche de cuchillos largos”. La coincidencia no es casual. Carrillo ya sabía al día siguiente que no iba a acontecer ninguna represalia en Madrid por el magnicidio, porque desde la cúpula militar se le mantenía informado.
Ese cambio en el signo de las movilizaciones, resultó natural como respuesta a la brutalidad del atentado. El propio Blas Piñar se mostró indignado ante las imágenes de los destrozos de la explosión. Los ultras encontraron sin buscarlo un motivo de peso para la exaltación. En el funeral del Almirante Carrero, por el contrario, el Cardenal Tarancón desliza desde el púlpito la legitimidad de la reivindicación del atentado después de condenarla firmemente como anticristiana: “… Si esta trágica muerte nos descubriera a todos, que la preocupación por el bien común, por la grandeza de la nación, por su convivencia pacífica en la justicia, por su elevación y desarrollo en todos los órdenes, son tareas que a todos nos incumben como españoles y también como cristianos, habríamos logrado que esta fuera una hora de fecundidad, no solo de llanto”. Estaba haciendo un llamamiento al aperturismo. El dominio envilece al dominador y al dominado, pero si además el dominado tiene la certeza de no tener ninguna oportunidad de librarse de la dominación, la vileza se hace mayúscula. Aludir a la necesidad de la participación de todos, ponía de manifiesto que algunos estaban siendo excluidos. El régimen quedaba deslegitimado desde la propia iglesia si no se reconducía hacia una apertura democrática.
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