DIECISIETE CONTRADICCIONES Y EL FIN DEL CAPITALISMO: INTRODUCCIÓN: SOBRE LA CONTRADICCIÓN

Publicado el 4 de diciembre de 2021, 1:59

Las contradicciones no son siempre rotundamente malas y evidentemente no trato de sugerir connotaciones automáticamente negativas. Pueden constituir una fuente fecunda de cambio social y personal de la que la gente salga mucho mejor que antes. No siempre sucumbimos y nos perdemos en ellas. Podemos utilizarlas creativamente. Una de las eventuales salidas de una contradicción es la innovación. Podemos adaptar nuestras ideas y prácticas a nuevas circunstancias y aprender de la experiencia a ser mejores y más tolerantes. Parejas que se han distanciado pueden redescubrir las virtudes del otro cuando tratan de resolver una crisis entre trabajo y familia, o pueden encontrar una solución tejiendo nuevos lazos duraderos de apoyo y cuidado mutuo en el ámbito donde viven. Ese tipo de adaptación se puede dar tanto a escala individual como macroeconómica. Gran Bretaña, por ejemplo, se vio en una situación contradictoria a principios del siglo XVIII: se necesitaba tierra para extraer biocombustibles (en particular carbón vegetal) y para la producción de alimentos, y en una época en que la capacidad del comercio internacional en energía y alimentos era limitada, el desarrollo del capitalismo amenazaba interrumpirse debido a la creciente rivalidad con respecto a uno u otro de esos usos de la tierra. La respuesta estaba en excavar minas a cierta profundidad para obtener carbón como fuente de energía, de forma que la superficie se pudiera utilizar únicamente para la producción de alimentos. Más tarde, la invención de la máquina de vapor contribuyó a revolucionar el propio capitalismo al generalizarse el uso de combustibles fósiles. Una contradicción puede ser con frecuencia la «madre de una invención»; pero observemos algo importante al respecto: el recurso a los combustibles fósiles alivió entonces una contradicción pero ahora, siglos después, intensifica otra entre su uso desmedido y el cambio climático. Las contradicciones tienen la desagradable costumbre de no ser resueltas sino simplemente desplazadas. Observemos bien este principio, porque aparecerá muchas veces en lo que sigue.

Las contradicciones del capital han generado a menudo innovaciones, muchas de las cuales han mejorado la calidad de la vida cotidiana. Cuando las contradicciones dan lugar a una crisis del capital, propician momentos de «destrucción creativa». Rara vez sucede que lo que se crea y lo que se destruye esté predeterminado y menos aún que todo lo que se crea sea malo y todo lo que era bueno resulte destruido, y rara vez se resuelven totalmente las contradicciones. Las crisis son momentos de transformación en los que el capital suele reinventarse a sí mismo y transformarse en algo diferente; y ese «algo diferente» puede ser mejor o peor para la gente por mucho que estabilice la reproducción del capital. Pero las crisis son también momentos de peligro cuando la reproducción del capital se ve amenazada por las contradicciones subyacentes.

En este estudio me atendré a la concepción dialéctica de la contradicción, más que a la de la lógica aristotélica 1 . No quiero decir con esto que la definición aristotélica sea equivocada; las dos definiciones –aparentemente contradictorias– son autónomas y compatibles, sólo que se refieren a circunstancias muy diferentes. En cuanto a la concepción dialéctica, muy rica en posibilidades, no me parece tan difícil de emplear como a veces se piensa.

Para empezar, en cualquier caso, debo atender a la que es quizá la contradicción más importante: la que se da entre realidad y apariencia en el mundo en el que vivimos.

Marx nos advirtió, como es sabido, que nuestra tarea consiste en cambiar el mundo más que en entenderlo; pero enjuiciando la totalidad de sus escritos hay que reconocer que dedicó infinitas horas en la biblioteca del Museo Británico a la tarea de entender el mundo. Y fue así, creo, por una razón muy simple, la que se suele expresar bajo el término «fetichismo». Con ese término Marx se refería a las diversas máscaras, disfraces y distorsiones de lo que sucede realmente en el mundo que nos rodea. «Si todo fuera tal como parece superficialmente –escribía– no habría ninguna necesidad de ciencia». Para poder actuar coherentemente en el mundo tenemos que indagar bajo las apariencias superficiales, ya que éstas suelen inducir a una actuación con resultados desastrosos. Los científicos nos enseñaron hace mucho tiempo, por ejemplo, que el sol no gira en torno a la tierra, como parece (¡aunque un reciente estudio sociológico realizado en Estados Unidos mostraba que el 20 por 100 de la población estadounidense sigue creyendo que es así!). Los profesionales de la medicina reconocen igualmente que existe una gran diferencia entre los síntomas y las causas subyacentes, habiendo transformado, con gran esfuerzo, su comprensión de las diferencias entre apariencias y realidades en el arte especializado del diagnóstico médico. Hace un tiempo yo tuve un dolor agudo en el pecho y estaba convencido de que era un problema de corazón, pero resultó ser un dolor reflejo de un nervio pinzado en el cuello que se resolvió con unos cuantos ejercicios físicos. Marx quería generar el mismo tipo de comprensión profunda en lo que se refiere a la circulación y acumulación del capital, por debajo de las apariencias superficiales que disfrazan la realidad subyacente. El acuerdo o desacuerdo con sus diagnósticos específicos no es lo que nos importa ahora (aunque sería estúpido no tener en cuenta sus descubrimientos), sino reconocer la posibilidad general de que a menudo atendamos a los síntomas más que a las causas subyacentes y de tener que desenmascarar lo que sucede verdaderamente bajo múltiples capas de apariencias superficiales a menudo engañosas.

 

1 Bertell Ollman, The Dance of the Dialectic. Steps in Marx’s Method, Champagne (IL), University of Illinois Press, 2003.

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