DIECISIETE CONTRADICCIONES Y EL FIN DEL CAPITALISMO: SOBRE LA CONTRADICCIÓN

Publicado el 5 de diciembre de 2021, 19:28

Déjenme ofrecer algunos ejemplos: si pongo 100 dólares en una cuenta de ahorro con una tasa de interés compuesto del 3 por 100, al cabo de 20 años mis ahorros habrán aumentado hasta 180,61 dólares. El dinero parece tener la capacidad mágica de poner sus propios huevos de oro, de crecer con un incremento anual cada vez mayor; sin que yo haga nada, mi cuenta de ahorros medra cada vez más. ¿Pero de dónde viene realmente el aumento de dinero (el interés)?
Ese no es el único tipo de fetiche en nuestro entorno próximo. El supermercado está lleno de signos y disfraces fetichistas. Una lechuga cuesta la mitad que un cuarto de kilo de tomates. ¿Pero de dónde vienen la lechuga o los tomates y quién es el que ha trabajado para producirlos o quién los ha transportado hasta el supermercado? ¿Y por qué cuesta un artículo mucho más que otro? Además, ¿quién tiene el derecho a adjuntar cierto signo cabalístico a los artículos en venta como $, € o £ o de convertirlos en números como medio kilo cuesta un dólar o el kilo vale dos euros? Los artículos aparecen mágicamente en el supermercado con una etiqueta que marca su precio, de modo que los clientes con dinero pueden satisfacer sus deseos y necesidades dependiendo de cuánto lleven en sus bolsillos. Nos hemos acostumbrado a todo eso, pero no percibimos que no tenemos ni idea de dónde vienen la mayoría de los artículos, cómo se producen, quién los hace y en qué condiciones, o por qué se intercambian en las proporciones en que lo hacen y qué demonios es realmente el dinero que utilizamos (¡en particular cuando leemos que la Reserva Federal acaba de crear otro billón de dólares sacándoselo del sombrero!).

La contradicción entre realidad y apariencia derivada de todo ello es con mucho la más general y difundida que tendremos que afrontar al tratar de desvelar las contradicciones más específicas del capital. El fetiche entendido de esa forma no es una creencia insensata, una mera ilusión o una galería de espejos (aunque a veces parece serlo). Es realmente lo que sucede al usar el dinero para comprar mercancías o servicios y vivir sin más preocupación que la cantidad de dinero que tenemos y cuánto se podrá comprar con ella en el supermercado. Cierto es que el dinero guardado en mi cuenta de ahorros crece de año en año, pero si se le pregunta a alguien «¿qué es el dinero?», la respuesta suele ser un silencio perplejo. A cada paso nos esperan mistificaciones y máscaras, aunque ocasionalmente, por supuesto, nos sintamos conmocionados al leer que el millar o más de trabajadores que murieron al derrumbarse un edificio en Bangladesh se dedicaban a confeccionar las camisas que compramos en los grandes almacenes y que vestimos despreocupadamente. En general no sabemos nada de la gente que produce los bienes que dan sustento a nuestra vida cotidiana.

Podemos vivir perfectamente bien en un mundo fetichista de signos y apariencias superficiales, sin necesidad de saber nada de cómo funciona (del mismo modo que podemos accionar un interruptor y disponer de luz sin saber nada de la generación de electricidad). Sólo cuando sucede algo extraordinario –los estantes del supermercado están vacíos, los precios suben disparatadamente, el dinero que guardamos en nuestra cuenta disminuye bruscamente de valor, o la luz no se enciende– nos hacemos las grandes preguntas sobre por qué y cómo esas cosas que suceden «tan lejos», más allá de las puertas y de los muelles de descarga de los grandes almacenes, pueden afectar tan espectacularmente a la vida y el sustento cotidianos.
En este libro trataré de ir más allá de ese fetichismo y de determinar las fuerzas contradictorias que asedian al motor económico que hace funcionar al capitalismo, porque creo que la mayor parte de las explicaciones sobre lo que viene sucediendo son profundamente erróneas: reproducen el fetichismo y no hacen nada por despejar la niebla del equívoco.
Haré sin embargo una clara distinción entre capitalismo y capital. Esta investigación se centra en el capital y no en el capitalismo. ¿Qué implica esa distinción? Por capitalismo entiendo cualquier sistema social en el que predominan de forma hegemónica los procesos de circulación y acumulación del capital a la hora de proporcionar y configurar las bases materiales, sociales e intelectuales para la vida en común. El capitalismo está cuajado de innumerables contradicciones, muchas de las cuales no tienen, sin embargo, nada que ver directamente con la acumulación del capital. Esas contradicciones trascienden las especificidades de las formaciones sociales capitalistas. Como ejemplo podrían señalarse las contradicciones asociadas a las relaciones de género heteropatriarcales dominantes en las antiguas Grecia y Roma, en la antigua China, en Mongolia o en Ruanda. Lo mismo se puede decir de las distinciones raciales, entendidas como cualquier pretensión de superioridad biológica por parte de algún subgrupo de la población frente al resto (la raza no se define por lo tanto en términos de fenotipo: las clases obrera y campesina en Francia a mediados del siglo XIX eran abierta y ampliamente consideradas como biológicamente inferiores, opinión que cabe detectar en muchas de las novelas de Zola). La racialización y las discriminaciones de género se mantienen desde hace mucho tiempo y es evidente que la historia del capitalismo está intensamente racializada y generizada. Cualquiera podría entonces preguntarme por qué no incluyo las contradicciones de raza o de género (junto a muchas otras, como el nacionalismo, la etnicidad y la religión) como fundamentales en este estudio de las contradicciones del capital.
La respuesta más breve e inmediata es que las excluyo porque ,aunque sean omnipresentes en el capitalismo, no corresponden específicamente a la forma de circulación y acumulación que constituye el motor económico del mismo. Son consecuencias derivadas del asunto, podríamos decir.

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