LA CIA EN ESPAÑA: España, portaaviones de los yanquis

Publicado el 6 de diciembre de 2021, 2:09

Según publica el New York Times del día 31 de agosto, las contrapartidas reclamadas por Franco son las siguientes: un préstamo o subvención para ayuda militar y económica que se añadirá a los 400 millones de dólares pedidos inicialmente; una garantía de que no habrá «interferencia» de Estados Unidos en los asuntos internos españoles, y un acuerdo por el cual no se requerirá que las tropas españolas sirvan fuera de España. Además, en caso de guerra, cualquier ejército occidental que se retire a España quedará de inmediato bajo mando estadounidense o español.
Mientras tanto, la marcha de las negociaciones produce ciertos movimientos de
oposición interna en ambas partes. En Estados Unidos, los liberales no cesan de exponer la contradicción que significa negociar con un ex aliado del Eje, apenas seis o siete años después del final de la Segunda Guerra Mundial. El New York Times va más lejos en su editorial del 30 de agosto de 1951:

Esto [las negociaciones] constituye el mayor fraude de la política exterior norteamericana para con los deseos de nuestros principales aliados, e implica un problema que durante quince años ha dividido a la opinión pública norteamericana como ningún otro lo ha hecho en nuestra historia. ¿Son mayores las ventajas militares prácticas de un acuerdo con España que las desventajas políticas y militares? Habiendo afrontado la mayor guerra de la historia para derrotar al fascismo, ¿es la nuestra una situación tan desesperada como para hacer de un régimen fascista uno de nuestros aliados? ... Uno de los nítidos hechos con los que los americanos han de encararse es que, si seguimos adelante con estas negociaciones, estaremos ayudando a perpetuar a Franco en el poder mientras viva y le interese permanecer como dictador de España. Esa será nuestra responsabilidad ante la historia. Efectivamente...

En enero de 1952, el Pentágono se excusa insistiendo en el interés militar de las bases, pero afirmando que se trata de una decisión política más que militar. Y un mes después, el presidente Truman declara que no siente ningún afecto por el régimen español 11 . Incluso llega a decir: «I hate Spain» («Odio a España»). Esto provoca una nota de protesta por parte de la embajada española en Washington. Pero Franco no se inmuta, necesita el acuerdo, sabe lo que vale la península Ibérica y se siente absolutamente seguro del terreno que pisa.
A finales de febrero viaja a España el secretario de Estado para Asuntos Europeos, George W. Perkins, el funcionario norteamericano de más alto rango que visita, hasta ese momento, la España de Franco. Durante su estancia, Perkins asegura al Gobierno español que Estados Unidos está decidido a iniciar su política de ayuda. Finalmente, el secretario de Estado, Acheson, manifiesta que las negociaciones específicas sobre las bases se iniciarán con la llegada del nuevo embajador estadounidense, MacVeagh. Éste llega el 21 de marzo de 1952, acompañado por un equipo de asesores militares bajo la dirección del general de división Kissner, de las Fuerzas Aéreas, y de asesores económicos encabezados por George Train, de la Mutual Security Agency.

11 «El senador Truman, como buen baptista, era hostil a España», escribe Vernon Walters en su libro Misiones discretas. «Sin embargo, los presidentes Eisenhower y Nixon nunca lo fueron», afirma.

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