LA HORA DE TREVIJANO: (IV) LA VERDAD EN LA HISTORIA DE LA DEMOCRACIA

Publicado el 6 de diciembre de 2021, 22:29

Y cuando, a finales de siglo, la palabra democracia aún no se había popularizado en Europa como valor añadido al de gobierno representativo, surgen los análisis de Gaetano Mosca denunciando la realidad oligárquica de la clase política parlamentaria; los de Ostrogorski en 1902, sobre las manipulaciones y fraudes de las prácticas electorales; los de Hatschek en 1905, describiendo la inoperancia de las ideas-programa en los partidos-organización; y los de Michels en 1911, descubriendo la ley de hierro de las oligarquías en el examen sociológico del Partido Socialdemócrata alemán.
A pesar de estas denuncias, los gobiernos representativos empezaron a llamarse a sí mismos democracias, a causa de la transformación de los partidos parlamentarios en partidos de masas y de la extensión progresiva del derecho de sufragio.

La entrada de Estados Unidos en la primera guerra mundial reforzó la creencia de que los soldados norteamericanos venían a Europa a defender el mismo sistema político y los mismos ideales de vida que ellos tenían en su país. Entonces arraigó la creencia social de que la democracia, como antes sucedió con el liberalismo, no sólo era una forma de gobierno con dos variantes sin importancia, la americana y la europea, sino ante todo y sobre todo un sistema de vida y de valores de la sociedad occidental, un modelo común de sociedad y de civilización.
La democracia se convertía de este modo en un valor universal tan deseado e indefinible como los de verdad o justicia. Por ella se moría en los campos de batalla. Ya no era entendida como forma de gobierno, sino como sistema de libertades públicas capaz de ser interpretado con distintas formas de gobierno. Era ya la confusa democracia liberal y no, simplemente, la democracia.
Fracasada la Revolución alemana de 1918, la derrota militar abre una situación provisional que termina por invertir la relación de poder existente en la Monarquía constitucional entre los dos principios que la equilibraban: identidad (gobierno monárquico) y representación (Parlamento).
Como sucedió en Francia tras el fracaso de la Comuna y la derrota de Napoleón III, se instala la República con un Parlamento preponderante sobre el gobierno. El ideal de la burguesía liberal orleanista y bismarckiana, de un rey que reine pero no gobierne, se realizó por fin con la elección popular de un presidente de la República que presida pero no dirija la política. Estamos ya en la República de Weimar. La famosa fuente de inspiración de todas las ideologías sociológicas y jurídicas que identificaron la democracia con el Estado burgués de Derecho y con el Estado de partidos.

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