Desenterrando Tartessos

Publicado el 8 de diciembre de 2021, 13:23

En el siglo pasado y en el primer tercio del nuestro, los arqueólogos desenterraron las ciudades y los palacios de los grandes imperios de la antigüedad, con toda su riqueza y esplendor: Troya, la legendaria ciudad cantada en la Ilíada; Tirinto, la ciudadela micénica; las tumbas faraónicas del Valle de los Reyes; Babilonia, Nínive, Persépolis..., los palacios, los zigurats y los archivos de los antiguos imperios de Mesopotamia; Cnosos y las residencias de la talasocracia cretense...
¿Y Tartessos?, ¿dónde demonios estaba Tartessos? Un alemán, Adolf Schulten, se propuso descubrir la fabulosa capital del rey Argantonio, el emporio occidental del oro y la plata. Suponía Schulten que la ciudad yacería sepultada en algún lugar cercano a la desembocadura del Guadalquivir. Entre 1923 y 1925, excavó, sin resultado, en el coto de Doñana. Al final tuvo que desistir: Tartessos había desaparecido como si se la hubiera tragado la tierra. No había ni rastro de la ciudad ni de sus gentes. Schulten estaba tan ofuscado con las teorías difusionistas dominantes que ni siquiera advirtió la procedencia tartésica de algunos preciosos objetos que llegaban a sus manos. Creyó que eran importaciones orientales traídas por los fenicios o los cartagineses.
Tartessos no apareció porque probablemente nunca existió. Lo que los autores antiguos mencionan es un río cercano a Cádiz, un río de raíces argénteas (seguramente, el Guadalquivir, que discurre al pie de sierra Morena, rica en plata; pero también podría ser el Guadalete, o incluso el Tinto). Luego hablan de un reino y de una región llamados Tartessos, pero nunca se refieren a una ciudad. La ciudad sólo se menciona a partir de finales del siglo —IV, cuando ya hacía varias generaciones que Tartessos se había extinguido.
Tartessos seguramente nunca pasó de ser una asociación de régulos o caudillos locales en torno a una dinastía algo más fuerte que representaba a la colectividad ante los fenicios. Cuando se acabó el negocio, la sociedad se disolvió, y cada cual tiró por su lado. Lo que sucedió fue un conglomerado de caudillos locales en una región llamada Turdetania, más rica, próspera y culta que sus vecinas, porque el que tuvo, retuvo.

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