POR LA RELIGIÓN Y LA PATRIA: Los curas del 18 de julio. CAPELLANES CASTRENSES: BERMEJO, CABALLERO, COPADO Y HUIDOBRO (131-141)

Publicado el 8 de diciembre de 2021, 14:36

El estilo de estos capellanes puede verse bien en este relato de Manuel Lanza Morales, favorable a la sublevación y que fue testigo de lo ocurrido en la Plaza de Zocodover tras la ocupación de Toledo. Mientras los ocupantes detienen a todo el que les parece sospechoso, él ayuda a transportar un herido:

En esos instantes unos cuantos milicianos, custodiados por tres o cuatro legionarios, se situaron a nuestro lado y fueron ejecutados allí mismo. Un capellán, de paisano, les daba la absolución y a continuación, uno por uno, caían bajo los disparos. El espectáculo no era muy agradable y yo me volví de espaldas mientras esto ocurría. Pocos instantes después sentí que me empujaban y cuando me volví el capellán me hizo el signo de la cruz sobre mi cabeza; ante mi sorpresa le dije que yo no era uno de los prisioneros, que estaba esperando que trajesen una manta para llevar al Alcázar a un herido, por lo que me dijo: «Ah, bueno, perdona». De no haber estado atento al modo de operar con los prisioneros y si me hubiese adelantado unos pasos, pensando que estorbaba, habría perecido sin pena ni gloria. Era la tercera situación difícil de la mañana [53] .

El contrapunto a estos capellanes lo pone, a su manera, precisamente otro capellán también jesuita, Fernando Huidobro Polanco, que nos dejó un testimonio clave sobre la represión efectuada por las columnas en su ruta hacia Madrid. A Huidobro le cogió la sublevación en Friburgo, preparando su doctorado en Filosofía bajo la dirección de Heidegger. Rápidamente marchó a España y a finales de agosto se incorporó como capellán a la 4.ª Bandera de la Legión, ya con Yagüe al frente de la Columna Madrid. La particularidad de este capellán es que en cierto momento, afectado por lo que veía cada día y por «los horrores de Badajoz y Toledo» —el antes mencionado Caballero escribiría más tarde sobre él que estaba «perfectamente enterado de… las numerosas ejecuciones de rojos culpables a la entrada de cada ciudad»—, a comienzos de octubre de 1936 propuso una normativa que puso en evidencia las matanzas indiscriminadas de heridos y prisioneros: Sobre la aplicación de la pena de muerte en las actuales circunstancias. Normas de conciencia.

Condenar en globo, a grupos grandes, sin examinar las causas una a una no es obra de justicia, sino atropello criminal. Condenar a muerte a uno porque tiene cara de malvado, es un asesinato. Condenar por listas negras a denuncias de vecinos, sin aquilatar la verdad, es criminal. En el ambiente de guerra y de venganza en que vivimos es grande el peligro de que caigan inocentes. Y deber del que ejerce funciones de justicia portarse de manera que antes quede un culpado sin castigo que un inocente sea punido [54].

Descontento con lo que venía viendo, llegó a escribir que lo que estaba costando entrar en Madrid «es castigo por los crímenes incesantes que se están cometiendo de nuestra parte. Los fusilamientos sin tasa, en un número desconocido hasta ahora en la historia, han traído el natural castigo». Huidobro reconocía haber sido testigo de muchos crímenes, incluida la masacre de los heridos del hospital de Toledo, y no quería que «el nuevo régimen naciese manchado de sangre y en un ambiente de adulación». Decía temer —nunca pudo imaginar que esa misma sería
precisamente una de las causas de que se prolongara tanto— que «si se funda en el crimen sea de poca duración». Envió las denuncias al círculo de Franco, al Cuerpo Jurídico Militar, a Yagüe y a Varela. Todos dijeron compartir sus criterios cristianos. Parece que Huidobro no captaba que esa gente no veía contradicción alguna entre vivir de acuerdo a esos supuestos criterios cristianos y estar realizando al mismo tiempo la mayor carnicería de nuestra historia contemporánea. Lo único que les obsesionaba, cosa que Huidobro no puso en duda, era el principio de mando: solo la autoridad o sus delegados tienen derecho a quitar la vida. Para ellos lo que estaban realizando, con criterios que consideraban justos y cristianos, era simplemente, en palabras del también católico ejemplar Felipe Acedo Colunga, máximo responsable de la Fiscalía del Ejército de Ocupación, la desinfección del solar patrio. El bien supremo de la Patria lo justificaba todo.
Téngase en cuenta que, como señala Hilari Raguer, «el P. Huidobro incurre en la arrogancia, que hay que calificar de inmoral, de erigirse en legislador, y casi en Dios, y pretender dictar a los militares, a posteriori y con efectos retroactivos, a quiénes y por qué delitos pueden matar, quebrantando el principio fundamental del derecho penal clásico, que deriva del derecho natural, nulla poena sine lege: no puede imponerse una pena si no es en virtud de una ley anterior que tipifique aquel hecho como delito y determine el castigo que deberá imponérsele» [55] . En tal sentido y como ejemplo final en las Normas puede leerse:

… se puede afirmar que los asesinos de mujeres, sacerdotes y otras persona inocuas, los autores de esos crímenes repugnantes que marcan un grado infrahumano de perversión en la naturaleza, con casos de un sadismo asqueroso, los violadores de niñas, los que han incurrido por fin en delitos que todo código sanciona con penas gravísimas, puedan merecer la pena de muerte.
Y si no son locos o idiotas se presume que la merecen. Lo mismo se puede decir de los guías y promotores conscientes de un movimiento como el comunista, que lleva en sí tales horrores; los que desde el periódico, el libro o el folleto han excitado a las masas, valiéndose de la calumnia y la perfidia, mintiendo a sabiendas, provocando la violencia y el asesinato, glorificando a los criminales. Los que se han dedicado metódicamente a envenenar a la juventud en la escuela y a corromperla con revistas como Estudios, donde con apariencia científica se enseñaba la perversión sexual, destinando al placer asqueroso lo que Dios hizo para que fuese fuente de la vida en el matrimonio.

 

 

[53] Lanza Morales, Manuel, «Toledo, 27 de septiembre», en Anales Toledanos, XXVIII, Toledo, 1991, pp. 297-299. Se debe esta información a Fernando Magán.

[54] Tanto la cita de la copia manuscrita de las Normas como las referencias a sus avatares proceden de la información que amablemente nos proporcionó Hilari Raguer, caso del artículo de Rafael M.ª Sanz de Diego, S. J., «Actitud del P. Huidobro, S. J., ante la ejecución de prisioneros en la guerra civil. Nuevos datos», en rev. Estudios Eclesiásticos, n.º 235, octubre-noviembre de 1985, pp. 443-484.

[55] El caso de Fernando Huidobro fue tratado por Hilari Raguer en La Espada y la Cruz. La Iglesia 1936-1939, Barcelona, 1977, y, sobre todo, en La pólvora y el incienso. La Iglesia y la Guerra Civil española (1936-1939), Península, 2001, pp. 191 y ss.

 

 

Según nos cuenta Paul Preston, el proceso de beatificación y canonización de Huidobro, iniciado por los jesuitas en 1947, fue paralizado cuando la investigación realizada por el Vaticano se encontró con que la muerte no se debió a metralla de una granada rusa sino al disparo que le hizo por la espalda un legionario de su misma bandera. De hecho Hilari Raguer, fuente clave sobre el final de Huidobro, vio la carta en que el jesuita que se hizo cargo del cadáver mencionaba que tenía destrozada la parte posterior de la cabeza, o sea que más que a un proyectil ruso la muerte del jesuita se debió a fuego amigo. Esta fue la causa de que el Vaticano archivara la causa [56] .

Finalmente el trabajo sobre Galicia de Rodríguez Lago nos pone sobre la pista de otro tipo de capellanes, como el de la Bandera Legionaria Gallega, Miguel Castro Maseda, un conocido putañero que ya había sido corregido durante la República y al que la nueva situación permitió salir de nuevo a flote e incluso conseguir «una posición de privilegio entre los vencedores» [57] .

 

[56] H. Raguer: comunicación por e-mail de 14/06/2005; Preston, P., El holocausto español, Debate, Barcelona, 2001, p. 457. Sobre el papel de los jesuitas véase también Delgado Iribarren, José Ángel, S. J., Jesuitas en campaña, Studium, Madrid, 1956. Naturalmente en esta obra, que parte de que «los jesuitas son militares», no se hace la menor alusión a las reflexiones de Huidobro sobre los excesos represivos de las columnas legionarias.

[57] Rodríguez Lago, J. R., Cruzados…, p. 137.

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