LA HORA DEL DESPERTAR DEL LEÓN: A por todas...

Publicado el 8 de diciembre de 2021, 19:07

A por todas...
A mediados de 1991 volvía a tener los pies en el suelo, pero toda la gente y los medios de comunicación recordaban los días alocados de mi transición pública. En cuanto a uno lo etiquetan y encasillan, ya está. Si es «loco» una vez, es «loco» para siempre; blanco o negro, sin ningún matiz de color gris. El
ridículo y las burlas me siguieron allá a donde fui, y lo «normal» habría sido que permaneciera fuera de la vista de los demás. Sin embargo, me embarqué en una gira de conferencias por universidades británicas, consciente de cómo me recibirían. ¿Quería ir? Por supuesto que no (Mente). ¿Sabía que era necesario? Sí (Consciencia). Las entradas se agotaban, algunas veces con semanas de antelación, porque aquellos que «tomarán las decisiones de mañana» venían a reírse de mí y a ponerme en ridículo. Una noche tardé quince minutos en empezar a hablar. El público estaba alborotado y lanzaba vasos de cerveza al estrado. Esperé hasta que se calmó y entonces dije:

—Pensáis que estoy loco, ¿no es así?
—Síííííííííí -fue la respuesta colectiva.
—¿Y qué es lo que eso dice de vosotros? Habéis pagado para reíros de alguien que os han hecho creer que está loco.

Se podría haber oído la caída de un alfiler. Hice que se dieran cuenta de que su comportamiento no era una declaración sobre mí, sino de sí mismos. Es una revelación que nos vendría muy bien recordar: lo que hacemos y decimos no es un reflejo de aquéllos a quienes ridiculizamos y condenamos, sino de nosotros mismos. Me escucharon con un respetuoso silencio durante el resto de la velada, a excepción de un pequeño grupo que estaba cerca del bar y no dejó de irrumpir. Pedí si se podían encender las luces para que todos pudieran ver de dónde venía el alboroto y también si podían dar un micrófono a ese grupo para que pudiera decir lo que quisiera ante toda la mirada del público. El grupo rechazó el micrófono con tal vehemencia que uno podría haber pensado que estaba en llamas. Estas charlas con estudiantes universitarios me enseñaron mucho sobre mí mismo y sobre las respuestas condicionadas de los seres humanos que encarcelan la psique colectiva. Me corroboró que había empezado a purgar mi preocupación por lo que pudieran pensar los demás de mí. Realmente ya no me importaba un carajo, ni siquiera cómo me recibieran. Fue una gran liberación. Empecé a ver la ilusión en la que había estado viviendo y a darme cuenta de que toda la raza humana, a excepción de unos pocos, está atrapada en un juego virtual que dicta las reglas. En ese período, sonreía para mis adentros cada vez que me entrevistaba un presentador de televisión británico llamado Eammon Holmes, un tipo al que conocía de mi época en televisión. No podía
comprender cómo era posible que alguien renunciara a una exitosa carrera profesional en televisión para hacer lo que yo había hecho. El hecho de que la televisión no fuera la quintaesencia de la vida o que su versión del «éxito» fuera ilusoria parecía sobrepasar los límites de su entendimiento.

—Pero aún podrías seguir en televisión.
—Sí, Eamrnon, pero no quiero, tío.
—Pero...

Otro hombre-Mente en una profesión de la Mente. Casi todos trabajan en los
medios de comunicación; va con el trabajo.

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