¿Por qué estos doce principios merecían ser traicionados? ¿Cuál fue el motivo de que todos los partidos pactaran con el franquismo ser legalizados? ¿Por qué, si no era necesario renunciar? ¿Qué otra razón si no era el miedo llevó a los partidos a traicionar los principios firmados? La ambición de poder de la nueva clase política nutrida con fondos de guerra fría hizo historia. Ninguno de los que se habían presentado como jefes de aquellos partidos tenía la seguridad de poder continuar tras unas elecciones libres, puesto que no habían sido previamente elegidos democráticamente. Entonces pactaron el sistema proporcional y las listas de partido para asegurarse su permanencia en el poder por cuotas como socios sindicados, blandiendo el estandarte republicano como amenaza frente a aquellos reticentes franquistas cuyas caras conocidas hubieran sido fácilmente identificadas en un sistema uninominal, Fraga.
¿Por qué tras la muerte del dictador, contando la oposición al régimen con toda la legitimidad para exigir la ruptura democrática se inclinó sin embargo por la reforma? El régimen, ya en manos de Suárez, sólo contaba con una baza, la legalidad. ¿Por qué era tan atractiva aquella reforma para tener que venderla en consenso como única opción posible? ¿Por qué sólo continuismo o reforma? ¿Por qué se desechó la ruptura? La diplomacia de EE.UU. se encargó de persuadir a los jefecillos de partido de que su lugar estaba en el Estado, y no en la sociedad civil, para asegurarse la homogeneidad del bloque Occidental y la renovación del acuerdo para mantener sus bases militares en suelo español. Miedo al comunismo, mano de Imperio.
Así que el de la transición fue un miedo impuesto mediáticamente, por la ambición de permanencia de la clase política franquista y por el afán de inclusión, en el reino de la opulencia estatal incontrolada, de los jefes perpetuos de partido. Porque durante tantos años de represión y miedo bajo el ordenado franquismo, los españoles perdimos toda esperanza de éxito en la lucha por la libertad. Hasta el asesinato de Carrero Blanco, el Estado no se había visto amenazado seriamente desde el día de la victoria de Franco en la guerra civil. Por la fuerza represora del Estado se implantó el ruido de miedo inducido en los españoles como eficaz arma contra la disidencia. Así, sólo quedó la valentía recluida al ámbito de lo privado. El miedo fue la salud del Estado y Franco, su jefe, llegó a morir en su cama.
Presentar a los hombres de la transición como unos grandes hombres forma parte del consenso, pero un gran hombre hubiera sido aquél que públicamente se hubiera enfrentado al movimiento franquista de manera abierta y sincera, y a la potencia de EE.UU. de forma humilde y conciliadora, lo que hubiera permitido echar del poder al dictador, con el uso de la razón y no de las armas. Ni una cosa ni otra sucedió. Aquél que en pleno parlamentario hubiera denunciado el golpe de Estado constitucional que se dio al otorgar poder constituyente a la asamblea elegida para legislar tras la Ley de reforma y las primeras elecciones. Grandes hombres podrían haber sido los que defendiendo los principios de la izquierda, no los hubieran traicionado por vaya usted a saber qué intereses oscuros, o no vaya, porque están muy claros, y hubieran permitido que el pueblo español eligiera, tras un periodo de libertad constituyente, la forma del Estado español, en un periodo constituyente. Esos hubieran sido grandes hombres, padres de la patria. Los que en vez de echarse al suelo en sus escaños los hubieran defendido con toda su energía contra los golpistas del 23F, ya que en su situación de representantes del pueblo debían defender su libertad hasta la última consecuencia. Aquellos que no hubieran hecho pasar su cobarde dimisión por acto heroico de sacrificio patriótico, como Suárez.
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