En los últimos días de la guerra las directivas dadas por la dirección del Partido a los camaradas fueron de trasladarse a Valencia y Alicante por todos los medios a su alcance. Por su parte, y siguiendo la orientación y las órdenes dadas por la dirección del Partido, los miembros del Comité Central que quedaron en la zona centro-sur al acabarse la guerra, dedicaron todas sus energías y los medios del Partido a salir al extranjero. Algunos de ellos regresaron luego al país desde América, pero el regreso de unas docenas de camaradas al país y la muerte heroica de la mayor parte de ellos no puede servir para encubrir la falsa orientación dada al Partido por su dirección. En tal caso es una nueva acusación, pues si esos camaradas, en vez de salir al extranjero para luego volver a entrar, se hubieran quedado en el país con determinadas condiciones de vida y de trabajo, lo más seguro es que se habrían salvado. No debe olvidarse que la casi totalidad de los camaradas detenidos después de regresar del extranjero lo fueron nada más llegar. Y hay pruebas de que a más de uno la policía ya lo estaba esperando antes de llegar.
La voluntad de vencer desempeña un papel de enorme importancia para obtener la victoria en toda lucha, ya sea armada, política o de otro tipo. Esa voluntad de vencer la había en la inmensa mayoría de los que durante la guerra defendimos la República, lo mismo en los frentes que en la retaguardia. Pero esa voluntad le faltaba a la mayoría de los que dirigían esa lucha en los más altos escalones, incluida una parte de los miembros de la dirección del PCE y de las JSU. Voluntad de vencer la tenía José Díaz, pero estuvo enfermo la mayor parte de la guerra y por eso imposibilitado de dirigir. La tenían Pedro Checa y Vicente Uribe; la tenían Daniel Ortega, Domingo Girón, Guillermo Ascanio, Cayetano Bolívar, Manuel Recatero, Cristóbal Valenzuela, Trifón Medrano, Andrés Martín, José Cazorla, Eugenio Mesón, Lina Odena y otros muchos dirigentes del PCE y de las JSU que lo supieron demostrar en los campos de batalla y frente a los piquetes de ejecución casadistas y franquistas. Pero qué poquitos hay hoy en el Comité Ejecutivo y Comité Central carrillistas que en aquella época dieran pruebas de voluntad de vencer, a pesar de que por los cargos que desempeñaban en la dirección del Partido y de las JSU tenían la posibilidad de hacerlo.
Los militantes del PCE y de las JSU cumplieron magníficamente con su deber. Derrocharon heroísmo, valor físico, capacidad organizativa y dignidad. Pero no hay derecho a parapetarse tras la obra de los militantes para seguir presentándose como unos dirigentes que todo lo han hecho magníficamente y que a ellos se deben los éxitos del PCE. Esos éxitos han existido a pesar de que una buena parte de esos dirigentes que hoy siguen a la cabeza del Partido carrillista no cumplieron con su deber.
De las debilidades de esos dirigentes en la guerra y en su conducta posterior había de aprovecharse Carrillo por los años cuarenta y cincuenta para someterlos a su completo dominio, como iremos viendo a lo largo de los años.
En las discusiones de Moscú mostré mi acuerdo con las opiniones de José Díaz de que había sido un grave error que después de la batalla del Ebro —y más aún a partir de los primeros días de enero, cuando la pérdida de Cataluña se veía venir, sobre todo si tenía que seguir defendiéndose exclusivamente con sus propios medios, como sucedió— lo fundamental del BP y de la dirección de las JSU no se trasladara a la zona centro-sur, que era donde se podía ayudar a Cataluña. Pero al mismo tiempo que daba mi acuerdo a esa opinión, sostuve que consideraba que el error venía de más atrás, al trasladar a Barcelona, ya antes del corte de la zona republicana en dos, pero sobre todo después del corte, a la totalidad de los miembros del BP y una parte fundamental del CC, así como de la dirección de las JSU y otros cuadros.
Opiné también que querer explicar el golpe de Casado exclusivamente por la traición de una serie de gentes y de las presiones y manejos del Gobierno inglés, podía parecer cómodo, pero no era ni convincente ni real. Afirmé que, según mi opinión, sería necesario examinar cómo se había llegado a esa situación, el papel de las diferentes fuerzas y responsabilidades entre nosotros mismos, comenzando por el BP y cada uno de sus miembros. Estas y otras opiniones que allí expuse se habrían de ir confirmando en mí a lo largo de los años al ir conociendo hechos, conductas y actitudes que en esos momentos ignoraba.
La discusión, repito, no era nada fácil, y según iban pasando los días y las semanas se iba complicando y agriando cada vez más, lo mismo entre nosotros, los españoles, que con el Secretariado de la IC. Cada día que pasaba se afirmaba en mí la idea de que se quería llegar a unas conclusiones pero sin ir realmente al fondo de los problemas. Y así, a mediados de agosto, se dieron por terminadas las discusiones, tanto entre nosotros como con el Secretariado de la IC. En una reunión —la última—, José Díaz hizo toda una serie de proposiciones y todas ellas fueron aprobadas. Entre éstas estaban: que Uribe, Hernández, Comorera y Checa salieran para diferentes países de América. Lo que hicieron en las semanas siguientes. Hernández, con su mujer, tuvo que volverse desde Suecia y ya se quedó en la Unión Soviética hasta últimos de 1943, en que salió para México. Los demás llegaron normalmente a sus destinos.
Se aprobó asimismo que los miembros del BP en Francia, Giorla, Delicado y Antón, y los del CC, Santiago Álvarez y otros, continuaran en ese país, encargándose de organizar el Partido allí. Dolores y Castro pasarían a trabajar en la IC y el propio José Díaz entraría a formar parte del Secretariado de la misma. Modesto y yo ingresábamos en la Academia Militar Frunze para hacer un curso de tres años. En cuanto a Carrillo nada se dijo ni acordó.
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