DIECISIETE CONTRADICCIONES Y EL FIN DEL CAPITALISMO: CONTRADICCIÓN 1. VALOR DE USO Y VALOR DE CAMBIO

Publicado el 12 de diciembre de 2021, 1:00

En el reciente crac del mercado inmobiliario en Estados Unidos, alrededor de cuatro millones de personas perdieron sus hogares por los desahucios. Para ellos, la búsqueda de valor de cambio destruyó el acceso a la vivienda como valor de uso. Una cantidad enorme de gente está todavía «con el agua al cuello» en la financiación de sus hipotecas: habiendo comprado una vivienda en el momento culminante del boom, ahora se halla en posesión de un valor nominal bastante más alto de lo que vale la vivienda en el mercado. El propietario no puede deshacerse de su propiedad sin sufrir una pérdida sustancial. En el momento cumbre del boom, el precio de la vivienda era tan alto que muchos no podían obtener acceso a su valor de uso sin asumir una deuda que en último término resultaría imposible de saldar. Después del crac, el lastre financiero de verse cargado con cierto conjunto de valores de uso ha tenido efectos notablemente perniciosos. La búsqueda temeraria del valor de cambio destruyó en muchos casos, en resumen, la capacidad de adquirir y luego mantener el valor de uso de la vivienda.

En el mercado del arrendamiento de viviendas han aparecido problemas similares. En la ciudad de Nueva York, donde alrededor del 60 por 100 de los habitantes son arrendatarios, en el momento cumbre del boom muchos grandes complejos de viviendas de alquiler fueron comprados y vendidos por private equity funds [fondos de capital riesgo] que pretendían hacer con ellos un gran negocio (aun a pesar de las estrictas leyes reguladoras) elevando el precio de los alquileres. Los fondos deterioraron deliberadamente los valores de uso adquiridos para justificar sus planes de reinversión, pero cuando fueron a la quiebra durante la crisis financiera dejaron a los arrendatarios con valores de uso deteriorados y alquileres más elevados, viviendo en edificios bajo ejecución hipotecaria, lo que desdibujaba las obligaciones asociadas a la propiedad (no está nada claro a quién se puede llamar para arreglar una calefacción que no funciona en un complejo de viviendas bajo ejecución hipotecaria). Cerca del 10 por 100 de las viviendas de alquiler ha sufrido ese tipo de problemas. El afán implacable de maximizar el valor de cambio ha disminuido el valor de uso de las viviendas de un gran sector de la población; y por añadidura, por supuesto, el crac del mercado de la vivienda desencadenó una crisis global de la que está siendo muy difícil recuperarse.

Podemos concluir que la provisión de viviendas bajo el capitalismo se ha desplazado, de una situación en que dominaba la búsqueda de valores de uso, a otra en la que lo primordial es el valor de cambio. En una inversión insólita, el valor de uso de la vivienda se convirtió cada vez más, primero en un medio de ahorro, y después en un instrumento de especulación tanto para los usuarios como para los constructores, financieros y demás implicados (intermediarios de ventas, captadores de compradores para las instituciones financieras, abogados, agentes de seguros, etc.), que pretendían obtener ganancias de la situación de boom en el mercado inmobiliario. La provisión de valores de uso de vivienda adecuados (en el sentido convencional del consumo) para la gran mayoría de la población es rehén de esa concepción cada vez más arraigada del valor de cambio. Las consecuencias para la provisión de viviendas adecuadas y asequibles han sido desastrosas para un sector cada vez mayor de la población.

En el trasfondo de todo esto ha estado el terreno movedizo de la opinión pública y de las políticas públicas sobre el papel que debe asumir el Estado en el abastecimiento de valores de uso adecuados para satisfacer las necesidades básicas de la población. A partir de la década de 1970 se ha ido constituyendo (o se ha impuesto) un «consenso neoliberal» en virtud del cual el Estado se inhibe de las obligaciones de provisión pública en áreas tan diversas como la vivienda, la sanidad, la educación, el transporte o los servicios públicos (agua potable, evacuación de aguas residuales, energía e incluso infraestructuras), con el fin de abrirlos a la acumulación privada de capital y a la primacía del valor de cambio. Todo lo que ha venido sucediendo en el ámbito de la vivienda se ha visto afectado por esos cambios, si bien la motivación en pro de la privatización que los ha animado es un asunto que en este momento de la argumentación no estamos en condiciones de abordar. Pero creo que es importante señalar ahora que durante los últimos cuarenta años este tipo de cambios ha condicionado radicalmente en buena parte del mundo capitalista, aunque no en todo, la participación del Estado y otras administraciones menores en la provision pública de viviendas y que ello ha tenido consecuencias específicas en la gestión de la contradicción valor de uso-valor de cambio.

Obviamente, he elegido este caso de la vivienda porque es un ejemplo perfecto de cómo la diferencia en el mercado entre el valor de uso y el valor de cambio de una mercancía puede convertirse en una oposición y un antagonismo, intensificándose hasta dar lugar a una contradicción absoluta y a una crisis en todo el sistema financiero y económico. No tenía que evolucionar necesariamente de esa forma (¿O quizás sí? Deberíamos ser capaces de responder en último término a esta pregunta crucial). Pero es incuestionable que así sucedió en Estados Unidos y en Irlanda y España, y en cierta medida en Gran Bretaña y en otros países del mundo, desde el año 2000, poco más o menos, hasta dar lugar a la crisis macroeconómica de 2008 (una crisis que todavía no se ha resuelto). Y también es innegable que era una crisis en el lado del valor de cambio que negaba a cada vez más gente el valor de uso adecuado de una vivienda, además de un nivel de vida decente.

Lo mismo sucede en la sanidad y la educación (en particular en la enseñanza superior) a medida que las consideraciones del valor de cambio predominan cada vez más en la vida social sobre los aspectos del valor de uso. La historia que oímos repetida en todas partes, desde nuestras aulas hasta prácticamente todos los medios de comunicación, es que la forma más barata, mejor y más eficiente de producir y distribuir los valores de uso es desencadenando los espíritus animales del empresario ansioso de beneficio, que le instan a participar en el sistema de mercado. Por esta razón, muchos tipos de valores de uso que hasta ahora eran distribuidos gratuitamente por el Estado han sido privatizados y mercantilizados: alojamiento, enseñanza, sanidad y servicios públicos han ido todos ellos en esa dirección en muchos países del mundo. El Banco Mundial insiste en que esa debería ser la norma global, pero es un sistema que favorece a los empresarios, que en general obtienen grandes beneficios, y a los ricos, pero que penaliza a casi todos los demás hasta el punto de haber dado lugar a entre 4 y 6 millones de desahucios en Estados Unidos (e innumerables más en España y en otros muchos países). Cobra así relevancia la opción política entre un sistema mercantilizado que sirve bastante bien a los ricos y un sistema que se concentra en la producción y el abastecimiento democrático de valores de uso para todos sin mediaciones del mercado.

Reflexionemos entonces, de una forma teórica más abstracta, sobre la naturaleza de esa contradicción. El intercambio de valores de uso entre individuos, organizaciones (como las empresas y corporaciones) y grupos sociales es evidentemente importante en cualquier orden social complejo caracterizado por intrincadas divisiones del trabajo y amplias redes comerciales. En tales situaciones el trueque tiene una utilidad limitada debido al problema de la «doble coincidencia de carencias y necesidades». Para que se produzca un trueque simple otro ha de poseer algo que yo deseo y yo he de tener algo que el otro desea. Se pueden construir cadenas de trueque, pero son limitadas y engorrosas, por lo que cierta medida independiente del valor de todas las mercancías en el mercado –una medida única de valor– se hace no sólo ventajosa sino necesaria. Puedo entonces vender mi mercancía a cambio de cierto equivalente general del valor y usar ese equivalente general para comprar en otro lugar cualquier otra cosa que yo quiera o necesite. El equivalente general es, por supuesto, el dinero. Pero eso nos lleva al campo de la segunda contradicción del capital: ¿qué es el dinero?

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