LUGARES PELIGROSOS

Publicado el 11 de diciembre de 2021, 2:59

2. No se vaya a creer, pues, que esos tristes tópicos resultan tan sólo modos más o menos inocentes de expresarnos. Habrá que mirarlos con cuidado, no sea que estas monedas corrientes de la conversación faciliten nuestro intercambio al precio de degradarlo. Podría ser que varios de estos fetiches verbales, bajo su biensonante y familiar apariencia, transporten más ignorancia que otra cosa y nos instalen en un blablablá vacío y satisfecho. Lo que sería aún peor: que la miseria moral que suelen encerrar contribuya a nutrir nuestra propia miseria. Según nos relató Hannah Arendt, Eichmann tenía conciencia moral, pero su conciencia hablaba «con la voz de la respetable sociedad que le rodeaba». Lo que significa de acuerdo con los «clichés, frases hechas, adhesiones a lo convencional, códigos estandarizados de conducta y de expresión» de su momento y lugar. Repetimos que una imagen vale más que mil palabras, pongamos por caso, porque ya no estamos dispuestos al trabajo de discernir y argumentar como exige el discurso razonable; porque la ley general del espectáculo, que hoy impera, nos quiere pasivos y las palabras activos; porque es mucho más fácil, en fin, quedarnos en la fachada de las cosas que traspasarla.

Nuestros tópicos delatan las creencias dominantes en nuestra sociedad, los grandes y más o menos inconscientes prejuicios colectivos. En una sociedad, y cultura, y partidos y medios de comunicación… «de masas», lo que ellos transmiten es lo que gusta a la masa; no por cierto lo más precioso, sino eso que es capaz de aprobar el más torpe de la muchedumbre. Y como lo que más agrada a la masa es encontrarse con la masa misma, y lo que más aborrece es el individuo en verdad distinto, acudir a los lugares comunes representa un modo seguro de congraciarnos con la mayoría. O sea, con lo que está mandado. No hay por qué dar cuenta de ningún juicio de valor, sólo faltaba, en cuanto uno pueda replicar que sus palabras han sido un simple comentario. No habrá aclarado nada, pero lo aceptarán todos.

Esos y otros latiguillos colectivos se nos adhieren como si fueran un destino inevitable. Es verdad que nos vienen ya impuestos por el ambiente, pero acabamos siendo responsables de hacerlos nuestros y dejarlos circular. Uno diría que, por estar tan enraizados, por ser como los carriles por donde transitan casi todos nuestros juicios, resultan a la vez los obstáculos mayores que la enseñanza ha de remover desde el primer día decíase; si no, poco o nada podrá lograrse después. ¿Y dónde se enseña hoy ese espíritu crítico a los propios enseñantes? Los tópicos vienen a ser como dichos congelados que nos ahorran pensar; hay que descongelarlos para que de nuevo dejen fluir el pensamiento propio. En sus conversaciones con Janouch, Kafka arremete contra «… el estiércol de las palabras e ideas gastadas, más fuertes que un grueso blindaje. Los hombres se esconden tras ellas del paso del tiempo. Por eso la verborrea es el baluarte más fuerte del alma. Es el conservante más duradero de todas las pasiones y estupideces».

Para que nadie se llame a engaño, conviene advertir que el precio pagado por quien pretenda desbaratar en su entorno esos prejuicios es enorme. Zarandear los agarraderos más recurridos de las gentes, ponernos todos frente al espejo en que ver reflejadas nuestra estupidez o pereza…, resulta tarea muy temeraria. Emprenderla le va a costar al osado la acusación de pedantería y vanidad desmesurada. Su destino más probable será el ostracismo.

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