LOS CABALLEROS DE LA MUERTE: 6. El reencuentro (185-190)

Publicado el 12 de diciembre de 2021, 12:11

Eres un industrial que busca terreno para la ubicación de una nueva empresa en la comarca. Lo mejor será que cojas un taxi, en cuanto termines de comer, y le vayas guiando por el valle con esa excusa.

La primera visita debe ser a vuestra casa, la que perteneció a tu familia. El taxi asciende por un camino asfaltado, que en otro tiempo era de tierra. A la siguiente curva le ordenarás que se detenga. Ya no existe aquella vivienda con su enorme huerto que recorríais en la niñez. Una manzana de varios edificios de seis alturas, con el emblema del yugo y las flechas en la fachada y una placa gris en la que se lee: «Ministerio de la vivienda», se ha elevado en su lugar.

—¿Hace mucho que construyeron estos edificios? —preguntas al taxista, un individuo de unos cuarenta años con la cara llena de viruelas.
—Hará unos veinticinco años. Son viviendas protegidas del Ministerio. Aquí había unos terrenos de unos que se echaron al monte y el régimen confiscó sus bienes, para construir estos bloques
de viviendas. Hasta cambiaron el nombre de la calle por la del Gochu.

«Calle del Generalísimo Franco», lees, y sonríes.
El régimen había confiscado todas las propiedades de los guerrilleros. Sobre todo de aquellos a los que no les quedó ningún familiar para reclamarlas. Le ordenas al taxista que te conduzca a Santa Bárbara, quieres volver a ver la casa de Carmen, en la que asesinaron a tu hermano.

La construcción sigue allí, en el mismo lugar perdido en la ladera de la colina. Le han arrancado y robado la pizarra del techo, también los marcos de las puertas, así como los de las ventanas. Le pides al taxista que espere un momento, quieres ver el interior. Pero este es un barrizal, lleno de excrementos, posiblemente de animales o de los campesinos que aún cultivan las tierras limítrofes. Se han llevado la cocina de carbón y los grifos del lavadero del patio trasero. Quedas en el pasillo en el que Tuco yacía inmóvil, su imagen regresa a tu mente.

Comienzas a inspeccionar los rincones, ¿qué quieres encontrar? ¿Una pista? ¿Una prueba? Han pasado veintiséis años, no lo olvides. Sólo queda barro y mierda.

Le pides al taxista que se aleje de allí, no quieres ver más miseria. Tal vez el siguiente paso será ir en busca de los antiguos integrantes de vuestra guerrilla.

El taxi pasa por delante de la antigua casa de los padres de Lobedu, está cuidada, alguien vive allí. Le ordenas al taxista que se detenga. Y te diriges a la puerta. Tres toques de picaporte. Nada. Otros tres, estos más fuertes.

—¡Ya va! —una voz de hombre en el interior. La puerta se abre, y ante ti un señor alto, enjuto, cuyos antebrazos y cuello velludos presagian el resto del cuerpo, barba que necesita ser afeitada dos veces al día, boina calada, chaleco y pantalones de pana. Inconfundible, es Lobedu, un cuarto de siglo más viejo.

—¿Qué se le ofrece? —es evidente que no sabe quién eres. No le respondes, quedas en silencio. Vuestras miradas se cruzan en un punto en el que emerge el recuerdo. Se quita la boina—. ¡Cagüen mi manto! Pero si eres tú, Mayor.

Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios