Durante años, el área de Contrainteligencia del Ejército español continúa siendo un reducto controlado y financiado por la CIA. El coronel Perote forma parte de ese servicio durante la segunda mitad de los setenta. Aún recuerda su sorpresa al descubrir que aquello estaba completamente tutelado por los norteamericanos.
Oficialmente dependíamos del CESID, pero en realidad, nuestros patrones eran los jefes de Estación de la CIA. Ellos eran los que pagaban la sede de Menéndez Pelayo y también nuestras gratificaciones, en calidad de fondos reservados. Ese dinero no salía de los presupuestos. Yo cobraba un plus de los norteamericanos y, al principio, ni siquiera sabía que me lo daban ellos. Nos entregaban un sobre a fin de mes. Eso estaba institucionalizado en el servicio, se veía como algo normal. Y el que paga manda. Semejante dependencia fue siempre escandalosa, y la colonización de nuestros servicios no se quedaba sólo ahí. Así que cuando llegué al CESID, como responsable de la AOME, me empeñé en quitárnosla de encima.»
Ronald Edward Estes, jefe de estación de la CIA en Madrid a finales de los setenta y durante los primeros ochenta, visita todas las semanas el inmueble de Menéndez Pelayo ocupado por la sección de Contrainteligencia del Alto Estado Mayor del Ejército español, un departamento exclusivamente militar. «Los delegados de la CIA, y también los del Mossad israelí, entraban por allí cuando querían, como si estuvieran en su casa», señala Perote.
«Con lo que supone eso, que los delegados de dos servicios de información extranjeros se muevan así en la sede de Contrainteligencia, que está precisamente para controlar sus actividades aquí. Éramos un apéndice de ellos. Después, cuando llegué al CESID, conseguí que el delegado de la CIA viniera a nuestra sede con unos horarios marcados. Era un intercambio, ya no hacían lo que querían ni aparecían cuando les daba la gana.»
Las actividades de Contrainteligencia están dirigidas, fundamentalmente, contra el Pacto de Varsovia, considerado el principal enemigo del régimen y del patrón norteamericano. Pero Cuba, por ejemplo, no entra en los planes de los servicios de información españoles en ese momento. Es otro mundo. Sin embargo, se acaba convirtiendo en un objetivo prioritario para Contrainteligencia, porque les interesa a los agentes de la CIA que actúan en Madrid. «En un determinado momento, nos planteamos el control del consulado cubano en Barcelona», explica Perote. «Ellos nos habían incitado a hacer esas escuchas. Estábamos a su servicio. ¿Y qué nos importaba China a finales de los setenta? ¿Qué problemas teníamos con sus diplomáticos? Pues hicimos la Operación Naranja para controlarlos. Los norteamericanos nos trasladaban sus problemas, trabajábamos hacia sus objetivos: seguimientos, controles, escuchas... Sin saber por qué ni para qué.»
En algunas ocasiones, los hombres de los servicios de información españoles reciben ofertas mucho más explícitas de la CIA para ponerse a su total servicio. Con Manuel Fernández Monzón llegan a hacer un intento de reclutamiento que no prospera. «Después de que se publicara por primera vez en la prensa una lista con los nombres de algunos miembros de la CIA en Madrid, cuando querían verte, te citaban fuera de España», relata.
«A mí me citan en Burdeos, en un hotel, y cuando subo a la habitación convenida, me encuentro con cinco tíos de la CIA con el polígrafo preparado. Es lo que utilizan para hacer la prueba a la gente que quieren contratar, así intentan asegurarse de que no les mienten. Me propusieron ir a Latinoamérica, pero les dije que no. Era el año 1984. Y ahí quedó la cosa. Un mes después, me llaman del banco diciéndome que se ha recibido una transferencia a mi favor de un millón de pesetas, que era un dinero en aquella época. Pregunté quién la había hecho y me dijeron que estaba enviada a nombre de Michael Jordán, la estrella mundial del baloncesto, que entonces estaba empezando a ser famoso. Después, ya no volví a tener noticias de ellos.»
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