A mediados de octubre de 1944, estando en el frente ucraniano al mando de la 2.ª División del Ejército polaco, me llamó Dimitrov a Moscú. En una larga conversación me explicó las opiniones y planes de Stalin en relación con el problema español. Resumidas, esas opiniones y planes consistían en lo siguiente:
a) Stalin quería desbaratar los planes de los imperialistas, sobre todo de los ingleses, orientados a dejar a Franco en el poder después de la derrota del fascismo en los campos de batalla.
b) Según Stalin, era necesario obligar a los dirigentes socialistas, anarquistas y republicanos a abandonar su política de pasividad y de espera a que el problema español lo resolviesen desde fuera los imperialistas.
c) Era necesario formar un Gobierno, o algo parecido, que pudiese hablar y tratar en nombre del pueblo español; sería deseable que ese Gobierno, Comité de Liberación, o como se le quisiera llamar, estuviese presidido por Negrín.
d) Y por último, esa representación de la democracia española debería estar respaldada por un movimiento popular, una de cuyas expresiones podría ser, en la situación de España, la lucha guerrillera.
En relación con esas cuestiones, y concretamente con las guerrillas, Stalin consideraba que Modesto, Cordón y yo debíamos trasladarnos a Francia, a donde también debía trasladarse Dolores, sobre todo para ponerse ella en relación con Negrín y otros dirigentes republicanos.
Respondí que las opiniones y planes me parecían excelentes y que se trataba de ponerlos en práctica lo más rápidamente posible.
Dimitrov me comunicó entonces que los especialistas habían estudiado ya las posibles rutas para llegar a Francia; que para nosotros se había previsto el viaje a través de Yugoslavia, y para Dolores a través de El Cairo.
El 7 de noviembre de 1944 Modesto, Cordón y yo salimos de Moscú en un avión especial. Después de hacer noche en el camino, el 8 llegamos a Bucarest, donde permanecimos hasta el día 11, en que salimos para Belgrado, llegando allí el mismo día.
En Belgrado surgieron dificultades para continuar el viaje, lo que nos obligó a quedarnos allí más tiempo del que pensábamos. Aprovechamos ese tiempo para estudiar las experiencias de la lucha de las guerrillas y del Ejército Popular yugoslavo, al que estuvimos incorporados con nuestros grados de generales y de cuyo mando recibimos toda clase de atenciones y facilidades, pasando a formar parte del Estado Mayor personal de Tito y viviendo en su propia residencia.
Por fin llegó para Modesto y para mí la posibilidad de proseguir el viaje a través de Roma, donde estuvimos dos días, teniendo que quedarse Cordón en Belgrado algún tiempo.
Al llegar a París, en febrero de 1945, informé a Carrillo de las opiniones y planes expuestos por Dimitrov. Me contestó que con esos planes lo que haríamos sería sacarles las castañas del fuego a socialistas y anarquistas, que estaban en mejores condiciones que nosotros para tomar en sus manos la dirección de una salida democrática y que, además, contarían con la ayuda real y directa de ingleses, americanos y franceses, mientras que nosotros no recibiríamos de los soviéticos más que consejos, que de nada nos servirían.
Yo casi no conocía personalmente a Carrillo. Lo había visto dos o tres veces durante la guerra, ninguna de ellas en el frente, y más tarde una vez en Moscú, en 1939.
A principios de 1945, Carrillo lo tenía todo en sus manos. Él había llegado a Francia en noviembre y se había apoderado no sólo de la dirección política, sino de todos los medios materiales del Partido.
Por fin llegó Dolores. Una espléndida villa, criados, escolta, y todo lo demás seleccionado por Carrillo, la esperan. Y Carrillo la convence de que las opiniones y planes para el desarrollo en gran escala de la lucha guerrillera y la creación de un órgano de dirección política a tono con ese tipo de lucha, no tienen aplicación posible en España.
A pesar de esa actitud negativa de Carrillo, aceptada por Dolores y luego por otros miembros de la dirección del Partido según fueron llegando a Francia, Stalin continuó llevando consecuentemente la lucha por barrer el franquismo del poder y devolver al pueblo español un régimen democrático.
Del 17 de julio al 2 de agosto (1945), tuvo lugar la Conferencia de Potsdam. En ella el caso español fue discutido repetidas veces en sesiones plenarias y en reuniones de comisiones. Stalin y Churchill llegaron a discusiones muy agrias sobre esa cuestión.
En la sesión plenaria del 19 de julio, es decir, a los dos días de abrirse la Conferencia, la delegación soviética presentó un memorándum en el que, entre otras cosas, se decía textualmente:
El Gobierno de Franco constituye un grave peligro para las naciones amantes de la libertad en Europa y América, por lo que proponemos a los aliados:
Primero: romper toda clase de relaciones con el Gobierno español, y
Segundo: ayudar a las fuerzas democráticas españolas para hacer posible que el pueblo español establezca un régimen político acorde con sus deseos.
En el acuerdo firmado al final de la Conferencia en lo que a España se refería, se decía textualmente:
Los tres Gobiernos se sienten obligados a indicar claramente que por su parte no favorecerán ninguna solicitud de ingreso del presente Gobierno español, el que habiendo sido fundado con el apoyo de las potencias del Eje, no posee en atención a sus orígenes, sus antecedentes y su íntima relación con los ejércitos agresores las cualidades necesarias para justificar su ingreso en el seno de las Naciones Unidas.
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