¡MUERTE A LOS CÁTAROS! (26-31)

Publicado el 13 de diciembre de 2021, 2:19

—Viejo, escúchame bien. No pienso que estés equivocado por el hecho de que siempre estés solo contra todo y contra todos. Sin embargo, tus parlamentos están llenos de jeremiadas y panegíricos que conducen al fuego. Los nobles caballeros tan sólo participan en las cruzadas para matar y robar. Ya no se concibe la idea de una causa noble. Y un mundo como éste no necesita tontos como Arnaldo de Brescia. O te apresuras a bajar la cabeza, encerrando tus pensamientos en un joyero de estiércol y tinieblas, o luchas. Pero no como se ha hecho hasta ahora. No a tu manera.
—¿Y cómo, pues, mi sabiondo joven? Desvélame ese misterio. Tengo curiosidad…
Jamás me había sentido tan emocionado al discutir con Girolamo.
—Con números, viejo, con números. Fórmulas de Pitágoras, Arquímedes, Euclides, Tolomeo, Eratóstenes, Filópono, Boecio, Gerberto…
—… y Giordano Nemorario, por supuesto.
—Sí, también aportaré algo. Y estate tranquilo. Si el mundo cambia, será gracias a mis números y no a tus ideas. Los inventos liberarán al hombre de la esclavitud. Será el aparejo que en Oriente usan desde hace mucho lo que permitirá navegar no sólo en verano, como es habitual, sino también en invierno. La época de los héroes ha terminado. Son contraproducentes para los pueblos. Además de hacerse matar junto con los que les siguen, sólo consiguen que los poderes se coaliguen para descubrir nuevas formas de opresión y represión. Es típico de ti mostrar cómo el mundo siempre ha sido igual, que la historia de la humanidad ha sido escrita y dirigida por unos cuantos hombres que vivieron siempre del sudor de los demás. Desde siempre. En cualquier lugar.
Recobré el aliento:
—Cierto. Un día apareció un pueblo que pudo cambiar el mundo: ¡los griegos! ¡Platón! ¡Aristóteles! Sin embargo, los romanos acabaron con todo. Adoptaron el cristianismo y asestaron un durísimo golpe a la cultura pagana prendiendo fuego a las bibliotecas de Pella, Atenas, Antioquía, Pérgamo, Éfeso y Alejandría. Lo poco que quedaba se hallaba en Bizancio. Y ahora Inocencio III ha enviado a los cruzados para acabar la tarea. Para quemar la ciencia de los hombres más grandes de la historia. Ahora bien, todo esto Dios no se lo perdonará jamás. Jamás.
El viejo no daba crédito a sus oídos.
—¡Papas! ¡Entonces hay algo de los religiosos que no te convence!

Loado sea Dios. Son los libros tu talón de Aquiles —y se oyó un profundo suspiro de alivio.
—Sí, y no los de filosofía, sino los de matemáticas, física, astronomía… En esos textos se encuentra la clave del progreso de la humanidad. Al quemarlos, se da al traste con mil quinientos años de historia. Como si el
hombre, durante un milenio y medio, no hubiese dado un solo paso adelante. Y esto sí que lo saben los curas. Éste es su principal objetivo: mantener el mundo inmóvil… porque saben que si va hacia delante, tarde o temprano se los quitarían de encima. Y por eso estudia tu modesto discípulo. Yo también lucho, viejo, aunque a mi modo. Sin hacerme el héroe. No puedo enfrentarme a un poder frío y calculador, no soy un soñador exaltado. No puedo luchar contra una balista, un trabuco o un mangonel. Con una honda. —En aquel momento lo veía todo muy claro—. La carretilla y los cabrestantes que he construido nos han evitado, a nosotros y a los campesinos, una parte de nuestro duro trabajo. El nuevo ataque para el arado ha mejorado mucho las labores del campo. La invención del batán nos ha evitado que continuemos haciendo con los pies el trabajo de enfurtido. Y esto no es más que una estupidez en comparación con lo que podría hacerse para aliviar la fatiga del hombre y sacarlo de la esclavitud y el hambre. Girolamo, no puedes imaginar la importancia que tuvo Aristóteles. Fue el primero en aplicar las matemáticas a los fenómenos físicos. Pobre de mí. ¡Quién sabe lo que pasa cuando se descubre la solución de una vulgar ecuación de segundo grado! Éste es mi problema: estoy solo, me falta la ciencia de los antiguos. La poca que tú me has procurado no me basta. De vez en cuando una pequeña luz inflama mi mente. Ocurre durante un momento. Por ejemplo, de pronto, no soporto la idea de que la velocidad de un cuerpo sea proporcional al espacio recorrido. Cuanto más lo pienso, menos me convence.
La voz burlona del viejo se entrometió en mis desvaríos. Nunca perdía la ocasión para burlarse:
—Sí. Ahora que lo pienso, me pasa lo mismo. Tal vez sea ésta la causa de mis frecuentes insomnios. Oh Señor Dios, haz un milagro para estos tus humildes siervos pecadores. Haz que tu omnisciencia ilumine nuestras mentes y que, esplendorosamente envuelta en un manto purísimo, descienda sobre nosotros la verdad y la luz. Dinos, oh Señor, a qué es proporcional la velocidad de la caída y así alcanzaremos la felicidad eterna —y estalló en una risotada compasiva.
—Viejo, eres un blasfemo, un sucio gibelino, pero Dios seguro que tendrá en cuenta la confusión que se apoderó de tu mente desde que te caíste de pequeño. De todos modos, aunque no puedo comprender las implicaciones de mis ideas, creo que la velocidad de caída es directamente proporcional al tiempo ¡y no al espacio recorrido! ¡Ah, lo que daría por tener los libros de los grandes maestros!
—¿Incluso el alma? —Y concluyó la larga risotada que había comenzado
poco antes.
—Sí, viejo, ¡incluso el alma! —Y me detuve, asombrado por haber mostrado tanto ardor.
—Bien, Giordano. A fin de cuentas, creo haber hecho bien mi trabajo. Y si he conseguido hacerte entrever al menos el aspecto de la palabra libertad, creo haber impartido algunas de las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo —suspiros, bostezos, alguna tos—. Pero ahora ya es demasiado tarde. Intenta dormir si puedes. Mañana será otro día. Como bien sabes, el papa ha adoptado la humildad en el vestir… para él y para toda la curia: nada de armiños ni colores vistosos. Sólo capas de piel de cordero. ¡Cordero de Nemi! Ya tenemos pieles maceradas en cal que aguardan a ser dulcemente rasuradas, estiradas, secadas, frotadas con piedra pómez… y que serán entregadas en parte a los señores monjes letrados de Grottaferrata y en parte a nuestro señor abad, Raniero Capocci, quien las donará al ilustrísimo y santísimo padre Inocencio III para que pueda escribir tantos bellos mensajes de muerte y destrucción, así como sacar los cuartos a todo el mundo. Dios concedió el perdón para esto que estamos haciendo. Incluso nosotros colaboramos en el triunfo del Anticristo.
—¿A santo de qué hoy, más que nunca, la has tomado con el papa?
—¿Acaso no te lo he dicho? ¡Mañana, entre tercia y sexta, aquí mismo, a nuestro modesto castillo de Nemi, llegará el papa Inocencio III! Y, por si no bastase, vendrá también el superior de los cistercienses, el abad de Cîteaux, Arnauld-Amaury. Y comerán un tiernísimo cordero asado.
Permanecí estupefacto, en cuerpo y alma, por la sorpresa:
—¿Bromeas? Pero ¿qué vienen a hacer aquí, a Nemi?

—A decir verdad, los ha convocado Lucifer y ni siquiera nos permiten salir al campo: debemos permanecer aquí, a disposición del rey de reyes. Que Dios nos asista y nos perdone —otro suspiro seguido por un bostezo.
—Eres el mismo rebelde y hereje de siempre. Pero ¿qué quieres? Será un día como otro cualquiera, ni más ni menos. Ahora durmamos. Y que la paz te acompañe en tu sueño, viejo.
—Igualmente, Giordano. Igualmente.
Y ninguno de los dos dijo nada más.
Pensaba en las luciérnagas. En la luz dorada que llevan en su seno. Con la vista en el ventanuco, me abstraje de todo: letras doradas… una corona del martirio, roja y dorada… De improviso, recordé: a saber qué caminos había seguido la luz en mi mente.
—Viejo… ¿Duermes?
—No, pero lo intento —gruñó.
—Algo extraño. Nunca te lo he dicho pero, ahora que lo pienso, me parece muy extraño.
Suspiró con impaciencia:
—Pero de qué hablas…
—Poco después de Pascua, me dirigía hacia Acque Salvie a entregar los fardos de pergamino y lana, ¿te acuerdas? Aproveché para dar una vuelta por Roma…
—Pues no; no me acuerdo.
—Me acerqué al monte Oppio para visitar la basílica de San Pietro in Vincoli. Cerca de la entrada hay un altar dedicado a san Sebastián con una imagen del santo: un bello mosaico. El santo aparece con una túnica y una clámide, vestido como un dignatario bizantino. En las manos, una corona de espinas, roja y dorada. Sabes que no entiendo nada de arte. No obstante, sentí una gran curiosidad por aquel mosaico y permanecí ante él bastante tiempo. En un cierto momento, advertí la presencia de alguien a mi espalda. Me volví. Se trataba de un prelado que me miraba con sus ojos escrutadores. Sentí que debía justificar mi repentino interés… y le pregunté por el autor y la procedencia del mosaico. ¿Y sabes qué me respondió? «¿A qué viene tanto interés por esto, con la de cosas bellas que hay en esta basílica?». No supe qué contestar, aunque mi cara de tonto debió de ser más elocuente que cualquier aclaración. Tranquilamente, me dio una clase sobre el arte bizantino, la consagración de la abadía de Montecassino, acaecida en 1071, del abad Desiderio y la decoración de la abadía a cargo de artistas bizantinos. Según él, en aquella ocasión, uno de ellos, muy devoto de san Sebastián, creó aquella imagen votiva y la donó a la basílica de San Pietro in Vincoli. Y poco más. Le di las gracias y me marché.
Un gruñido del viejo me animó a continuar:
—Hace dos meses, un poco antes de que llegasen los monjes, mientras rebuscaba en la biblioteca de la torre sarracena, a diferencia de lo que solía hacer, me encontré hojeando un libro sobre iglesias y arte. Tenía entre las manos un volumen sobre la basílica de San Pietro in Vincoli… y el rostro curioso de aquel obispo volvió a mi mente. Busqué y encontré una nota muy breve que se refería a la imagen votiva de san Sebastián. Según decía, contrariamente a cuanto afirmaban las tradiciones orales y algunos códices apócrifos, el mosaico podía atribuirse al período de la gran peste acaecida a finales del siglo VI , en época del papa Gregorio Magno. Según la inscripción, la imagen fue realizada para que san Sebastián intercediese ante Nuestro Señor Jesucristo para que alejase la peste para siempre, sobre todo en aquellos años en que se consideró como una señal del Juicio Universal.
Abajo, con letra menuda, unas cuantas líneas más: la atribución de la imagen a un período posterior, unos ochenta años después, cerca de 680, año en el que, entre junio y septiembre, se difundió de nuevo una terrible peste sobre Roma, era absolutamente falsa. El mosaico era, en cualquier caso, obra de un artista romano, de ahí que se debiera excluir categóricamente la posibilidad de que viniese de Oriente.
Por mi tono, la narración estaba a punto de terminar. Girolamo, tras refunfuñar, prosiguió con su voz fastidiada y somnolienta:
—¿Y qué? Alguien se habrá aburrido: el obispo o el autor del manuscrito. En ambos casos, dos curillas, dos criaturas vulgares del Anticristo, que disponen de tiempo para preocuparse de los mosaicos porque tienen siempre la panza bien llena. ¿Qué es lo que no te cuadra en una historia tan insulsa como ésta? Por Aqueronte, ¡vaya efectos tienen los números y los triángulos!
Vade retro, Euclides, Arquímedes y Pitágoras… ¡Vade retro de mi pobre Giordano! Bueno, que duermas tranquilo.

—Tú también, viejo. Pero hay algo que no me cuadra.
—Por la cola del Anticristo, ¿qué es lo que no te cuadra?
—Su pregunta: una pregunta fuera de lugar, a destiempo. Y, además, su
voz. «¿A qué viene tanto interés por esto, con la de cosas bellas que hay en esta basílica?».
—Giordano… Pero tú, que nunca vuelves la mirada al cielo, que eres ateo, matemático y bastardo; tú, que tienes la sensibilidad artística de un asno, ¿por qué te quedaste mirando dos veces aquel dichoso mosaico?
Al oír su tono de vieja plañidera, prorrumpí en una carcajada.
—Es una larga historia, viejo. Una larga historia —y me enjugué las lágrimas de alegría con el dorso de la mano.
Después, también la luz de la luna dejó de entrar por el ventanuco.

Añadir comentario

Comentarios

José Angel
hace 2 años

👍 👏 ¿Cual sera la larga historia?

Crea tu propia página web con Webador