Organizado por el Instituto de Estudios Fenomenológicos, se llevó a cabo en Londres del 15 al 30 de julio de 1967 un congreso internacional en torno al tema «Dialéctica de la Liberación».
Figuraron entre los participantes Herbert Marcuse, Stokely Carmichael, Paul Goodman, Ronald Laing, Paul Sweezy, David Cooper, Allen Ginsberg, Julien Beck, Jules Henry, John Gerassi, Gregory Bateson, Ross Speck, Thich Nhat Hanh, estudiantes, artistas, provos, diggers y activistas de la Nueva Izquierda alemana, danesa, antillana, africana, francesa, canadiense, india, holandesa, norteamericana, cubana, noruega, sueca y nigeriana. En su charla Marcuse expresó:
Me alegra mucho ver tantas flores aquí y es por eso que deseo recordarles que las flores en sí carecen de poder alguno salvo el poder de los hombres y mujeres que las protegen y cuidan contra la agresión y la destrucción.
Como filósofo incorregible para quien la Filosofía se volvió inseparable de la política temo que hoy mi conversación será bastante filosófica y por eso debo pedirles indulgencia conmigo. Nos hallamos lidiando con la dialéctica de la liberación (por cierto una redundancia, pues considero que toda dialéctica es liberación) y no sólo de liberación en un sentido intelectual, sino una liberación que abarca mente y cuerpo, que envuelve toda la existencia humana. Piensen en Platón: liberación de la existencia en las cavernas. Piensen en Hegel: liberación en el sentido de progreso y libertad en escala histórica. Piensen en Marx. ¿Pero en qué sentido toda dialéctica es liberación? Es liberación de un sistema represivo, malo y falso, ya sea éste un sistema orgánico, ya sea social, mental o intelectual: liberación por las fuerzas que se desarrollan dentro de tal sistema. He allí un punto decisivo. Se trata de una liberación en virtud de la contradicción creada por el sistema, precisamente por tratarse de un sistema falso y malo.
Aquí estoy utilizando valores morales, términos filosóficos como «malo» o «falso», intencionalmente, pues sin una meta objetivamente justificable de una existencia mejor, libre, toda liberación debe continuar sin expresarse. En la mejor de las hipótesis, es una progresión en la servidumbre. Creo que —en Marx también— el socialismo debería ser. Este «debería» pertenece a la esencia misma del socialismo científico. Este debería ser; podríamos decir que se trata casi de una necesidad biológica, sociológica y política. Es una necesidad biológica pues, según Marx, una sociedad socialista se configuraría mediante el propio logos de la vida, con las posibilidades esenciales de una existencia humana, no sólo mentalmente ni apenas intelectualmente sino también orgánicamente.
Ahora, en lo que se refiere a la actualidad y a nuestra propia situación, encuentro que nos enfrentamos con una situación nueva en la historia porque hoy tenemos que liberarnos de una sociedad que funciona relativamente bien, que es rica y poderosa. Me refiero estrictamente a la liberación de la sociedad opulenta, es decir, de las sociedades industriales adelantadas.
El problema que enfrentamos consiste en la necesidad de la liberación, no de una sociedad pobre ni de una sociedad en desintegración, ni siquiera en la mayoría de los casos de una sociedad terrorista, sino de una sociedad que desarrolla en gran escala las necesidades culturales del hombre así como las materiales; una sociedad que, usemos el lema, distribuye las mercancías entre una porción cada vez mayor de la población. Y esto da por sobreentendido el hecho que estamos enfrentando la liberación de una sociedad en la cual aparentemente la liberación carece de una base masiva. Conocemos muy bien los mecanismos sociales de manipulación, adoctrinamiento y represión que determinan esa carencia de una base de masas, mediante la integración de la mayoría de las fuerzas opositoras al sistema social constituido. Por una vez más debo destacar que no se trata apenas de una integración ideológica; que no es meramente una integración social; sino que la misma tiene lugar precisamente en la base fuerte y rica que permite a la sociedad desenvolverse y satisfacer mejor que nunca las necesidades materiales y culturales.
Pero el conocimiento de los mecanismos de manipulación o represión que se internan en el propio inconsciente del hombre no lo es todo. Creo que nosotros (usaré este pronombre durante toda mi conferencia) hemos vacilado mucho, hemos estado muy avergonzados —comprensivamente avergonzados— en insistir sobre las características integrales y radicales de una sociedad socialista, en su diferencia cualitativa de todas las sociedades constituidas: esa diferencia cualitativa en virtud de la cual el socialismo es realmente la negación de los sistemas constituidos, por más productivos y poderosos que estos sean o puedan parecer. En otras palabras —y este es uno de los puntos en los que disiento con Paul Goodman— nuestro error no es haber sido demasiado inmodestos, sino haber sido modestos en exceso. Por así decirlo, hemos reprimido gran parte de lo que deberíamos haber expresado y de lo que deberíamos haber destacado.
Si hoy esas características integrales, esas características verdaderamente radicales que hacen de una sociedad socialista una negación definida de las sociedades existentes, si esa diferencia cualitativa hoy parece utópica, idealista, metafísica, ésta es precisamente la forma en que deben aparecer esas características a fin de que sean realmente una negación definida de la sociedad constituida: si el socialismo es realmente ruptura de la historia, el rompimiento es radical, es un salto hacia el reino de la libertad, es una ruptura total.
Permítanme ejemplificar cómo esa conciencia o media conciencia de la necesidad de esa ruptura total estuvo presente en algunas de las grandes luchas sociales de nuestro período.
Walter Benjamin cita relatos de que durante la Comuna de París, en todas las esquinas de la ciudad de París había gente disparando contra los relojes de las torres de las iglesias, palacios, etc. De ese modo expresaban, consciente o semi-inconscientemente, la necesidad de parar el tiempo de alguna manera; de que por lo menos la continuidad del tiempo establecido debía ser detenida, y que el nuevo tiempo debía comenzar, un énfasis muy enérgico sobre la diferencia cualitativa y la totalidad de la ruptura entre la nueva sociedad y la vieja.
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