OPERACIÓN GINO

Publicado el 17 de diciembre de 2021, 4:41

El malestar creciente de un sector de los servicios de información españoles por la descarada forma de actuar de los agentes de la CIA en España se concreta en la llamada Operación Mister, un tímido intento de controlar los pasos de los norteamericanos. Este operativo se mantiene más o menos latente a partir de 1973, tras el atentado contra Carrero, y da su primer fruto conocido en 1981. Con ocasión del golpe militar del 23-F trasciende por primera vez la existencia de la Operación Mister. Más o menos a la misma hora que Tejero irrumpe en el Congreso de los Diputados, varios agentes del CESID se encuentran de servicio siguiendo al número dos de la CIA en Madrid, Vicent M. Shields. Les ha llegado el soplo de que este ciudadano, desde su domicilio particular —un piso de alquiler situado en el edificio que hace chaflán entre la calle de Carlos III y la plaza de Oriente, frente al Palacio Real—, puede obtener fotografías o detectar conversaciones del rey Juan Carlos en la presentación de credenciales de los nuevos embajadores, o en alguna sesión de la Junta de Defensa Nacional. Al entrar en la casa se descubre que tiene una columna rilk to rilk de magnetófonos grandes y un gran catalejo. Un instrumental que no parece demasiado sofisticado para cumplir semejante misión, con la plaza de Oriente por medio y teniendo en cuenta el ruido del tráfico en esa zona. Pero no cabe duda de que algo hay detrás de todo ese tinglado. Como es habitual, el agente norteamericano se niega a dar ningún tipo de explicaciones y Narciso Carreras —director interino del CESID— temeroso de irritar o molestar al amigo yanqui, prefiere parar la investigación, negar la existencia de la Operación Mister y dejar a sus hombres desarbolados. 8

Un par de años después, con la llegada del PSOE al Gobierno, tras las elecciones de octubre de 1982, la Estación de Operaciones de la Agencia inicia una acción destinada a conocer mejor los mecanismos de decisión del nuevo poder español. Ciertas reticencias observadas por los norteamericanos en la Presidencia de Gobierno, a la hora de solicitar o conseguir información por los métodos acostumbrados hasta ese momento, aconsejan esa nueva estrategia. Y se realizan aproximaciones a «zonas y objetivos que no son de su incumbencia», según fuentes de los servicios de información españoles. En repetidas ocasiones, las autoridades norteamericanas en España son advertidas de que los agentes de la CIA no deben continuar con esas actividades, pero los avisos no dan ningún resultado. Las operaciones irregulares prosiguen. Los agentes norteamericanos que actúan bajo cobertura diplomática no se resignan a obtener las informaciones que precisan solicitándoselas directamente a las autoridades españolas.

La prepotencia de los norteamericanos y el hábito de trabajar en España sin ningún tipo de cortapisas genera una inercia en las actividades de los hombres de la estación de la CIA en Madrid que va a tener consecuencias imprevistas para ellos. En algunos ámbitos de los servicios de información españoles se considera «intolerable» esta situación, que desemboca, en agosto de 1984, en la expulsión de la plana mayor de la CIA, tras un serio incidente. El Gobierno español comunica oficialmente a la Administración norteamericana la adopción de esta medida y la salida de España de los funcionarios se realiza bajo el acuerdo de mantenerla en el más riguroso secreto. La embajada califica estos movimientos de personal como «traslados normales».

Todo se desencadena unos meses antes, en febrero de 1984, cuando un grupo de la policía judicial de la comisaría madrileña de Chamartín detiene, con las manos en la masa, a un norteamericano que se hace llamar Gino Rossi. El agente de la CIA es sorprendido cuando opera con un maletín de escuchas telefónicas en la habitación 805 del hotel Eurobuilding de la capital. Trasladado a la comisaría en calidad de detenido, se niega a prestar declaración ante la policía española, a la que dice no reconocer autoridad alguna sobre él. Y remite cualquier pregunta al único interlocutor que reconoce como válido: Richard Kinsman, en esas fechas primer secretario de la embajada norteamericana y, en realidad, jefe de la estación de la CIA en Madrid desde julio de 1982.

El jefe superior de Policía de Madrid, Antonio Garrido, ordena que no se le tome declaración a Rossi ni se instruya ninguna diligencia. Y el agente de la CIA es entregado a la embajada norteamericana, para que sea custodiado allí, sin que llegue a trascender quién era el ocupante de una segunda habitación del mismo hotel en la que son hallados otros dos maletines con sofisticados equipos de escucha. Una vez más, un hombre de Kinsman participaba en una operación encubierta. El historial profesional de este jefe de estación ofrece un retrato robot de los métodos de descarada injerencia del espionaje de Estados Unidos en asuntos de los países satélites de la superpotencia norteamericana.

El discreto primer secretario de la embajada de la calle de Serrano es, en realidad, un funcionario de la CIA de primer orden, con casi veinticinco años de trabajo sucio en Sudamérica y el Caribe, en donde ya ha puesto en juego toda la gama de recursos que después intenta aplicar también durante su destino en España. Tras pasar por Colombia y Venezuela, aparece como jefe de estación en Perú, en agosto de 1977, y en Jamaica, en octubre de 1979. En este país participa en una dura maniobra de acoso contra el Gobierno del socialdemócrata Michael Manley, elegido primer ministro del país en 1972, como candidato del Partido Nacional del Pueblo. Por primera vez desde su independencia, durante el mandato de Manley, Jamaica dejaba de favorecer ciegamente los intereses norteamericanos, intentando poner coto a la avidez de las multinacionales en relación con el azúcar y la bauxita. La proximidad entre Cuba y Jamaica alerta a Washington y Kinsman se pone manos a la obra. En medio de las acciones de comandos de extrema derecha y de un primer intento de golpe de Estado fallido, Kinsman sufre un supuesto atentado en el que los gobernantes jamaicanos no creen. En un intento de provocar un serio incidente diplomático, su chalet es tiroteado de madrugada. Casualmente, esa noche no están ni él ni su familia en casa. La vieja treta que los norteamericanos ya utilizaron en Cuba, en 1898, con el hundimiento del Maine.

Al llegar a Madrid, el 10 de julio de 1982, Kinsman comienza a trabajar con John L. La Mazza, primer secretario y agregado laboral de la embajada. Intentan crear una fuerza sindical amarilla con la que contrarrestar la expansión de UGT y CC.OO. La Mazza saldrá de España unos días antes que su jefe, en julio de 1984. En el mismo período deja Madrid también el ex primer secretario Harry E. Colé. Otro destacado elemento de la CIA en Madrid bajo las órdenes de Kinsman es su segundo, Terry R. Ward, un oficial de cincuenta y cinco años con altas responsabilidades en las acciones operativas. Su capacidad de maniobra es tal que llega a ser considerado en algunos momentos como el auténtico jefe de la CIA en España. Como resultado de la Operación Gino, se ven obligados a abandonar España forzosamente veinte funcionarios, entre secretarios, consejeros y agregados militares. 9 A Kinsman le sustituirá al frente de la estación de la CIA Dean J. Almy, un oficial de operaciones que conoce muy bien Madrid, después de haber trabajado en la capital durante la primera mitad de los años setenta.

 

8 Pilar Urbano, Yo entré en el CESID, Plaza & Janés, Barcelona, 1997.

9 La relación de agregados militares, consejeros y secretarios que abandonaron España entre agosto y diciembre de 1984 estaba integrada por: J. Brayton Rebecker, consejero asesor económico; Edwin E. Passport, agregado militar de defensa; John J. La Mazza, primer secretario y agregado laboral; Donald Z. Lautz, primer secretario-cónsul; Anthony B. Chillura, primer secretario; William M. Chambers, agregado; Richard Kinsman, primer secretario; Robert Taylor, primer secretario; Harry E. Colé, primer secretario; John P. McGuinnes, primer secretario y cónsul; Martín W. Cooper, primer secretario y cónsul; John Z. Jannon, primer secretario; Julián L. Bartlel, segundo secretario y cónsul; Linda C. Turner, segunda secretaria y vicecónsul; Harnan Wesley Odom Jr., segundo secretario; Katleen R. Davis, segunda secretaria y vicecónsul; James J. Matthews, segundo secretario; Gabrielle M. Solleder, segundo secretario y vicecónsul; Sandra J. Cambell, segunda secretaria y vicecónsul, y el coronel Robert M. Weekley, del grupo de misión militar. La noticia no trascendió y se intentó ocultar para que no afectara a la visita de Ronald Reagan a España.

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