Roma había extendido su dominio por todo el contorno mediterráneo. La oligarquía aristocrática que controlaba el Senado se había enriquecido con los botines de las guerras, pero el pequeño campesino y el artesano se arruinaron al no poder competir con la mano de obra esclava que aportaban las conquistas. Las tensiones sociales se polarizaron en dos partidos políticos, los populares y los optimates: es decir, izquierdas y derechas, lo de siempre.
El enfrentamiento entre populares y optimates desembocó en guerras civiles y sangrientas alternancias de poder, que repercutieron también en las provincias. Cuando el dictador Sila conquistó el poder, muchos caudillos populares tuvieron que huir de Roma para salvar la vida, entre ellos Quinto Sertorio, que se refugió en España.
Sertorio estaba dispuesto a resistir. Era un hombre hábil, que supo atraerse a los indígenas, cada vez más romanizados. Incluso recurrió a la argucia de hacerles creer que los dioses estaban de su lado y lo aconsejaban por medio de una cierva amaestrada, con la que conversaba cada tarde en un claro del bosque. Los hispanos, acostumbrados como estaban a padecer codiciosos funcionarios romanos que aprovechaban el cargo para enriquecerse, quedaron encantados con aquel romano honrado y tolerante, que rebajaba los impuestos y respetaba las costumbres del país. También nombró un gobierno en el exilio con su Senado y sus instituciones, y hasta fundó una especie de universidad en Osca (Huesca) para educar en la cultura romana a los hijos de los caudillos hispanos.
Al mismo tiempo, le servían de rehenes y garantizaban la lealtad de sus padres, claro.
No tuvo suerte Sertorio. La empresa que se había propuesto era demasiado ambiciosa para sus débiles fuerzas. Durante un tiempo, se mantuvo firme, e incluso sus tropas celtíberas y lusitanas derrotaron a algunos ejércitos enviados por Roma; pero luego sus asuntos se torcieron, muchos de sus partidarios desertaron y uno de sus hombres de confianza lo asesinó durante un banquete. Su guardia personal, formada por hispanos, se suicidó en el acto, según la tremenda costumbre del país.
El oro de Roma
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