Contradicción 2. El valor social del trabajo y su representación mediante el dinero

Publicado el 25 de diciembre de 2021, 7:58

Obviamente, iniciativas de ese tipo requerirán ajustes de amplio espectro en otros aspectos de la economía. Si el dinero se oxida sería imposible ahorrarlo para futuras necesidades. Los fondos de inversión en pensiones, por ejemplo, desaparecerían. Pero ésa no es una perspectiva tan estremecedora como podría parecer. Para empezar, los fondos de pensiones pueden perder su valor de todas formas (debido a la financiación insuficiente, la mala gestión, los colapsos del mercado de valores o la inflación). El valor monetario de los fondos de pensiones es contingente y nada seguro como están comprobando ahora a sus expensas muchos pensionistas. La Seguridad Social, en cambio, debería cubrir unos derechos de jubilación independientes en principio del ahorro de dinero para el futuro. Los trabajadores de hoy mantienen a quienes los precedieron. Sería mucho mejor organizar los ingresos del futuro por ese medio que ahorrando y esperando que las inversiones sean rentables. Una renta básica garantizada para todos, esto es, un acceso mínimo a un conjunto de valores de uso colectivamente gestionado, obviaría totalmente la necesidad de una forma dinero y de unos ahorros privados que garanticen cierta seguridad económica en el futuro.

Se concentraría así la atención en lo que realmente importa, que es la creación continua de valores de uso mediante el trabajo social y la erradicación del valor de cambio como medio principal de organización de la producción de valores de uso. Marx, por ejemplo, creía que las reformas del sistema monetario no garantizarían por sí mismas la disolución del poder del capital y que era ilusorio creer que las reformas monetarias pudieran ser la punta de lanza del cambio revolucionario, algo en lo que creo que estaba acertado. Pero sus análisis dejan también claro, a mi juicio, que la construcción de una alternativa al capital requeriría como condición necesaria pero no suficiente una reconfiguración radical de la organización de los intercambios y la disolución en último término del poder del dinero, no sólo sobre la vida social, sino, como indicaba Keynes, sobre nuestras
concepciones mentales y morales del mundo. Imaginar una economía sin dinero es una forma de estimar cómo podría ser una alternativa al capitalismo. Su posibilidad, dadas las potencialidades del dinero electrónico o incluso de sustitutos del dinero, puede no estar tan lejos. La aparición de nuevas formas de cibermonedas, como el bitcoin, sugiere que el propio capital trata de inventar nuevas formas monetarias. Para la izquierda sería por lo tanto oportuno y juicioso situar el proyecto y el pensamiento político en torno a este objetivo último.

Una política monetaria alternativa de ese tipo se hace más necesaria cuando consideramos un problema inmediato particularmente peligroso. La forma que el dinero ha asumido actualmente ha alcanzado el estatus de un doble fetiche: una representación abstracta (puros números almacenados en los ordenadores) de una representación concreta (como el oro y la plata) de la inmaterialidad del trabajo social. Cuando el dinero cobra la forma de meros números, se hace potencialmente ilimitado en cuanto a su cantidad, lo que permite que florezca la ilusión de que un crecimiento indefinido y sin límites del capital en su forma dinero es no sólo posible sino deseable. Frente a esto, un examen, por superficial que sea, de las condiciones que permiten el desarrollo del trabajo social y el aumento del valor muestra que un crecimiento exponencial para siempre es imposible. Esta oposición, como veremos más adelante, está en la raíz de una de las tres contradicciones más peligrosas del capital, la del crecimiento compuesto o exponencial.

Cuando el dinero estaba limitado por su vinculación, por débil que fuera, con la disponibilidad material y la relativa escasez de las mercancías dinero físicas, había una restricción material en cuanto a la creación ilimitada del mismo. El abandono de la base metálica de la oferta monetaria mundial a principios de la década de 1970 creó un mundo totalmente nuevo de posibles contradicciones. El dinero podía ser impreso ad infinitum por quienquiera que estuviera autorizado a hacerlo. La oferta monetaria quedaba en manos de instituciones humanas falibles como los bancos centrales, lo que conllevaba el peligro de acelerar la inflación. No es casual que tras un breve periodo de creciente inflación a finales de la década de 1970, en particular en Estados Unidos, los banqueros centrales del mundo (encabezados por Paul Volcker al frente de la Reserva Federal estadounidense) convergieran en una política única de contención de la inflación a cualquier precio, desentendiéndose de su responsabilidad en cuanto al empleo y el desempleo. Cuando se constituyó el Banco Central Europeo para ocuparse del euro, su único mandato era controlar la inflación, y nada más. Que esto se demostrara desastroso cuando la crisis de la deuda soberana golpeó a varios países europeos a partir de 2012 atestigua una incapacidad crónica de las instituciones creadas por el capital para regular sus propios excesos, para entender la lógica contradictoria inserta en la forma monetaria que el capital asume ahora necesariamente. No es, por lo tanto, ninguna sorpresa que la crisis iniciada en 2007-2008 cobrara en primera instancia una forma financiera.

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