Pleno de Toulouse (117-127)

Publicado el 25 de diciembre de 2021, 8:29

Durante los días 5, 6, 7 y 8 de diciembre de 1945 se celebró en Toulouse (Francia) la llamada «reunión plenaria del Partido Comunista de España», siendo su característica principal la agitación y el triunfalismo. Los plenos del Partido celebrados en Francia no tenían carácter ni de reuniones de Comité Central ni de conferencia del Partido, aunque hábilmente eran presentados como tales. En la práctica, eran plenos de nuestra organización en Francia. El de 1945 fue, como digo, del más puro triunfalismo, demagógico y de escamoteo de todo examen de los verdaderos problemas. Pero tuvo algo más grave; y es que en ese pleno se sentaron las bases de toda la política oportunista y revisionista que, pasando por las etapas de la «reconciliación nacional», del «pacto por la libertad» y otras, había de ir deshaciendo el Partido y convirtiendo el poderoso movimiento comunista español en ese revoltijo de «partidos» y «partiditos», grupos y «grupúsculos», «oposiciones de izquierda», «organizaciones unitarias» y muchas cosas más que hoy existen.

A raíz de ese pleno se acordó, a propuesta de Carrillo, que D. Ibárruri escribiera una carta a toda una serie de dirigentes de los partidos y organizaciones antifranquistas españoles proponiéndoles una consulta al pueblo. Se acordó asimismo visitar a aquellos de esos dirigentes que fuese posible. Se examinaron nombres de los posibles visitados y de los posibles visitadores. A mí me tocó visitar a Casares Quiroga, Portela Valladares y, sobre todo, a Largo Caballero, pues se consideraba que podría ser a mí al único que estuviera dispuesto a recibir, pues era, de entre todos, también el único que no había empleado la navaja cabritera contra él.

Las entrevistas con Casares Quiroga y Portela Valladares fueron fáciles, pues ya existían relaciones entre nosotros por pertenecer los tres al Frente Nacional Gallego, que funcionaba en Francia en esa época. Conseguir el encuentro con Largo Caballero a través de su secretario Aguirre tampoco fue difícil. La entrevista fue cordial. Le expliqué nuestras opiniones y puntos de vista sobre la situación y nuestras propuestas. Él me explicó las suyas. Entre otras cosas me habló de sus planes para unir a los socialistas y de las dificultades con que tropezaba en esa tarea. Dijo que «son muchas y muy profundas las heridas que tus amigos me han causado; pero es mucho más importante la tarea que tenemos ante nosotros de liberar a nuestro pueblo del fascismo». Y agregó que podríamos vernos todas las veces que yo quisiera.

La entrevista fue, repito, francamente cordial, y lo que menos yo podía imaginarme es que a ese hombre, que vi lleno de energía y planes de lucha, había de despedirle unos meses más tarde llevado por una muerte cruel que venía a cerrar una larga vida de dignidad y de lucha por la gran causa del socialismo.

Se recibió una cierta cantidad de respuestas —cuyos originales conservo yo— a la carta de D. Ibárruri, aunque todas ellas rechazando la propuesta. Respondieron: el dirigente gallego A. R. Castelao, Portela Valladares, Luis Jiménez de Asúa, Luis Fernández Clérigo. Todos ellos tenían una posición más avanzada en cuanto a la salida democrática para España que la que, en esa época, comenzaba ya a tomar la dirección del PCE.

Las cartas estaban firmadas por D. Ibárruri, pero el inspirador del contenido era Carrillo. Lo que pasa es que, en aquella época, Carrillo era mucho más cauteloso de lo que lo es hoy. Por ejemplo, en un mitin dado en la piscina de Toulouse el 1 de abril de 1945, lanzó por primera vez la consigna de «huelga general política», pero tuvo buen cuidado de agregar «que apoyará la insurrección nacional». Con el tiempo, la «insurrección nacional» había de quedar reducida a «huelga nacional pacífica».

Carrillo, desde su llegada a Francia, había venido realizando su propia política a espaldas del Partido, como demuestra, entre otros muchos ejemplos, ese par de párrafos de la carta respuesta de 22 de diciembre de 1945 del político Miguel Maura:

 

El programa de acción que usted me propone en su carta coincide casi punto por punto con el que hube de trazarme hace doce meses. Las diferencias que entre los dos existen son más de procedimiento que de finalidad o de doctrina.

En el mes de diciembre del pasado año tuve ocasión de departir con los representantes del Partido Comunista que, con el señor Carrillo, me visitaron. Largamente les expuse mis puntos de vista, que coinciden, como digo, casi a la letra con los que usted expone en su carta.

 

Y así, con el famoso pleno como tapadera, pero sin haber hecho un verdadero análisis de la situación de la que habíamos salido, emprendimos la nueva etapa cojeando de los dos pies. Y cojeando marchamos hasta octubre de 1948 en que, después de los consejos de Stalin, introdujimos en nuestra política los cambios a que me referiré a continuación.

Pero esto lo hacíamos, una vez más, sin un verdadero análisis de la etapa que acabábamos de recorrer, y sin un estudio de los errores que habíamos cometido. Y presentamos al Partido la idea de que habíamos introducido cambios no porque estuviéramos llevando una política equivocada, sino porque había un cambio en la situación. De esta forma le servimos al Partido, en 1948, unos cambios de situación que habían tenido lugar —lo mismo en España que a escala internacional— en 1944 y 1945. Es decir, marchábamos a remolque de los acontecimientos con varios años de retraso.

Un verdadero análisis de la situación nacional e internacional en 1945, colocando las diferentes formas de lucha —entre ellas la lucha guerrillera— en ese marco y escuchando las opiniones de los representantes de la mayor parte posible de unidades guerrilleras y de los que dirigían en el país las diferentes formas de lucha, nos hubiese llevado, sin duda de ninguna clase, a conclusiones y medidas muy diferentes a las que se tomaron. Pero lo que querían Carrillo y sus patrones es lo que se hizo, pues las guerrillas no eran para él otra cosa que un medio en sus manejos hacia la jefatura del Partido.

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