Pero el problema que debemos formular es éste: ¿por qué necesitamos liberación de una sociedad así si ella es capaz —quizá en un futuro distante, pero aparentemente capaz— de conquistar la pobreza en un grado superior al alcanzado hasta hoy por cualquier otra, de reducir el trajín y el tiempo de trabajo, y de elevar el nivel de vida? Si el precio de todas las mercancías entregadas, el precio de esa servidumbre confortable, de todas esas realizaciones, es cobrado a gente que está muy distante de la metrópoli y de su abundancia… Si la propia sociedad opulenta apenas si percibe lo que está haciendo, cómo está propagando terror y esclavitud, cómo está combatiendo la liberación en todos los rincones del globo…
Conocemos la tradicional fragilidad de los argumentos emocionales, morales y humanitarios frente a tal realización tecnológica, frente a la racionalidad irracional de ese poder. Esos argumentos parecen no pesar contra los hechos en bruto —podríamos decir hechos brutales— de la sociedad y de su productividad. Con todo, solamente la insistencia sobre las posibilidades reales de una sociedad libre que es bloqueada por la sociedad opulenta, solamente esa insistencia en la práctica y la teoría, en la demostración y en el debate, es lo que aún obstruye el camino de la completa degradación del hombre hasta convertirse en objeto (o previamente un sujeto/objeto) de administración total. Sólo esa insistencia es lo que frena la gradual brutalidad e imbecilización del hombre. Porque —y esto quisiera destacarlo— el Estado capitalista del Bienestar es un Estado Militarista. Este Estado se procura un Enemigo, con E mayúscula, un Enemigo total, porque la perpetuación de la servidumbre, la perpetuación de la lucha miserable por una existencia bien distante de las nuevas posibilidades de libertad, activa e intensifica en esa sociedad una agresividad básica a un punto que, creo, resulta desconocido en la historia. Y esa agresividad básica es movilizada de maneras socialmente útiles de modo que no haga estallar el propio sistema. De allí la necesidad de un Enemigo, que debe estar allí y que de no existir es creado. En tal sociedad, su imagen y su poder son exagerados más allá de todas las proporciones a fin de movilizar esa agresividad de la sociedad opulenta de maneras útiles socialmente.
El resultado es una existencia humana mutilada, defectuosa y frustrada; una existencia humana que defiende, violentamente, su propia servidumbre.
Podemos resumir esta situación fatal con la cual nos enfrentamos. El cambio social radical es objetivamente necesario, en el doble sentido de que es la única probabilidad de salvar las posibilidades de la libertad humana y más allá de eso, en el sentido de que los recursos técnicos y materiales para la realización de la libertad están allí disponibles. Aunque esa necesidad esté presente manifiestamente, la necesidad subjetiva para ese cambio no es predominante. Y no predomina precisamente entre los sectores de la población tradicionalmente considerados como agentes del cambio histórico. La necesidad subjetiva es reprimida, en base también a una premisa doble: primeramente, en virtud de la satisfacción real de las necesidades y, en segundo lugar, mediante la administración y manipulación macizas de las necesidades, o sea, por un control social sistemático no sólo de la conciencia sino también del inconsciente humano. Este control ha sido posibilitado por las propias realizaciones de las mayores creencias libertadoras de nuestro tiempo, la Psicología, y principalmente el Psicoanálisis y la Psiquiatría. Que ellas pudieran volverse (y se volvieron) al mismo tiempo instrumentos poderosos de supresión, uno de los más eficaces medios de supresión, también es uno de los aspectos terribles de la dialéctica de la liberación.
Para mí, esa divergencia entre la necesidad objetiva y subjetiva cambia completamente la base, las perspectivas y la estrategia de la liberación. Esa situación presupone la aparición de nuevas necesidades, cualitativamente diferentes y asimismo contrarias a las necesidades agresivas y represivas predominantes: la aparición de un nuevo tipo de hombre con un impulso vital y biológico para la liberación y con una conciencia capaz de rasgar tanto el velo material como ideológico de la sociedad opulenta. En otras palabras, la liberación parece ser atribuible a la apertura y a la dinamización de una dimensión profunda de la existencia humana, de este lado de la base material tradicional y por ella oculto. No es una dimensión idealista, situada más allá de la base material, sino más bien una dimensión más material que la base material, una dimensión subyacente en esta última. Más adelante daré un buen ejemplo de lo que quiero decir.
El énfasis en esta nueva dimensión no implica sustituir a la Política por la Psicología, sino lo opuesto. Significa, en fin, considerar el hecho de que la sociedad invadió hasta las más profundas raíces de la existencia individual, hasta el mismo inconsciente del hombre. Nosotros debemos alcanzar las raíces de la sociedad en sus propios individuos, en los individuos que debido al planeamiento social reproducen constantemente la continuidad de la represión, incluso a través de las grandes revoluciones.
Creo que este cambio no es ideológico: es prescripto por el desarrollo real de una sociedad industrial que introdujo factores que antes nuestra teoría podía ignorar correctamente. Es dictado por el desarrollo real de la sociedad industrial, por el tremendo crecimiento de su productividad material y técnica, que sobrepasó y volvió obsoletas las metas y precondiciones tradicionales de liberación.
En este punto quedamos enfrentados con la pregunta: ¿La liberación de la sociedad opulenta es lo mismo que la transición del capitalismo hacia el socialismo? La respuesta que sugiero es la siguiente: No es idéntica si el socialismo fuera definido meramente como un desarrollo planificado de las fuerzas productivas y como una racionalización de recursos (aunque esto siga siendo una precondición para toda liberación). Es idéntica a la transición del capitalismo hacia el socialismo si éste es definido en sus términos más utópicos: a saber, entre otros, abolición del trabajo, fin de la lucha por la existencia —es decir, la vida como un fin en sí misma y no más como un medio para un fin— la liberación de la conciencia humana y de la sensibilidad como fuerzas de trasformación. No como un factor aislado sino como una potencialidad para la modificación de la existencia humana y de su entorno. Creo que dar a la sensibilidad y a la percepción su propia dimensión es una de las metas básicas del socialismo integral. Estos son los trazos cualitativamente diferentes de una sociedad libre. Presuponen, como quizá ustedes ya han visto, un trastocamiento total de los valores, una nueva antropología. Presuponen un tipo nuevo de hombre que rechace los principios de desempeño que orientan a las sociedades constituidas; un tipo de hombre que se liberó de la agresividad y de la brutalidad inherentes a la organización de la sociedad constituida y a su moralidad hipócrita y puritana; un tipo de hombre biológicamente incapaz de luchar en guerras y de crear sufrimientos; un tipo de hombre que tiene conocimiento claro de la alegría y del placer, y que trabaja —colectiva e individualmente— para un ambiente social y natural en el cual esa existencia se vuelva posible.
Repito que, de este modo, al pasar de la cantidad a la calidad, la dialéctica de la liberación implica una ruptura de la continuidad de la represión que alcanza la dimensión profunda del propio organismo. O, podríamos decir que hoy el cambio cualitativo, la liberación, implica, cambios orgánicos, de instinto y biológicos, al mismo tiempo que cambios políticos y sociales.
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