El posfranquismo y la guerra fría

Publicado el 25 de diciembre de 2021, 22:32

Durante 35 años, "leales" del 1936 y de entre ellos los que entregaron Madrid con la Junta de Casado rivalizaron en proponer la mejor fórmula para convencer, primero a Londres y París y luego a Washington que era de su interés intervenir en España. En 1948, el encargado de negocios de EEUU en Madrid, Paul Culberston, respondía que "son unos insensatos los monárquicos deseosos de que Norteamérica asfixie económicamente a España. Si eso ocurriera, caería Franco, pero la monarquía no recogería sus frutos". Gil-Robles sintetizaba la idea el 30 de agosto de 1949: "socialistas y sindicalistas están convencidos de que no hay más camino que apoyar al rey, sin exigir plebiscitos previos, consultas electorales ni gobiernos de concentración en un plazo de bastantes años". Lo escribió el día en que se firmó el pacto entre la Confederación de Fuerzas Monárquicas y la facción que Indalecio Prieto escindió del PSOE (1), después de recibir seguridades del ministro del Foreing Office, Bevin, de que si los españoles renunciaban a elegir su forma de gobierno las Potencias Occidentales intervendrían contra Franco. Y en realidad por entonces ya no creía en la intervención ni don Juan Borbón, quien cinco días antes a bordo del Azor aceptaba el proceso de restauración deseado por Franco, cuyos términos coincidían con los auspiciados por EEUU desde 1944: "la monarquía es hoy todavía una solución para las potencias extranjeras anticomunistas, y una esperanza para las izquierdas no revolucionarias".

Queda claro que EEUU nunca se sintió impaciente por acabar con la dictadura hispánica. Desde la década de los cuarenta EEUU se encargaría de ir estructurando la integración de España y Portugal en los mercados y espacios político-militares bajo su sola hegemonía, con la utilización sin trabas de bases permanentes y contando para ello con la solicitud de España de asociarse a la Comunidad Económica Europea. Laureano López Rodó, comisario del Plan de Desarrollo, ratificaría esta idea el 5 de marzo de 1962: "la solicitud de ingreso en el Mercado Común Europeo es la fase que sigue a los acuerdos con EEUU de 1953 y al Plan de Estabilización de 1959 en cuya gestación jugó un importante papel (...) ahora esperamos que EEUU apadrine también el ingreso de España en el Mercado Común". Cosa segura, una vez evitado el posible "retorno de España al aislamiento" que tanto preocupó a EEUU en 1959: "el retorno de España al aislamiento, abriría la puerta a la penetración comunista y haría retroceder o incluso destruiría todos los esfuerzos de EEUU por crear una Europa unida y fuerte". Nada sería después así. No obstante preocupaba cómo controlar a los ciudadanos terminada la dictadura. Ello llevaría a crear las mediaciones de una transición al posfranquismo que mantuvieran los recursos de España dentro de la Alianza bélica y a merced de los intereses del capital transnacional. El apoyo a la dictadura fue proyectado por EEUU más allá de la persona del general Franco, según directrices elaboradas para el área mediterránea por el Consejo Nacional de Seguridad el 24 de abril de 1952: "debemos procurar usar los instrumentos socioeconómicos de que disponemos de modo que reduzcan el poder explosivo de fuerzas que presionan a favor de cambios revolucionarios (...) Esto puede significar que tengamos que trabajar con y a través de los grupos dominantes actuales y, al tiempo que respaldamos su permanencia en el poder, usar nuestra influencia para inducirles a acomodarse a las nuevas fuerzas que vayan emergiendo. A medida que surjan nuevos grupos de liderazgo, debemos también obrar para asociar sus intereses a los nuestros y, en el momento que alcancen el poder, cooperar con ellos en la ejecución de programas que les ayuden a alcanzar objetivos constructivos".

La onda expansiva de la revolución social y nacional de Fidel Castro estimuló a los estrategas del Ejército de EEUU a mirar más lejos y elaborar planes para el mundo hispánico cuyos efectos se prolongarían durante el resto del siglo: "Para cuando deje de mandar Franco deben hacerse preparativos para asegurar que España continúa bajo un gobierno fuertemente pro occidental (...) En la próxima reunión del grupo de trabajo del OCB (Operations Coordination Boarding) sobre España debe considerarse incorporar este problema y recomendar al NSC la orientación de política a seguir".

Algunos ofrecimientos a colaborar en estos planes llegaron espontáneamente a los servicios de EEUU. Carlos Zaya Mariátegui, disidente con la fracción del PSOE asentada en Toulouse, aparece informando asiduamente a la embajada de EEUU sobre personas de sensibilidad socialistas susceptibles de sumarse a combatir al Partido Comunista, entre otros, Joan Raventós Carner en Barcelona, José Federico de Carvajal y Mariano Rubio Jiménez en Madrid. "A Zayas le gustaría entregar a la policía española a "Federico" (alias de Jorge Semprúm) si se le presentara la oportunidad".

Durante el posfranquismo Felipe González sentó a Zayas en el Parlamento; hizo embajador en Francia a J. Raventós, a F. de Carvajal presidente del Senado y gobernador del Banco de España a Mariano Rubio. A "Federico" -convertido al anticomunismo-lo hizo ministro de Cultura. El agente interlocutor de Zayas recomendaba a Washington que "sería buena cosa que socialistas vieran a oficiales de la Embajada norteamericana para que perciban que pueden esperar ser oídos por éstos al menos con igual simpatía que ellos piensan hallar sólo en el Labor Party británico".

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